La música necesita ser leída no sólo por quienes interpretan pentagramas. Los 600 discos de Latinoamérica es un proyecto que invita al descubrimiento y al debate cultural, esa perla perdida en el océano. Después de tres años de trabajo (con las interrupciones lógicas de un grupo de personas y sus obligaciones respectivas), de debates candentes a miles de kilómetros, el equipo llegó a una cifra. En principio fueron 2000, de ahí pasaron a 500 y el consenso quedó en 600. En lo que desde afuera podría pensarse como una pelea de redes sociales, hay una distinción que sus responsables se encargan de hacer: "Es cierto que partimos de una discusión en Twitter, pero ser usuarios de esa plataforma no fue la causa del debate. Somos investigadores, críticos musicales, y hemos aprendido mucho confeccionando la lista", explica el peruano José Luis Mercado, creador de Rock en las Américas.

No son los 600 mejores, ni los favoritos, ni mucho menos responden a una cuestión de ego personal. El equipo se ha arremangado para una tarea de largo oído: recopilar, (re)escuchar y reseñar aquellos trabajos discográficos que, por el motivo que le quepa a cada uno, han hecho mella en la historia de nuestra región. Un festejo al ruido atronador de este continente más famoso por sus faltas que por lo que conseguimos resolver a partir de ellas.

De esos, 92 discos son argentinos (sólo detrás de México, con 101). Y aunque es posible que el conteo provoque conflictos, esta iniciativa pasa por otro lado. "La dinámica en redes es sólo reacción, no hay análisis", comentan sus impulsores. Pensar en el proceso laborioso de 600discoslatam.com descubre otra cucarda: la que vanagloria el poder de la palabra escrita. La idea podría haberse ejecutado con una saga de videos, colección de reels o serie documental. Pero la motivación siempre estuvo marcada por el texto.

Gracias a un diseño limpio y de fácil navegación, el sitio permite recorrer el total de candidatos, agrupados de a 100, de la misma manera en la que han sido develados. Incluso puede tomarse como un juego: haciendo scroll con los ojos cerrados para luego darle play al primer disco que el mouse revele, o tratando de imaginarse el origen de los artistas desconocidos, dato que las plataformas de streaming ignoran voluntariamente.

Si algo ha pegado la vuelta, es lo acontecido con lo que se entiende por concepto. En especial, en lo que refiere a la música. Si en algún momento hubo una demanda de construir ideas en torno a un grupo de canciones (sea como respuesta al hartazgo de discos presentados como una concatenación de hits, o por la necesidad de escuchar un nuevo relato), hoy los temas se desparraman con una volatilidad peligrosa, donde su capacidad de ser memorables es olímpica.

La música contemporánea se ha sobreprotegido de envoltorios impermeables que no suponen otro propósito que el de ser devorados. Y la construcción de un concepto ha terminado siendo la única demanda. Se exige mirar al artista, conocer la ropa que lleva y encontrar una nueva paleta de colores en sus perfiles de internet. Con eso ya es suficiente para entretener y que la música adicione, como un aliño alcalino. Nombres aleatorios para un plato principal devorado con nervios de primera cita. Mirar hacia atrás, sin romantizar el pasado, es una oportunidad que cualquiera puede tomarse con este sitio como hoja de ruta.

El descubrimiento suscitado en el ejercicio de escuchar música añade un argumento más que seductor: por un lado, es acoplar nuevos sonidos pero también, en otro orden de oyente, ir desentrañando cebos de la producción, amigarse con determinadas instrumentales o descubrir que aquel viento que tanto te gustaba era en realidad otro tipo de triquiñuela compositiva. Trabajo de estudiosos, detectives. En definitiva, de darse el chute y dejar que las miles de canciones que integran el proyecto hagan lo suyo.

¿Qué representa Latinoamérica para el resto del mundo? ¿Cuántos discos nacidos en este lado son capaces de nombrar? ¿Son conscientes de que la hegemonía musical, como parte de ese todo cultural, no queda exenta de una cronología imperialista? Nuestra identidad como latinos es tan abarcativa y contrastante que tal vez haya funcionado como argumento para la visión homogeneizante de cualquiera que no haya atravesado nuestras fronteras. Latinoamérica es el bombo legüero de Los Bunkers y el teclado de Pablito Lescano, el romance rebozado de Juan Gabriel y el tropicalismo de Beth Carvalho.

¿Reunimos un rasgo en común identitario a la hora de ser latinoamericanos? El periodista mexicano Juan José Zapata, que vive en Argentina, opina con mirada de sociólogo: "Recuerdo lo que dice García Canclini sobre que somos una tensión constante entre lo moderno y la tradición. Me parece que el top 10 refleja eso, como el cruce entre Re de Café Tacvba y Chavela Vargas, por ejemplo. Es esa costumbre de mirar hacia la raíz y construir con lo actual". En tanto que José Luis Mercado suma: "Creo que no somos algo homogéneo, somos conflicto. Y tuvimos críticas por el primer puesto por ejemplo, que se trata de un disco grabado en Nueva York: Siembra, de Willie Colón y Rubén Blades".

La iniciativa (cuyo equipo también incluye a Jorge Cárcamo, chileno, coleccionista de discos y difusor de música vieja y nueva) contribuye a descolonizar nuestras escuchas, a darle pausa al compilado anglo que puntualmente figura en los algoritmos de novedades, a transitar los lugares propios y de nuestros vecinos. El ejercicio se imita en sus participantes, porque las nacionalidades saltan en toda su extensión. El periodista argentino Gaby Plaza, por ejemplo, escribió sobre discos de Fito Páez y Atahualpa Yupanqui.

Llegó al proyecto a través de la colega venezolana Mercedes Sanz: "Faltaba una representación de esta parte del sur, y ella quería seguir ampliando la mirada sobre la identidad regional. No estoy de acuerdo con posicionar los discos con números, aunque respeto y valoro el trabajo de los colegas. Lo más interesante es la posibilidad de crear un mapa de música haciendo foco en la popular, porque siempre que se hacen estas acciones son desde el rock o tienen una mirada yankee, son ellos los que miran y deciden cuáles son los mejores. Y esto es al revés. Ayuda a conocer a otros artistas que por distancia ignoramos, y en esa riqueza se puede observar la diversidad de los países, lenguajes, otros ritmos. Es una lista irreverente y caprichosa, y a la vez muy saludable. Estaba en deuda hacer un trabajo así", cuenta.

"Cada periodista aporta desde su mirada, que depende de su ubicación geográfica y entonces tiñe de color local, atravesada por todas las circunstancias sociales de su país, interactuando con el continente. La lista podría servir como metáfora de la pintura del uruguayo Joaquin Torres García, donde invierte el mapa para dejar el sur en el norte y al revés. El sur se percibe en el centro y al norte en la periferia, para dar otro punto de vista de la fortaleza cultural de la región sur y de América Latina frente a la visión imperialista", suma Plaza.

Otra incorporación entusiasta a Los 600 discos de Latinoamérica fue Martha Estrada, periodista guatemalteca y fetichista del flan mixto argentino, es también parte del equipo del sitio dedicado a la difusión musical El Timbre Suena. "Me contactó la periodista peruana Zoila Antonia Benito. Fue un abrir de conciencia de lo que me había perdido de Latinoamérica. Crecí con un prejuicio, nunca tuve contacto con música boliviana o hondureña, ni me di la oportunidad de prestar atención a escuchar música de gente que compartía mi contexto. Siempre fui con la música anglosajona."

"Eso empezó a cambiar cuando descubrí a Miranda! en MTV Latinoamérica en 2004 y transformó la manera de vincularme con música de mi propia lengua", dice Estrada. "Esta lista ayuda a darse cuenta de que en Centroamérica lo que falta es representación, pero hay gente que está lo suficientemente interesada en construir, revisitar y darle un nuevo contexto. Desde lo social, creo que en Latinoamérica hemos crecido con represión y construido con carencias, por eso es importante que abonemos al tejido social, necesario para hacerle frente a Estados Unidos y que deje de ser nuestro parámetro."

En resumen, podríamos darle tres niveles de interacción a esta misión apoteósica que reviste a Los600discosLatam:

  • El intelectual, porque al leerlo despierta la impotencia hacia aquello que no conocemos (¿cuántos son capaces de nombrar otro artista guatemalteco que no sea Arjona?)
  • El histórico, porque hablar de música es además interactuar con las dinámicas sociales, culturales y políticas en las que se produjeron tales obras y por ende influyeron en su impacto
  • Y el emocional, porque nada más entretenido que regresar a los tiempos donde estos discos funcionaron como bandas sonoras de nuestras vidas.


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