Son escenas, pequeños párrafos, aforismos, fragmentos, poemas. No tienen un plan, han aparecido al salir algunos libros de mi biblioteca personal. Libros marcados, que contienen la cita y que se organizaron luego, al pasar al texto, sin olvidar su origen, pero con leves deformaciones, no pocas veces deliberadas.

Naipes marcados

Subrayar un libro es, para el lector que escribe, como marcar el naipe para el jugador de ventaja; trasunta una leve trampa, un re-conocimiento destinado a la memoria, al juego de la relectura.

Así se abre la primera escena, con Maquiavelo, en el exilio de una casa de campo en diciembre de 1513 jugando una partida de naipes en una hostería junto a dos molineros, un panadero y el propio posadero. El naipe es poroso de humedad y de sombra. Ha jugado con la astucia que caracteriza al florentino, ha ganado unas cuantas monedas. Luego, se retira a su escritorio. Antes de entrar, se despoja de su vulgar vestimenta y enfunda su cuerpo en “paños reales y curiales” para tratar con los libros, los grandes clásicos, olvidado de todo, entregado al diálogo con los muertos ilustres.

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Nicolás Olivari escribe: El Hombre de la Baraja y la Puñalada. Este es el actor William Powell. Su personaje, un hombre sucio ante la opinión del mundo en un traje perfecto e inverosímil, y con la baraja que desliza en la mano izquierda. Es un jugador de trampa que busca redimirse en el amor.

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En El Sueño de los Héroes, Bioy Casares le hace narrar al doctor Valerga, un caudillo parroquial, un hombre de coraje y traición, una partida de truco. Él es el punto, el que va a perder. En la mano postrera, el rival canta una flor.

- ¡Flor de tajo! - dice Valerga, y le tira las cartas a la cara al otro, un pequeño tahúr, pasándole el filo de los naipes por la garganta.

Alguien dijo que, entre los naipes, llevaba disimulada una navaja.

Aforismos

“MACBETH O PERON”- consigna escrita en un paredón rosado como revés de naipe del barrio de Balvanera, en septiembre de 1945. La grafía es temblorosa, y la autoría sospechada de literatura.

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Atribuida a un ignoto escritor nicoleño, esta sentencia, bien pudo ser de Válery. Como sea que fuere, me pregunto: ¿qué habrá sentido el que la leyó, al pasar, una solitaria tarde de domingo frente a ella?

“ES MÁS TARDE DE LO QUE PIENSAS.”

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Quien ha visto poesía en todo, pudo escribir estos versos:

Llevate el gris/

que el gris va a ser la tierra.

(De un electricista a otro, a propósito de un cable a colocar, según Esteban Peicovich, en “Poemas Plagiados”.)

Psicológicas

Bremen, 1909. C. G. Jung, interesado en visitar las momias de las cámaras de plomo, arrastra consigo a dos colegas: Freud y Ferenczi.

- ¡Pero qué gusto tiene usted con los muertos! -le reprocha Freud. Más tarde, en su habitación, sueña que es asesinado por Jung, pero el criminal tiene el rostro de su padre.

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En un café del Centro de París, Lacan acosa a Marguerite Duras con preguntas. Ella le habla del personaje de uno de sus libros (El arrebato) al que ha llamado: Lol V. Stein. Lacan intenta convencerla de que la idea se remonta a la niñez y que, en efecto, no es más que el nombre cifrado de un juego de niños: Lol (papel) V (tijera en el lenguaje de los sordomudos) Stein (piedra).

Y hace la mímica del juego, ante la mirada incómoda pero siempre indiferente de los parroquianos parisinos.

Hay alguien en mi cuento

Así como se ha dicho que el hombre del macintosh que aparece en el Ulises de Joyce, en el capítulo sexto -la escena del funeral- y atraviesa una o dos veces más por detrás de los actantes, es el mismo Joyce- cual si de Velázquez o de Hitchcock se tratara- hay un intruso en el cuento de Hemingway: “Gato bajo la Lluvia”.

Se recuerda: una mujer americana baja del cuarto de hotel donde deja pasar las horas junto a su marido para traer un gatito que ve desde la ventana, bajo la lluvia; no lo encuentra, la mujer desea tenerlo y, por supuesto, acariciarlo. Se han dado muchas interpretaciones sobre este relato. Pero nadie ha visto hasta ahora, que el hombre con piloto que cruza la vereda cuando la mujer sale del hotel, es Hemingway.

¿Qué duda cabe?

Una tradición de relatos y plagios

Melville -o quizá Stevenson- oye este relato en una taberna portuaria: la nave se iba a pique, el capitán le rezongaba a su primer oficial porque se había presentado sin afeitar. Se trenzan en una discusión filosófica. Mientras recorren las esclusas, ven a un marino fumando tranquilamente una pipa (los otros estaban borrachos y en retirada). El primer oficial defiende la posición del marino que, informado de ese destino final de la nave y de su tripulación, todavía se da su tiempo para fumar

¿Qué diferencia hay entre afeitarse, cerrar esclusas y fumar, si la vida es una incógnita en su desenlace? Tras un momento de duda, el capitán mira a su oficial. “Bien pensado, deme un puro”, le dice.

Minutos después la nave explota gloriosamente.

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Cuando se construye una tradición literaria es preciso echar mano de mitos y leyendas y contarlas de otro modo. Eso lo supo bien Hawthorne cuando escribió: Cuentos contados veces, y Poe le dedica una larga reseña a propósito de su teoría del cuento. Hasta señala un pequeño plagio porque, claro, el plagiado es él.

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A la fecha, nuestra pasión por la Literatura sigue siendo una consecuente de plagios y adoraciones.

El aficionado a la literatura Eugene Frolón del cuento: “El Otro” de Philippe Claudel pasa la última noche en un hospital. Desesperado, le solicita al médico:

-Pero… el otro, el que me mira por las noches y se me parece tanto ¿Dónde está?

- ¿Qué otro?

- El que busqué tanto: Rimbaud

El médico lo mira sorprendido y le responde:

-Pero… ¡Rimbaud es usted!