“Qué cáncer son los turistas”, dijo el argentino mirando el coliseo romano. Había llegado allí después de romper el chanchito de los ahorros y de empeñarse hasta las orejas. Era obvio que él no tenía nada que ver con esos japoneses que le sacaban fotos a cada piedra que se sostenía en su lugar desde la Roma antigua.

Desde hace un par de décadas, el turista vino a ser la solución de países y ciudades con problemas de recursos. Desde La Habana a París, recibir turistas para generar guita era la solución a casi todo. Y de pronto, resulta que son el problema porque ensucian y molestan. ¡Qué novedad!

Todo es prueba y error en esta vida líquida y ruidosa. Lo que era bueno hace poco ahora es un calvario. En Málaga la gente marchó en contra del turismo. En Venecia les cobran un impuesto extra. En Japón los miran raro, más raro de lo que miran habitualmente los japoneses.

Pero algo de cierto hay. Nada más molesto que estar frente a La piedad de Miguel Ángel (a la derecha apenas entrás a la Basílica de San Pedro) y que apenas la puedas ver por culpa de una delegación de alemanes que se interponen entre tu teléfono y el objeto a fotografiar. Turistas go home.

Quizá, en la vida misma, todos somos parte de la solución y a la vez parte del problema. O somos la solución por un rato y el problema al día siguiente. Sucede cuando como ciudadano reclamás lo que te corresponde. O cuando votás. O cuando pagás impuestos. O cuando dejás de pagar. Eras la solución y de pronto chau, sos el enemigo.

Mientras tanto, todos soñamos con volvernos turistas la mayor cantidad de días al año. ¡Viajar es un placer, genial, sensual! Es que ser turista es dejar de ser esa porquería que arrastramos a diario. Es ser por un rato ese tipo piola que gasta plata a dos manos. Que al romper el chanchito está volviendo loco de envidia al vecino. Que se mezcla con japoneses y alemanes y que no desentona excepto por el idioma y la billetera.

Y si lo pensamos bien, el turismo puede ser la solución definitiva a países como el nuestro. Podés mandar a un montón de argentinos insoportables a viajar trescientos días al año a Ucrania, y listo. Es más, deberían crear la Ciudadanía Turística. Es decir, el tipo que no tiene patria porque su patria está donde él está. Lejos, de ser posible.

Y si la democracia está en vilo en todo el mundo, para agregarles un poco de drama extra, los turistas podrían votar donde se encuentran y listo. Estás en USA y votás Trump o Harris. Estás en el Vaticano y votás por el nuevo papa. ¡Así crearíamos el nuevo orden internacional, ya que este está bastante jodido! ¡Y todo gracias al turista!

Turista que huye sirve para otra invasión, doña. Y acá va otra idea genial: invadir de turistas a los países que no nos caen bien. ¿Problemas con Brasil? Ahí van millones de argentinos subsidiados por el Estado a destruirlo todo. ¿Cómo reconocerlos? Porque cuando bailan el samba en carnaval no pegan una. ¿Problemas con Estados Unidos? Ahí sale una promoción de Aerolíneas Argentinas: cincuenta dólares el viaje a USA. En dos meses le destruimos el sueño americano.

Y si nos apuramos, por ahí el odio al turista es la solución para los problemas de guita de Argentina. Construiremos Venecia en el Lago Nahuel Huapi y los Alpes en Las Leñas. Y que vengan los turistas a dejar la mosca acá. Se aceptan todas las tarjetas. Y París lo hacemos en el pueblo donde nací, así puedo decir que soy parisino, ¡oh, la la…!

Organicémonos… decía aquel chiste procaz que probablemente hoy no se podría contar. Era la pobre historia de un tipo en una orgía, confundido porque las reglas del juego no le permitían disfrutar de la situación. Organicémonos, y dejemos que una idea dure al menos cincuenta años. Mientras tanto, viajemos.

Y la gente que se queja del turismo, ¿será capaz de resignar su nivel de vida para vivir más tranquilo? ¿O luego le reclamará al Estado y a la política que no resuelve sus problemas económicos?

Y ojo con proponer cambios a cada rato. Es que a la gilada le encanta que le digan que hay que cambiar aunque no sepan explicar por qué ni adónde ir. Cambiar las reglas del turismo, vaya y pase. Pero capaz que mañana nos dicen que hay que cambiar las reglas del trabajo, de la jubilación y de la indemnización. Y fuiste, Carlitos. 

Así es como somos convocados para las grandes gestas, de las que luego seremos expulsados.

 

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