En estos días se cumplen diez años del estreno del film argentino más taquillero de la historia y, habida cuenta del patético momento que atraviesa nuestra nación, su título no podría ser más vigente: “Relatos salvajes”. Basta colegir que hace pocos días, una fiesta programada en la Facultad de Ciencias Exactas de la Universidad de Buenos Aires debió ser suspendida a causa de las amenazas de un alumno. En un posteo público hecho en la red Telegram, el estudiante avisó que iría armado a la celebración: “Tengo una escopeta y la voy a usar en la fiesta de Exactas. Vayan si tienen huevos”, posteó esta persona que adhiere al ideario libertario. El mismo que hoy desgobierna nuestra nación y que llegó al poder con un discurso a la que la palabra furia le hace poco honor, si tenemos en cuenta el repertorio palabrero y simbólico que su líder esparció doquier a su figura se acercara a un micrófono. Desde la motosierra hasta el león; desde los insultos hasta las obscenidades más ominosas (“el Estado es un pedófilo en el jardín de infantes con los nenes encadenados y bañados en vaselina”), el relato de este candidato que cosechó millones de votos habla por sí solo de una sociedad que lo ungió presidente a fuerza de exacerbar sus impulsos más primarios.

La interpretación en el arte

Se suele decir que Milei --para nombrarlo de una vez-- supo interpretar la frustración de esta sociedad. Vale interpelar tal consideración. Milei se sirvió de la bronca social para así inyectar odio, resentimiento, venganza y violencia para, de esta manera, manipular el humor social a su favor. Interpretar es otra cosa.

Interpretar no es cualquier palabra. Para el arte se trata de un vocablo decisivo. Se suele considerar que la interpretación consiste en ponerle sentido a tal o cual episodio o relato. En realidad, se trata de lo opuesto. El arte interpela al espectador, lector, escucha, etc.; de manera que la interpretación quede a su cargo. La obra de arte hace pensar, insta a trabajar al sujeto para así transformar al de mero consumidor en un ciudadano. De esta manera un sujeto se hace cargo de sus contradicciones, allí donde --sin saberlo-- era cómplice de las penurias hasta ese momento sufridas. (De hecho, el psicoanálisis aprende del arte y no al revés).

Al respecto, la actual escena política no podría ser más opuesta. Millones de personas votaron a un sujeto que, lejos de instar a pensar, reflexionar o convocar a un debate, inventó un Enemigo (el Estado) a quien cargarle las culpas de las frustraciones y ya. El resultado está a la vista. Aumento dramático del hambre en la Argentina; los índices de pobreza cercanos al noventa por ciento del siglo XIX tan amado por Milei; el desempleo por las nubes; una economía paralizada en rumbo a la depresión por no decir la catástrofe; y la más trágica desprotección para las infancias y adolescencias, esas mismas que constituyen el futuro de cualquier nación que se precie de tal. Sin embargo, Milei clama que su plan está triunfando y mientras desparrama visiones sesgadas, datos falsos y puntos vista disparatados, millones de argentinos aún le creen.

Desde este punto de vista, decimos que Milei es el mentiroso más exitoso de la historia argentina. Convenció a nutridos sectores de la sociedad argentina para hacerse daño a sí mismos. Milei es el mejor ejemplo de la violencia institucional. Y aquí es donde entra a tallar la vigencia del film de Damián Szifron Relatos salvajes.

La violencia del relato sin violencia

Todos los relatos del film de Szifron muestran sangre; cuerpos desgarrados; desborde; furia; locura. Salvo Uno. Se habla, se comenta, se recuerda, en todas las conversaciones sobre la desquicia de tal o cual personaje; los gritos o el asesinato de ese o aquel. Salvo Uno. Todos los relatos de este film que cosechó decenas de premios internacionales contienen personajes que se hacen cargo de su exceso demencial. Salvo Uno.

El hombre que pilotea el avión donde viajan sus detractores y enemigos se estrella en la casa de sus propios y odiados padres; la cocinera que envenena al corrupto responsable de la debacle familiar sabe las consecuencias de su acto; ni hablar del popular “Bombita” cuya sensibilidad y conocimiento de los explosivos le permite tomar venganza del sistema de acarreo de esta Ciudad sin dañar a ninguna persona; los dos conductores que protagonizan una pelea en la ruta gozan a pura cuenta y riesgo del delirante encono que los lleva a la muerte; la novia que en plena fiesta de casamiento descubre la infidelidad de su consorte despliega su venganza sin privarse de mostrar a quien quiera ver la furia e indignación que la anima. Es decir, en todos estos episodios los personajes cargan con las consecuencias de sus actos. Salvo en Uno. Muy preciso.

El único relato donde no hay sangre; no hay violencia física; no hay peleas, ni gritos, ni venganzas, es el relato que mejor se ajusta a la trágica realidad que hoy vive nuestro país: la más oscura y vil manipulación por parte de un Padre de familia, símbolo de la Ley, si los hay. Lo más salvaje de Relatos Salvajes.

Se trata del soborno que un multimillonario (Oscar Martínez) efectúa para evitar que su hijo cargue con el castigo que le corresponde. El joven había huido con su auto tras atropellar y dejar sin vida a una mujer embarazada. Lleno de angustia y remordimiento por su acción, el muchacho se muestra dispuesto a entregarse a la justicia. Su madre (María Onetto) también se inclina por esa opción. Sin embargo, el acaudalado padre de familia hace valer su poder. Asistido por su abogado (Osmar Nuñez), le paga a una humilde persona para que se declare responsable del fatal delito y santo remedio. Desde ya, poco piensa este padre en la dignidad y salud mental de su hijo --que no sabe qué hacer con la culpa que lo atormenta-- y mucho en sí mismo, su reputación y buen nombre. (En la literatura psicoanalítica abundan los casos de quienes --a falta del castigo legal-- se infligen todo tipo de penurias con la ilusión de atemperar el remordimiento que los corroe).

En suma, no podría haber mejor ejemplo para representar el deterioro experimentado por las instituciones en su disputa con los poderes fácticos que este Padre corrupto e insensible ante el sufrimiento de su hijo. Es decir, el relato más salvaje de Relatos Salvajes representa la violencia institucional que, habida cuenta del deterioro del estado de derecho, incentiva la justicia por mano propia emergente en los otros relatos.

En una República, quien cumple la función paterna es el primer mandatario. En la Argentina hoy ese cargo está ocupado por un personaje que se burla de un adolescente que se desmaya con la bandera argentina envuelta en su cuerpo; le retira la medicación oncológica a los enfermos; incentiva la violencia y la intolerancia; le niega alimentos a los más vulnerables; desprecia a las instituciones; reivindica el terrorismo de Estado; reprime el derecho a manifestarse; bastardea a quien piensa distinto; y de manera brutal ataca a la educación pública.

Es decir: la violencia institucional en su estado más salvaje. Por eso, a diez años de su estreno, hoy Relatos salvajes está más vigente que nunca.

Sergio Zabalza es psicoanalista. Doctor en Psicología por la Universidad de Buenos Aires.