Una vez más, una crisis azota a la sociedad Argentina. La respuesta oficial ha sido un férreo plan de ajuste, junto al inicio de una renovada ola de reformas de liberalización económica que pretenden lograr un cambio refundacional del contrato social. Pero por mucho que al campo político e intelectual progresista -me incluyo- no le guste el sentido del cambio, ni sus consecuencias, el resultado democrático electoral legitima el rumbo. Sin embargo, comprender correctamente el momento, hace a la posibilidad futura de revertirlo, utilizando para ello el conocimiento objetivo de la realidad y las herramientas que ofrece la democracia.

La actual crisis socioeconómica no sigue el patrón de los ciclos que ha experimentado el país desde la posconvertibilidad. Los acontecimientos y sus tendencias no se comportan como en otras fases relativamente conocidas y recientes de crisis. Los procesos que tienen lugar actualmente están lejos del asimilarse al 2009 o el 2014, tampoco al 2016 o, incluso, al período 2018-2019. No es correcto compararla con los deterioros por pandemia de 2020, ni a la retracción de 2022. Y esto no por su magnitud, ni tampoco por la identidad político-ideológica de quienes la han desencadenado y la buscan cabalgar.

La mejor lectura que podemos hacer del escenario actual es que es el resultado de una acumulación de desajustes mal gestionados y contenidos durante demasiado tiempo. Una posible hipótesis científica que puede acercarnos a entender de manera más acertada el devenir de los hechos es que lo que estamos transitando es una crisis sistémica -de naturaleza, carácter y alcance tanto económicos como políticos y de orden, también, cultural- en lo que ha sido un tiempo medio o largo en la historia de nuestro país. En ese sentido, un sistema inestable, en fase de agotamiento, abierto al cambio y sin posibilidades de volver atrás.

En un sentido progresista de la historia cabe afirmar que el modelo político-económico posconvertibilidad -sin importar quien lo gobernara-, llegó a su fin. Por fin, dadas las evidencias de los resultados y la degradación de oportunidades. Un modelo fundado en el consumo interno subsidiado, dirigido a trabajadores y sectores medios, sin tasas de inversión, productividad y exportaciones crecientes, en una sociedad estimulada por las promesas de progreso; más allá de sus intenciones, no podía llegar muy lejos. 

Mucho más, aunque no solamente, a partir de los cambios ocurridos en la economía mundial con la crisis financiera de 2008-2009. La emisión monetaria sin respaldo, el endeudamiento interno o externo capacidad de pago, la ausencia de reformas fiscales integrales, el desequilibrio crónico en las cuentas públicas, entre otras malas praxis, generaron el resto: falta de inversión, pérdida de activos, caída en la generación de empleo, inflación, aumento de la pobreza crónica y de una brutal desigualdad estructural (aunque esta última siga invisibilizada por las estadísticas sociales).

Sin embargo, ante cada síntoma de agotamiento, con cada nueva elección, la racionalidad política le ganó una y otra vez a la económica, sin que cada nuevo escenario político hiciera posible superar los límites que imponía el modelo surgido de las crisis del 2001-2002; ni en clave progresista, ni tampoco cuando le tocó el turno al sector centro-liberal, o como quiera caracterizarse al período de cambiemos. Por lo mismo, la actual crisis es una acumulación desatada de manera tardía: quizás por ello sus alcances y la naturaleza de sus protagonistas.

La situación presente emerge como la herencia conservadora, más allá de sus relatos o intenciones, socialistas, populistas o liberales de los gobiernos del siglo veintiuno. Debido al abuso que las dirigencias políticas hicieron de la paciencia social, el péndulo de la historia ha retornado golpeando con especial fuerza, dejando atrás el pasado, y poniendo en escena un agresivo discurso de libertad de mercado por sobre la intervención del Estado, del interés individual por sobre la justicia social, de la concentración de capital por sobre la distribución de la riqueza, de la garantía a una permanente exclusión asistida por sobre el acceso a un trabajo digno para todos.

En ese contexto resurgen desde la sociedad -no solo desde los actuales gestores políticos- signos, gestos y relatos de una derecha individualista y autoritaria, largamente contenidos, nunca integrados a una síntesis cultural. A lo que se suma un cambio generacional de tipo cultural, tanto en sectores populares como medios, sometidos a un contexto de empobrecimiento, movilidad descendente y sin horizonte de futuro ni proyecto de sociedad pasada que valga la pena defender. Por lo mismo también, una particular crisis política, también social y del orden de lo ideológico-cultural.

En ese marco, asumiendo la teoría de los sistemas sociales complejos alejados del equilibrio, lo que estamos transitando sería apenas el fin de una época, no necesariamente -ni más probablemente- sus contenidos constituyen el inicio de una nueva. Siguiendo este supuesto, la crisis sistémica estaba presente y, desatarla, no era algo necesario sino inevitable. El modo de hacerlo, y la identidad de quienes protagonizan el proceso, son también fruto de esta dinámica compleja. Quizás no por ser los mejor dotados, en realidad, porque no hubo otros que, eventualmente con mejores objetivos y maneras, tuvieran la voluntad, intensión y capacidad de asumir esa responsabilidad de dar fin a un ciclo histórico. 

En este sentido, cabe sospechar que la ola libertaria no es el inicio inevitable de algo nuevo, sino apenas la manera inevitable en que ha sido posible dar fin a lo viejo. Por lo mismo, lo nuevo en el campo económico, social, político y cultural todavía está naciendo. Cuánto más o menos libertarios o progresistas serán sus contenidos no dependerá sólo ni fundamentalmente de las intenciones del actual oficialismo político; sino del conjunto de los actores sociales con voluntad y visión de futuro.

En números

Tal como había estimado el Observatorio de la Deuda Social Argentina de la UCA varios meses atrás, según los microdatos oficiales de la EPH-INDEC, la pobreza por ingresos registró en promedio un 55 por ciento durante el primer trimestre de este año, y, mucho más grave, la tasa de indigencia un 20 por ciento. Nada que sorprenda: el 44 por ciento de las personas ocupadas residen en un hogar pobre. Al mismo tiempo, la situación de la infancia alcanza cifras récord: 7 de cada 10 niños viven en un hogar pobre, a la vez que 3 de cada 10 lo hacen en un hogar indigente, es decir, con ingresos que no permite cubrir el valor de una Canasta Básica Alimentaria. Esto a pesar de la sustantiva mejora que registraron las transferencias por Asignación Universal por Hijo y la Tarjeta Alimentar durante este período.

Sin embargo, un año atrás, si bien la situación en materia de pobreza y de indigencia eran menos acuciantes, estaba lejos de ser un ideal: 38,7 por ciento y 8,9 por ciento respectivamente. Y el análisis de la evolución trimestral de ambas tasas da cuenta que estos problemas se venían agravando antes de finalizar 2023. En efecto, en el cuarto trimestre de 2023 la pobreza había ascendido al 45 por ciento y la indigencia al 14,6 por ciento.

Sin embargo, hay un antes y un después de diciembre de 2023. La política económica adoptó la caída de los ingresos y del consumo como instrumentos para retraer la dinámica inflacionaria. Esto retrajo el nivel de actividad y de empleo en las unidades económicas vinculadas al consumo interno y entre los trabajadores autónomos, especialmente en el sector del trabajo informal.

Justamente esto explica la caída de sectores medios y trabajadores formales en la pobreza, cuyas remuneraciones no lograron acompañar a la inflación (incluidos los jubilados y pensionados), al mismo tiempo que caían a la pobreza extrema trabajadores informales pobres, afectados por la falta de demanda de trabajo y mayor competencia de precios; o, incluso, jubilados con haberes mínimos y sin otros ingresos.

Ahora bien, pasado el primer trimestre, la situación ha tendido a estabilizarse, al mismo tiempo que logró reducir el ritmo de la inflación. Las remuneraciones promedio de los trabajadores asalariados comenzaron a superar la tasa de inflación, sobre todo el valor de la Canasta Básica Alimentaria (con aumentos por debajo del nivel general de inflación), lo que permitió una relativa mejora en el nivel de consumo. 

A ello cabe sumar mejoras parciales en los haberes jubilatorios y de los programas sociales, los cuales, si bien no lograron alcanzar los niveles de noviembre 2023, sí logran mejoras efectivas con respecto a diciembre-enero. En este contexto, según nuestros pronósticos, tanto la indigencia como la pobreza habrían caído durante el segundo trimestre del año, alcanzado valores de alrededor del 17-18 por ciento y 49-50 por ciento, respectivamente. A la vez que la situación en julio parece nuevamente amesetarse. Ahora bien, ni en los peores momentos de esta crisis se desbordó la situación social. No sólo porque la “procesión va por dentro” sino por las crisis -debido a la falta de un pasado deseable y de un horizonte asegurado- disciplinan, asisten a las políticas de ajuste y a las estrategias de control social.

Hacia adelante, dado que cabría esperar que la inflación siga bajando y que las remuneraciones continúen lentamente ajustándose al alza, lo cual permitiría cierta reactivación del consumo, es posible suponer que continúe cayendo lentamente la indigencia como la pobreza, pero todavía de manera muy lenta, sin cambio alguno en la matriz económico-ocupacional que genera los niveles estructurales de pobreza que registra la Argentina. Para superar estas privaciones se necesita de la creación de más y mejores empleos, lo cual se genera a través de un programa de estabilización y de crecimiento económico, mayores tasas de inversión, un número mayor y más productivas pequeñas y medianas empresas.

Sin embargo, este horizonte todavía no está a la vista, ni tampoco adopta contenido en la agenda del oficialismo. Todavía la crisis y su pasado dominan el debate político, al tiempo que los sectores populares luchan a diario para sobrevivir al presente. Sin embargo, aunque en los próximos meses la crisis de coyuntura se vaya quedando atrás, generando con ello un relativo alivio a clases medias, trabajadores formales y a los sectores informales pobres, todavía no estará clara la salida de la crisis sistémica. ¿Están las dirigencias políticas, sociales e intelectuales de este país en condiciones de ofrecer apuestas innovadoras a esta oportunidad histórica? De ello dependerá las posibilidades de salir de lo viejo por pasar y de avanzar en la construcción de lo nuevo por venir.

* Instituto de Investigaciones Gino Gemani-UBA-Conicet / Observatorio de la Deuda Social Argentina, ODSA-UCA.