Una de las estrategias y las metáforas más clásicas que tuvo la literatura y la cinematografía a nivel global para representar el amor homosexual en tiempos represivos fueron las rivalidades y los duelos -generalmente hasta la muerte- entre varones. Es un tópico que se puede se hallar en incontables películas, novelas, relatos y obras de teatro: dos hombres se enfrentan y luchan durante toda su vida por el mismo objeto de deseo -frecuentemente una mujer, aunque en ocasiones un territorio, una mina de oro o un pozo de petróleo- pero, en el fondo es para pasar la vida juntos disputando y a la vez escondiendo las corrientes eróticas subterráneas que fluyen entre ellos. El mensaje implícito parecía ser que, si la sociedad condenaba y no permitía el libre y placentero despliegue del Eros, la única manera de consumar los impulsos libidinales intramasculinos era a través de la agresión, la violencia y el Tánatos.
Así, entre tantos ejemplos, se suele señalar que en la obra de teatro “Bodas de sangre” (1933) de Federico García Lorca, la Novia no tiene sexo ni con el Novio al que deja plantado frente al altar, ni con Leonardo, el amante con el que huye el día de la boda. Las únicas bodas que se producen son de sangre en el duelo entre Leonardo y el Novio. En efecto, son los dos varones, “morenito el uno, morenito el otro”, los que se enfrentan cuerpo a cuerpo bajo la romántica luz de la luna y entran cada uno en las carnes del otro a través del fálico cuchillo como en una especie de eco trágico de la cópula. Fue la singular manera que tuvo García Lorca de poner en palabras "el amor que no osa decir su nombre".
A nivel local, fue nada menos que Jorge Luis Borges -de quien este mes se celebra el 125° aniversario de su nacimiento- quien mejor dio cuenta de esta estrategia que teóricos académicos como René Girard o Eve Kosofsky Sedgwick titularon “deseo mimético” o “deseo triangular”. En efecto, los poemas y los relatos de Borges están poblados de comunidades homosociales, es decir de universos de varones sin mujeres” y de guapos, gauchos, cuchilleros, tahúres y matreros que se enfrentan por ganar una trucada, un campo o a una mujer (la Lujanera, Juliana Burgos, entre tantas otras otras), lo mismo da, porque, en el fondo son meros objetos intercambiables que sirven, quizás, para ocultar deseos reprimidos.
El episodio “El más fuerte” de la genial película “Relatos salvajes”, puede inscribirse en esa tradición. Por empezar, la ficción ideada por Damián Szifron se sitúa en un paisaje con reminiscencias lorqueanas y borgeanas: las calurosas y tórridas soledades de la Ruta 68, en el camino que va entre Cafayate y la ciudad de Salta. En este caso, los varones que se enfrentan para ver quien es "el más fuerte" o "el más hombre" son el empresario millonario Diego Iturralde (Leonardo Sbaraglia) quien conduce un vehículo de alta gama y Mario (Walter Donado), un albañil al frente de un viejo y derruido Peugeot 404.
Así, al clásico duelo entre masculinidades tóxicas propio de las películas de acción, western y o aventuras de todos los tiempos, Szifron le añade un aditamento argento: el componente clasista. Componente clasista que se expresó en diversas antinomias de la historia local (unitarios versus federales, civilización versus barbarie, conservadores versus radicales, peronistas versus radicales, republicanos versus populistas, “gente de bien” versus vagos, “planeros” y piqueteros, entre otras) y al que actualmente denominamos "grieta".
Es una ideología (o conciencia de clase) que se manifiesta en el desprecio mutuo entre los sectores privilegiados y los sectores populares y que genera una práctica y una mitología de la exclusión que siempre va en desmedro de los sectores más desfavorecidos en términos económicos. A su vez, ese componente clasista no solo está presente desde los orígenes de las letras locales (el apuesto unitario con las patillas en forma de “U” en pugna con los carniceros federales del relato “El matadero” de Esteban Echeverría), sino también desde el primer cuento explícitamente gay de la literatura argentina (“La narración de la historia” de Carlos Correas de 1959 que narra un levante callejero y una historia de amor y desprecio entre un burgués y un joven suburbano). A su vez, tanto “El matadero”, como “La narración de la historia” dan cuenta de que todo lo que repele también atrae y de que, tradicionalmente, los sectores privilegiados han abusado de los sectores populares no solo en términos económicos y laborales, sino también sexuales.
Como en la célebre escena de “Río Rojo” (Hawks, 1948) en donde el personaje interpretado por el antológico machirulo John Wayne y el caracterizado por el frágil y vulnerable Montgomery Clift intentan demostrar quien dispara más lejos con sus revólveres, en “El más fuerte” sendos personajes antagónicos encarnados por Sbaraglia y Donado intentan demostrar quien la tiene más larga montados en sus propios objetos fálicos: los automóviles que reemplazan a los cuchillos o las pistolas del pasado.
El duelo entre Diego y Mario, que se expresa en el duelo entre el Audi A4 y el Peugeot 504 incluye todos los ritos de un apareamiento amoroso: persecuciones, luchas cuerpo a cuerpo, escabrosas humillaciones que lindan con metáforas sexuales y concluye con la muerte de ambos (el orgasmo o la intensidad del placer se confunde en ocasiones extraordinarias con la muerte) en el puente que cruza las aguas que llevan no casualmente el singular nombre de Río de las Conchas (situado en la Quebrada de las Conchas).
La película se permite la humorada de señalar que, tras encontrar los cuerpos entrelazados por la lucha interminable de Diego y Mario, la policía presume que se trata de un crimen pasional. Quizás el chiste sea una mera apariencia que, en clásica interpretación freudiana, encubre una parte de la verdad. Quizás el apareamiento violento y el éxtasis de la muerte haya sido la única manera y el destino posible que encontaron el apuesto empresario y el recio mecánico para redimir tanto los prejuicios sexistas propios de las sociedades patriarcales y heteronormativas como los prejuicios clasistas de las sociedades capitalistas. En todo caso, cumpliendo el deseo ancestral de los amantes de todos los tiempos, como Romeo y Julieta, como Leonardo y el Novio, como Juan López y John Ward de ese otro relato borgeano, Diego y Mario mueren juntos y abrazados.