Aunque nacido en Bruselas el 26 de agosto de 1914, en los albores de la Primera Guerra Mundial, Julio Cortázar era un escritor hondamente argentino, tanto por sus temas y motivos como por la exaltación y la renovación de nuestro lenguaje que su obra representó. Fue un apasionado por el box (dejó cuentos memorables como “Torito”, “La noche de Mantequilla”, “Segunda vuelta”, y hasta lo puso de título en uno de sus libros: Último round), por el jazz (recordemos la gran nouvelle “El perseguidor”, que lleva a la ficción capítulos importantes de la vida de Charlie Parker, y tantos textos sobre Theolonius Monk, Clifford Brown, Louis Armstrong), por la pintura, por las filosofías orientales, por la política. Pero la vocación literaria fue, sin duda, su mayor pasión.

Vivió su infancia y su juventud en la Argentina (Banfield y el barrio Agronomía, de Capital), enseñó en colegios del interior (Bolívar y Chivilcoy) y en la Universidad de Mendoza (donde aún se conservan sus programas de poesía inglesa y de poesía francesa, de cursos que dictó), y en 1951 partió de modo definitivo a París. Eran tiempos turbulentos en Francia, hacia el final de las perdidosas guerras coloniales, que culminarían en 1962 con la independencia de Argelia. Fueron también años de profundas mutaciones para Cortázar, en el campo político y en el literario. En este, se marcarán con la escritura del citado “El perseguidor”, que significó, según sus palabras, “una verdadera bisagra”, “mi acercamiento al prójimo”.

Adhiere fervientemente a la Revolución cubana, lo que imprimirá un carácter cada vez más político a su vida, y acentuará el mismo en su literatura. En 1960, publica la novela Los premios, una aguda alegoría de la Argentina, donde se sienten mover las ilusiones y los fracasos de una sociedad que quería emprender el camino del moderno desarrollo económico y cultural. La novela que lo consagrará ante la crítica especializada y en los favores del público será Rayuela (1963), un texto donde se propone, al mismo tiempo que contar una historia de desarraigos y de búsquedas, transformar la forma novelística.

Particularmente interesantes son los cuentos que publica en 1966, en el volumen titulado Todos los fuegos el fuego, de los que se destacan “Reunión” (el relato de las vivencias del Che en la guerrilla cubana, en el frente del Escambray), “Autopista del sur”, “El otro cielo” y “Todos los fuegos el fuego”, donde replantea el tema del doble: los protagonistas están alejados por siglos, el único elemento material que los une es el fuego, y los distinguimos solo por las situaciones espaciales y lingüísticas.

En 1979, luego de una larga lucha en la que Cortázar colabora muy activamente, los sandinistas llegan al poder en Nicaragua, y hacia allí irán sus simpatías y sus energías solidarias, así como ya lo venía haciendo con el pueblo chileno, el uruguayo, el argentino, desde la implantación de las dictaduras militares en el Cono Sur. Formó parte, también desde el primer momento, del Tribunal Russell II contra las torturas y la represión en América latina.

Por esa época, conoció a Carol Dunlop, su último gran amor, con quien pasará largos períodos en Nicaragua y haciendo viajes por el mundo, y redactarán el inusual y entretenido libro Los autonautas de la cosmopista (que él terminará después de la muerte de Carol), la narración de una experiencia (prohibida) de estadía durante semanas en la autopista París-Marsella. Abundan también por entonces los cuentos: Alguien que anda por ahí (1977) y Deshoras (1982) reúnen piezas donde acentúa el original deseo de dar un contexto político y social al género fantástico, casi por definición a-contextual y extra temporal.

Bien entrado ahora el siglo XXI, creo que hay por lo menos tres grandes campos donde deben reconocérsele importantes innovaciones. Tienen que ver con los cambios que provocó en el relato fantástico, con los elementos del sistema narrativo, y con sus ideas, realmente muy particulares, sobre la función de la lectura y del objeto libro.

Respecto de los primeros, la afirmación enfrenta la debatida cuestión de la existencia, a lo largo de su vida de escritor, de “uno” o de “dos” Cortázar. Es decir, la de una persistencia y una fidelidad primordial a sus tempranos amores estéticos y literarios o, por el contrario, la de un abandono de los horizontes de la belleza artística en aras de compromisos políticos a los que habría advenido tardíamente; para sus detractores, a partir de la identificación con la Revolución cubana y con el socialismo. La unidad de su obra narrativa desmiente esta versión. La inclusión, desde siempre, de los entornos cotidianos y domésticos, así como de los grandes contextos sociales y políticos, son fácilmente perceptibles en sus cuentos sin que por ello (y he aquí una de sus grandes singularidades) dejen de ser fantásticos. Así, Cortázar habría obrado, alterándola, en la estructura misma del género, que hizo de la inverosimilitud y de su alejamiento de la representación de lo real sus piedras fundamentales.

Respecto de las innovaciones novelísticas, “el deseo de realizar una obra que tenga el gesto amplio de la novela (en oposición al cuento) pero que rompa con las convenciones del lenguaje y del género, las haga estallar y construya con sus fragmentos una nueva figura” (A. M. Barrenechea) hizo que Rayuela provocara cambios en la serie literaria que no pueden desconocerse. Enlazó la narrativa latinoamericana con las revoluciones poéticas anteriores e introdujo, de un modo tan ostensible como provocativo, la renovación poética en el texto de ficción. En el gran movimiento de nuestra literatura que se manifestó ruidosamente en los sesentas (con sus alteraciones tanto en el horizonte anecdótico como en las técnicas de contar y de organizar los elementos del sistema), sin Rayuela habría faltado un acento indispensable de lo fundamental: la nueva visión del género, el cuestionamiento del hecho mismo de narrar, el sacudimiento del lector y, con él, la subversión de las costumbres de consumo en la lectura. En tal sentido, es justo decir que, de todo aquel obrar colectivo, Cortázar fue uno de los pocos, si no el único, que siguió siendo fiel a la artesanía, al trabajo y a la búsqueda. Por último, hay ideas --y prácticas-- que tienen que ver con la función de la lectura y del objeto libro, sobre las que me extiendo en otros sitios.

Creo encontrar una notable confluencia plasmada en el Cortázar que conocimos. Sus orígenes multiculturales y multilingües, sus tempranas simpatías por el Surrealismo (el que instaba a conjugar arte y vida, obra y praxis social), sus adhesiones a los nuevos tiempos de América latina, sus intentos de diseñar textos futuros, lo conforman como un artista también del siglo XXI: una voz semejante, muy cercana, muy próxima y muy prójima, una voz empecinadamente juvenil que habla del juego y de la vida. Y que, sin dejar de lado todo ello, pone en el centro la literatura, como la cima de su campo ardiente.

 

Mario Goloboff es escritor y docente universitario. Autor de Julio Cortázar. La biografía.