Es al año y medio cuando Gustavo Fernández –oriundo de Río Tercero, Córdoba–, tuvo un infarto medular (rotura de una vena en la medula), que le impidió el uso de la cintura para abajo. Lo que siguió en su historia fue su destino: ser deportista adaptado profesional. De modo que su ímpetu por el deporte se fue moldeando por herencia familiar y dentro de los clubes. Su papá es Gustavo Ismael Fernández, cinco veces campeón de la Liga Nacional de Básquet con Gimnasia y Esgrima de Pedernera Unidos y Estudiantes de Olavarría. Cuando su padre transitaba su etapa de jugador, practicó básquet en silla de ruedas en las inferiores de Quilmes de Mar Del Plata. También recuerda los tiros al aro que solía hacer en Estudiantes de Olavarría o de Bahía Blanca. Una vez que se retiró su papá, se mudó a Río Tercero, y se vinculó con el club 9 de Julio. Allí, a los 11 años, empezó a practicar tenis en silla de ruedas con mayor continuidad, y a los 14, decidió intentar dedicarse al deporte de manera profesional.

Desde ese entonces, obtuvo múltiples títulos, entre ellos 5 Grand Slam en la modalidad singles (Roland Garros 2016 y 2019, Australia Open 2017 y 2019 y Wimbledon 2019), 3 en dobles (Roland Garros 2019 y Wimbledon 2015 y 2022) y 4 Parapanamericanos tanto en singles como en dobles (Guadalajara 2011, Toronto 2015, Lima 2019 y Santiago 2023). Hoy, con 30 años, se ubica tercero en el ranking individual ITF, y a pocos días de representar a la Argentina en los Juegos Paralímpicos de París 2024, expresa en un dialogo a flor de piel con Pagina12, el desafío que conlleva el tenis, y las secuelas que transitó en el año 2023, luego de los Parapanamericanos de Santiago, propias de llevar el cuerpo y la mente al desgaste.

–¿Es complejo el tenis como deporte?

–El deporte individual tiene puntos de conexión con lo colectivo. Convivir con la presión, la disciplina, el sacrificio o la generosidad sobre lo que uno busca. Lo que tiene de diferente, es que no te deja pasar una. En el deporte colectivo tenés la posibilidad de delegar la responsabilidad. Si yo no estoy bien, mi compañero puede estar mejor y la posta la toma él. O tal vez tengo una buena temporada, pero en la próxima no tanto, y el equipo está bien, entonces las sensaciones individuales se transitan de otra manera. En el tenis, no tenés a quién mirar para los costados. Es hacerte cargo de todas las situaciones en crudo dentro de la cancha. Eso lo hace un deporte con un enorme desafío y que no admite excusas.

–Es jugar con la línea delgada…

–Yo perdí un Grand Slam, teniendo match point y por una pelota que pasó por poco. Hay veces que el tren pasa, vos no te subiste y no vuelve a pasar. O no de la misma forma. El tenis es un constante decir: "esto no está ganado o perdido de antemano". Sentís que estás sobre el abismo. No podés cuidar nada.

–¿Es desgastante cuando no cuidas nada?

–Por más que crea que me faltan muchos años para retirarme, se me abrió una puerta donde me digo "cualquier día puede ser el último". Por cualquier motivo: se me apaga la motivación, me lesiono, etc. La exposición a la presión de tener que responder a un estándar alto es antinatural. El cuerpo no está preparado para estar todo el tiempo al límite. Los estoy entendiendo de grande. Debe ser un alivio vivir con más relajación, porque la realidad es que nunca te relajás siendo deportista. Con los que hablé, me comentan que esa adrenalina no la volvieron a vivir. Que sienten que los mejores años de su vida se fueron y queda la nostalgia. Y están los que sienten que lo dieron todo y no reniegan de lo que hicieron.

–¿Qué diferencias hay entre el tenis convencional y el tenis en silla de ruedas?

–El uso de los pies. Los pies son el 80 por ciento del juego. La capacidad de mantener los balances, de transferir la fuerza, de darle potencia a la pelota, el saque, la movilidad, los ajustes cortos y largos, el posicionamiento de piernas. En silla de ruedas yo no tengo esa energía que te transfieren las piernas. Es fácil errar y que la pelota no haga lo que vos querés. Lo compenso siendo agresivo, porque si pierdo la iniciativa, no voy a poder salir a correr para todos lados como hacen los convencionales. Y también con solidez, porque el tenis es un deporte de porcentaje, y si tomás la iniciativa, pero sin ser sólido, vas a terminar teniendo más errores. Después, pasa por cuánto te la bancas o no.

–¿De qué manera hay que abordar al deporte adaptado?

–El deporte adaptado se tiene que ver. Si una persona se siente discriminada por ignorancia de otra persona, es preferible que sucedan esas cosas y corregirlas. Aclaro: que se sientan discriminadas por la ignorancia, no por situaciones de agresión. Muchas veces la discapacidad genera rechazo porque no se quiere meter la pata. Si no metemos la pata, jamás vamos a entender cómo relacionarnos y nos privamos de los puntos de encuentro. Lo que quiero cambiar es que una persona con discapacidad, no se sienta discriminada por todo. Es muy confortable hacerse la víctima, porque te da contemplaciones. A la discapacidad no hay que tenerle tanta contemplación. Sino te estancas en el "ay, pobre lo que le pasó" y nunca se espera nada de esa persona tanto para sí mismo como para la sociedad.

–Además, hay un deporte detrás de todo esto…

–Por estar en silla de rueda, muchos se fijan en eso y se olvidan de que hay un espectáculo y un esfuerzo. Hay algo que llamo discriminación positiva. Te dicen "qué fenómeno", "que crack". No, pará. Tengamos responsabilidades todos. No me desligues responsabilidad porque estoy en silla de ruedas. Hay deportistas que empiezan el deporte, que quieren cobrar plata y ser tratados como deportistas profesionales. No funciona así. El deporte social, semi profesional y profesional son cosas distintas. Esto es algo que se tiene que cambiar ya. Hay tres rubros diferentes que hoy en el tenis adaptado están mezclados. Si sos deportista social y no te comportás como profesional, no esperes ocupar el lugar de deportista profesional, porque no te corresponde. Como tampoco me bajes el precio diciendo "qué admirable lo que haces". Yo me sacrifico dentro del deporte de elite, tanto como un tenista convencional.

–En el 2023 atravesaste un momento difícil a nivel personal. ¿Cómo lo transitaste?

–Se dividió en dos partes. Primero los años de deporte profesional que van desgastando y cargando el cuerpo. Eso llevó a una infección, donde tuve que operarme. Esto desencadenó en una hemorragia donde casi me muero. Perdí casi 3 litros de sangre. No me infarté de milagro. Se combinaron dos cosas jodidas: el miedo a morir y mis ganas de luchar por el tenis. A dos meses de casi morirme, estaba jugando semifinales de Roland Garros. El esfuerzo que hice me pasó una factura enorme, que no supe ver durante seis meses y que me explotó en la cara a fines del año pasado, después de los Juegos Parapanamericanos de Santiago. Ya venía desarrollando un trastorno de ansiedad, que detonó en un ataque de pánico y derivó en un trastorno de ansiedad generalizado. Empezó una nueva etapa, donde tuve que hacerme cargo de fantasmas del pasado, actuales y de cómo yo quería que mi vida siga.

–¿Qué lugar le diste a la vulnerabilidad?

–Me interesan mis matices oscuros porque me hacen lo que soy. Esto ocupaba un 100 por ciento de mi tiempo. Diciembre y enero fueron los meses más largos de mi vida. Estás encerrado en tu mente creyendo que tenés demencia, cáncer, donde no podés ser vos, porque no podés salir de esa situación mental que está adentro tuyo y que te lleva directamente al fondo del barril. Pero como el abismo es jodido, también te da mucha perspectiva, porque el cuerpo y la mente te lo piden a gritos, y si interpretás lo que te están diciendo, te cambia para siempre. Estoy hace 6 o 7 meses con tratamiento psiquiátrico, que me costó mucho aceptarlo. Con ayuda de eso y de mi entorno, estoy probablemente en el mejor momento de mi vida, más allá de lo duro que es el día a día, porque hay recaídas. Me hubiera gustado haber aprendido las cosas de una manera menos cruda. Pero sin vulnerabilidad, no hay resiliencia. Llegar al límite me expuso a lidiar con esto y bienvenido sea sí se logra crecer con este proceso.

–¿Cómo te encontrás para disputar los Paralímpicos de París 2024?

–Un pasito adelante del otro. En esta regeneración con la que convivo, cargo con la expectativa de lo que espero de mí mismo y del deseo de resultado, que es real, y con la expectativa del resto que trato de no hacerme cargo. Estoy bien física y mentalmente, y llego a los Juegos para hacer el mejor intento. Pero mi enfoque está en apoyarme en la almohada y decirme "estoy orgullo de vos".