Los así llamados “libertarios”, de lamentable moda política en la Argentina los últimos años, creen que la propiedad privada absoluta y los mercados sin reglas morales son las bases más sólidas para garantizar la libertad individual. No interesa a esta columna determinar si son sinceros o cínicos, malévolos o sólo escépticos. Lo que importa es que son, de hecho, enemigos de la democracia.

Si bien etimológicamente la palabra «libertario» define ingenuamente a “quien defiende la libertad política absoluta y la supresión del gobierno y de la ley”, el vocablo se caracteriza por su polisemia, que en este caso sirve para todo.

Así, “libertario” significa “partidario de la libertad”, y puede ser antónimo de autoritario,​ determinista​ o esclavista,​ lo que dependerá de la intención de la palabra «libertad» que se esté usando. Lo que dependerá del sentido –o conveniencia– de quien la pronuncie.

Ahora bien, en los hechos y tal como se comprueba hoy en la Argentina, el concepto “libertario” define un claro proyecto autoritario, que en otros siglos fue esclavista y que en todo caso ahora se define desde quién y cómo le da significado a la palabra “libertad” según sean sus intereses, sobre todo políticos, lo que torna discutibles las diversas concepciones de su legalidad.

Y es que si a primera vista se pretende una sociedad que garantice libertades individuales –y santifique la propiedad privada y la llamada economía de mercado– en los hechos concretos y cotidianos lo que se visualiza y soporta aquí y ahora es un régimen degradante de las libertades públicas y de toda idea de solidaridad, que es uno de los mejores sentimientos de todos los pueblos de la Tierra.

Antes, al contrario, aquí suele aparecer como grito de guerra para un “sálvese quien pueda”, pero selectivo y racista, furibundo y violento, y arrasador de toda convivencia pacífica. Lo que perturba el trabajo, la solidaridad, la bonhomía, la equidad y la Justicia. Por lo menos.

Para el caso argentino cabe recordar que en el año 2021 y en el Congreso de la Nación, el entonces diputado Javier Milei se declaró así: “Yo soy un liberal libertario. Filosóficamente, soy un anarquista de mercado”.

Vaya a saberse a qué concepción o idea filosófica habrá apelado para semejante enjuague textual, pero ignoró olímpicamente que los conceptos libertad y anarquismo son tan opuestos como la noche y el día. Y no es la concepción filosófica la que arregla el disparate.

Es claro que él se refería, como después se vio que en todos los órdenes, a la mera libertad económica, es decir la libertad considerada como simple y absoluta ausencia de responsabilidades, obligaciones, solidaridades y demás normas de la vida democrática en paz. El actual presidente ignoraba eso, sobre todo, para decirlo suave. Y así atropellaba el concepto primero y fundamental de la vida de los pueblos –ése que a mediados del Siglo 19 proclamaba y enseñaba el patriota mexicano Benito Juárez en su convulsionado país–: “El respeto al derecho ajeno es la Paz”.

Y es a propósito de esto último que esta columna comparte aquí fragmentos de un interesantísimo trabajo cuyo autor es un prestigioso dirigente socialista , Mario Mazzitelli, titulado “El Partido Único de los Estados Unidos”.

Un texto en el que subraya que el poder político en ese enorme país se dividió siempre entre el Partido Republicano y el Partido Demócrata, lo cual delata, o sugiere, el enorme mérito de ser una Nación, no dos ni varias. Mazzitelli dixit: “Como tienen que defender a sus ciudadanos, sus empresas, su estado y su sueño americano, su Unión es un dato importante. Nada para criticar”.

A continuación de lo cual recupera algo asombroso de la historia política norteamericana: “Hoy gobierna Joe Biden (Demócrata) antes Donald Trump (Republicano) Barack Obama (Demócrata) George W. Bush (Republicano) Bill Clinton (Demócrata) George H. W. Bush (Republicano) Ronald Reagan (Republicano) Jimmy Carter (Demócrata) Gerald Ford (Republicano) Richard Nixon (Republicano) Lyndon B. Johnson (Demócrata) John F. Kennedy (Demócrata) Dwight Eisenhower (Republicano) Harry S. Truman (Demócrata) Franklin D. Roosevelt (Demócrata) Herbert Hoover (Republicano) Calvin Coolidge (Republicano) Warren G. Harding (Republicano) Woodrow Wilson (Demócrata) William Howard Taft (Republicano) Theodore Roosevelt (Republicano) William McKinley (Republicano) Grover Cleveland (Demócrata) Benjamin Harrison (Republicano) Grover Cleveland (Demócrata) Chester A. Arthur (Republicano) James A. Garfield (Republicano) Rutherford B. Hayes (Republicano) Ulysses S. Grant (Republicano) Andrew Johnson (Demócrata) Abraham Lincoln (Republicano) James Buchanan (Demócrata) Franklin Pierce (Demócrata)”.

Suman 80 años de gobiernos Demócratas y 92 Republicanos. Y se pregunta Mazzitelli: “¿Así deberían funcionar las democracias pluripartidistas que (ellos) promueven para el resto del mundo?” Y responde: “Está claro que el Partido Único de los EEUU gobernó el Poder Ejecutivo el 100% del tiempo, desde hace 172 años”. Lo mismo ocurrió con el Legislativo, y ni hablar del Judicial. La simbiosis con el Poder Económico es enorme: “lo que es bueno para la General Motors es bueno para EEUU”.

Dado que en ese país las Fuerzas Armadas están subordinadas al Poder Político, a veces tienen conflictos con la prensa pero es un dato menor porque la unidad del Poder norteamericano soportó siempre los más grandes desafíos. Y ahí sigue. Impertérrita, como desarrolla Mazzitelli, quien reconoce que es verdad que están cruzados por cientos de contradicciones, pero lo incuestionable es que siempre “les fue muy bien en comparación con otras naciones. Extendieron su dominio territorial (a expensas de los pueblos originarios, de México, de Rusia, a la que le compraron Alaska) y así lograron un fuerte desarrollo industrial, comercial, científico, tecnológico y educativo. Una infraestructura envidiable. Generaron la mayor máquina de guerra de la historia. Fueron los primeros en fabricar dos bombas atómicas, como fueron también los primeros en lanzarlas, sobre sendas ciudades japonesas en 1945.

Así se transformaron –sigue MM– en la primera potencia mundial alrededor de aquella fecha. “Hoy tienen un arsenal de 5.500 ojivas nucleares, una agencia de inteligencia implacable. Y una diplomacia algo más torpe que la inglesa, pero bastante sofisticada”.

Claro que también las naciones de la periferia crecieron y se desarrollaron. Y varias de ellas hoy no sólo cuestionan el orden vigente sino que también lo desafían desde su propio desarrollo material. Pero nada de esto opaca el éxito del Partido Único de los EEUU, con sus dos líneas internas. Pero siempre las diferencias entre ambas se diluyen en favor de la unidad nacional. Desde allí se sienten con derecho a descalificar a cualquier gobierno del mundo, acusándolos de autoritarios, dictadores, tiranos y tanto más.

Así es como se meten en los asuntos internos de otras naciones, organizan golpes de Estado ("¡Daremos golpes a quien queramos!", amenazó Elon Musk en las crisis de Brasil y de Bolivia, por lo menos) y casi siempre imponen además sanciones económicas, o confiscan activos de países soberanos y muchas veces con beneplácito de súbditos y cipayos. “Nadie los eligió como jueces de otras naciones”, razona Mazzitelli, pero ellos funcionan así, aunque carezcan de autoridad moral.

Todo esto hay que tener en cuenta, porque vivimos y amamos (los que lo amamos) en un país de enorme parecido con los EEUU, ya que Argentina tiene todos los mismos recursos y en cantidades extraordinarias. Y sin embargo, aquí todo es diferente. Hay partidos nacionales pero también hay los que sirven a EEUU, Europa y otras potencias. Cuyos intereses y ambiciones se expresan en los Poderes Legislativo, Judicial, Económico, Periodístico y Militar. Como si en vez de un país, fuéramos muchos. Las divisiones internas se manifiestan en todas las instituciones y en una debilidad educativa y cultural que es de una inconsistencia letal para el desarrollo. “Divide y reinarás”, se sabe. Y divididos, nos hundimos. Nunca faltan cipayos. Y la moral sigue en agonía.

No debería perderse de vista, por eso, que el cambio de un mundo unipolar hacia uno multipolar, resulta en un paso trascendente pero para el cual acaso sea necesaria también la rebeldía. Que no es zonza ni necesariamente violenta y sí podrá ser el puente hacia el gran país decente y honrado que nos merecemos. Ése es el camino. @