En su obra “El intercambio desigual”, Arghiri Emmanuel empieza notando que, a pesar de los múltiples desacuerdos que tenían los economistas sobre los distintos tópicos de su materia, el único consenso que se había logrado era la necesidad de dejar libre el comercio internacional, una herencia ricardiana. No obstante, a la hora de gestionar el sector externo, los economistas hacían prevalecer el proteccionismo. Algo por el estilo ocurre con el “cepo” en Argentina, nombre periodístico que se le dio a las restricciones cambiarias que este año cumplen trece años. El consenso de los economistas es que hay que sacar el cepo, porque impide el crecimiento, la inversión, perjudica el comercio internacional, genera inflación, es el culpable de todo. Pero a la hora de la gestión, nadie lo saca. Sin ir más lejos, el ministro Caputo dejó entrever en la Bolsa de Comercio de Córdoba el 16 de agosto que el gobierno no tenía apuros en quitar el cepo. Solo el macrismo se animó a sacarlo, pero luego de una larga crisis tuvo que volver a poner esas restricciones.
No es intención de esta nota definir si el cepo es bueno o malo, sino comprenderlo dado que aparece mucha confusión entre los mismos dirigentes, y algunos economistas. La razón de esa confusión no es simple. Es que puede ser hasta alguna razón sociológica, por la cual el economista académico que quiera hacer carrera internacional se topará con profesores que no entenderán la problemática latinoamericana. Lo cierto es que entender el bimonetarismo, la deuda externa, la fuga de capitales, desde la óptica estadounidense, que todo lo financia con bonos del Tesoro de moneda nacional, parece imposible. La fuga de capitales la pueden entender, pero en su componente fiscal. Esa fuga es tal vez desde donde podemos empezar para hablar de la herramienta que se utilizó para combatirla: el cepo.
La fuga
Generalmente se suele enfocar a la fuga de capitales como un problema de los grandes grupos económicos que dolarizan sus excedentes, y cuyo carácter estructural en la economía argentina lo ha documentado adecuadamente el Área de Economía y tecnología de FLACSO. Una parte del cepo está efectivamente orientado a frenar la salida de divisas por remisión de utilidades o pago de deudas de distinta índole.
La cuestión en este punto es saber si ese fenómeno es local o si constituye un denominador común al cual se enfrentan todos los países en esta nueva etapa del capitalismo que se suele llamar “capitalismo offshore” del cual tenemos noticias continuas a través de las filtraciones como la de los “Panamá Papers”. Si es un fenómeno global, eso no puede explicar la especificidad de la economía argentina. Y la respuesta debe ser global, por lo que el cepo tendría poco sentido.
La otra arista que suele aparecer es el caso islandés, país en el que la tasa de interés de era del orden del 15 por ciento en 2008 (mientras la inflación era de 12 por ciento) lo que trajo enorme cantidad de capital británico para hacer el carry trade. El modelo de bicicleta financiera es el que Federico Sturzenegger puso en marcha en 2016 y que terminó de explotar en 2018 cuando los 10.000 millones de dólares que habían entrado a Argentina a hacer una diferencia se fueron todos juntos. Es el peligro de tener un diferencial de tasa de interés positiva respecto del resto del mundo: se atraen lo que en los noventa se llamaba “capitales golondrinas”. En ese caso, se hubiesen necesitado restricciones cambiarias a la salida de capitales, tales como pusieron los islandeses en su momento, y que levantaron desde entonces. El gobierno de Mauricio Macri prefirió financiar esa salida de capitales a través de la deuda externa. Pero ese no es un problema actual para Argentina.
Lo que sí parece específico de Argentina es el nivel de ahorro en dólares que tienen la clase media y las Pymes, y que en gran parte realizan para cubrirse de una devaluación o para comprar vivienda, mercado valuado en dólares. La Formación de Activos Externos (FAE), es una cuenta que registra la compra de dólares para ahorro o inversión en el extranjero que empezó a hacer el Banco Central a partir de 2002, luego de la convertibilidad. Es la compra de dólares que realizan los argentinos a través de los bancos y cuya contraparte vendedora es el Banco Central, es decir las reservas internacionales.
Durante la crisis internacional de 2008 y su rebote europeo de 2011, la FAE fue de 25.000 millones de dólares por año -o sea, la mitad de las reservas-. Luego de las elecciones de 2011, se definió que el Banco Central limitara la venta de sus reservas a la población. Ahí empezó “el cepo”. Cuando Macri abrió de nuevo la posibilidad de compra de dólares en Argentina, se fueron en total 86.000 millones de dólares en cuatro años en concepto de FAE. Esa cuenta fue la más importante de saldar, mucho más que la remisión de utilidades y la salida del carry trade, y la que se trató de solucionar con la deuda externa durante ese mismo gobierno. Ya conocemos la historia: al final de su gobierno, Macri tuvo que volver a poner el cepo para evitar una crisis mayor. Deuda y fuga quedaron emparejados como dos bailarines de tango, que solo el cepo podía separar.
El elefante blanco
No queremos opinar aquí si el cepo es bueno o malo, pero hay un circuito que merece al pena mencionar, el único sector dolarizado de la economía, el elefante blanco en la habitación del cual nadie habla: el sector inmobiliario. Es un sector que sufre mucho cuando hay restricciones de divisas, porque la compraventa de departamentos cae casi a la mitad de su valor, pero que no se adapta como los otros sectores a los cambios macroeconómicos.
La compraventa de un departamento en Argentina se hace en dólares billetes, en un lugar prefijado que puede no estar acondicionado a ese efecto (por ejemplo, la oficina de un escribano). Raramente, esta transacción puede darse en un banco, que si cuenta con las medidas de seguridad necesaria. Como la transacción se hace en billetes, las inmobiliarias ofrecen personas que pueden llevar los dólares en ropa especialmente preparada (doble bolsillo, por ejemplo) como si se estuviera rodando una película de Hollywood. Paralelamente, se debe realizar la logística para preparar los billetes: si están manchados, si tienen cara chica, la máquina de contar billetes. Nadie pregunta por el origen de ese dinero. Al contrario, suele existir una diferencia entre la valuación que aparece en la escritura oficial y la valuación real (el dinero efectivamente pagado). Si lo viera un turista sueco, pensaría que se trata de la repartija posterior a un atraco. Lo que en otros países se debe resolver en un clic, lleva en el AMBA una secuencia de alto impacto visual y la intensidad de una película de la saga Misión Imposible.
El sector inmobiliario, al comportarse como un importador, requiere de muchos dólares. En CABA y Provincia de Buenos Aires, es un mercado que mueve 17.400 millones de dólares cuando no hay restricciones cambiarias y 10.000 millones cuando las hay. Suponiendo que una parte de esos dólares circulan hacia otros sectores económicos luego de cada transacción, el flujo de dólares necesarios a la actividad es constante, y el Banco Central suele ser el proveedor de esos dólares.
Esto, que no existe en ningún otro país del mundo, debe enfatizarse. Tal vez es otra cara de la Formación de Activos Externos, que tampoco existe en otro lugar en el mundo por montos promedios de 20.000 millones de dólares anuales y con la facilidad de un clic en el celular.
Es muy probable que el sector inmobiliario esté vinculado al sector externo y al bancario, y esto se puede ver en las dos últimas grandes crisis económicas de Argentina: tanto el 2001 como las devaluaciones de 2018/19 fueron precedidas de récord de créditos hipotecarios. En un libro reciente, el economista Federico González Rouco repasa la serie histórica de los créditos hipotecarios en Argentina, que salta de un promedio de 15 por ciento del PIB entre 1958 a 1998, a niveles récord de 32 por ciento en el año 2000,. Al año siguiente, estalla la convertibilidad, y los depósitos quedan en el corralito bancario. Lo mismo se podría agregar de la fiebre de los créditos hipotecarios UVA del 2017, cuando el Banco Nación hizo una política activa con ese instrumento en tiempos de elección legislativa de medio término. Al año siguiente se desmoronó el modelo económico de Macri.
Si hay una vinculación entre boom de créditos inmobiliarios y crisis del sector externo, este debe encontrarse en el apalancamiento que le dan esos créditos a la compra de dólares del Banco Central. Es como si se diera un crédito masivo para que la gente compre automóviles importados: la balanza de pagos no resistiría. Y si, como en la Convertibilidad, los dólares utilizados en los créditos son los dólares depositados por los ahorristas, la crisis externa e inmobiliaria se conjugan con una crisis bancaria. Eso fue el 2001.
Poner fin al bimonetarismo
Los nuevos créditos hipotecarios UVA ofrecidos por el gobierno dependen mucho de si se abre o no el cepo. Si no se abre, obligan al comprador a hacerse de dólares a través de la bolsa, lo cual genera un problema respecto del precio de ese dólar paralelo, mucho más elevado y volátil que el oficial. Además, el impulso que pueden dar esos créditos a la demanda de dólares puede hacer explotar la brecha cambiaria. Si se abre el cepo, es posible augurar que estaríamos en los prolegómenos de una tercera gran crisis argentina en este siglo XXI.
La consecuencia de lo anterior es que, para ayudar a lograr la estabilidad macroeconómica, es necesario ocuparse del sector inmobiliario. Así como se le dijo a la industria automotriz en diciembre de 2019 que, en vez de importar vehículos a mansalva como hacían durante el macrismo iban a tener que producirlo localmente, es necesario pensar instrumentos de pesificación del sector inmobiliario. “Sustituir la importación de departamentos”, aunque suene alocado, sabiendo que en verdad la locura es lo que pasa en la actualidad. La idea de los UVA hubiese sido buena si se imitaba el modelo chileno, en el cual la Unidad de Fomento utilizada en los créditos inmobiliarios (y de otros bienes durables) es recibida tal cual por el vendedor. El UVA tiene sentido si se evita el dólar, no lo tiene si se lo potencia.
Para cerrar, es importante mencionar que usar el cepo como concepto totalizador de un conjunto de instrumentos cambiarios solo embarra el camino a una solución. Se es contra el cepo, y en algunos casos a favor. Se critica el bimonetarismo pero no queda claro la solución. Sin dudas hay que ir caso por caso para desdolarizar la economía, y para eso empezar con el único sector dolarizado desde la dictadura militar: la vivienda. Y de esa forma dar la oportunidad de cumplir el sueño de la casa propia en Argentina.
*Docente e investigador del Área Estado y Políticas Públicas de la FLACSO Argentina. Economista del Centro Cultural de la Cooperación.