“Me encantan las personas mayores”, reconoce Adriana Riva (Buenos Aires, 1980), autora del libro de cuentos Angst (2017), relatos que surgieron del taller de escritura de Flor Monfort y Santiago Llach; la novela La sal (2019), que escribió en los talleres de Margarita García Robayo y Juan Forn, y el poemario Ahora sabemos esto (2022), surgido en el taller de Laura Wittner. Su madre, que aparece de espaldas en la tapa de la novela, mirando un cuadro de Mark Rothko, fue el disparador de Ruth. “Me parece que hay poca literatura sobre la vejez”, dice la escritora que cofundó la editorial infantil de libros ilustrados Diente de León y es coeditora de la revista literaria El Gran Cuaderno, y cuenta que intentó leer todo lo que pudo sobre el tema y destaca especialmente Luz de febrero, de Elizabeth Strout, una novela protagonizada por Olive, una mujer mayor. 

- “Qué fiable es la pintura, mucho más que la escritura”, dice Ruth. ¿Estás de acuerdo?

-Sí, me parece que la escritura trata de imponer, en cambio en la pintura uno no sabe mucho qué pensar, sobre todo en la pintura contemporánea, en el arte moderno. Uno mira el famoso cuadro blanco o el cuadro negro y todas las preguntas de siempre se disparan: ¿es esto arte o no? La pintura es más fiable porque exige mucho más del espectador, de quien está mirando. La escritura va llevando al lector a donde quiere llevarlo. Si diez personas se ponen frente a un cuadro, estoy segura de que van a decir diez cosas distintas. En cambio si uno las pone frente a una novela, es probable que las opiniones sobre lo que leyeron se parezcan bastante. La escritura siempre está direccionada. La pintura la veo más fiable en el sentido de que es más abierta.

-Ruth es muy desfachatada con lo que lee; por ejemplo disiente con Fernando Pessoa y su “Libro del desasosiego”. ¿Qué buscabas con esta irreverencia?

-Hay ciertos escritores que me gustan mucho, pero a la vez también son canónicos y me cuestan y me peleo con eso. Me gusta cuando a uno lo sacan de su zona de confort; hay cosas que Ruth no entiende de Pessoa. Escucho a mucha gente hablar de Pessoa y necesito que me expliquen porque hay cosas que no me parecen tan sencillas, ¿no? Lo mismo pienso en el caso de Virginia Woolf, sobre quien he tomado cursos y clases porque siento que me estoy perdiendo y que no entiendo. Hay lecturas que fluyen más, pero otras siento que me pierdo mucho. Pessoa es un escritor inasible al que nunca logro atrapar.

-Hay mucho humor en la novela. ¿Es un humor que definirías como judío?

-Yo no sabría decir exactamente qué es el humor judío, pero me parece que el judío tiene mucho humor. Para sobrevivir el judío ha tenido que tener mucho humor. No sé si en el caso de Ruth es propiamente un humor judío, pero definitivamente es un personaje que necesita el humor para sobrellevar su judeidad, su vejez y cómo mira el mundo. Sin humor, no hubiese llegado a los 82 años. Ruth tiene un humor bastante seco, pero muy afilado.

-Ruth dice que Shakespeare es “lo único que vale la pena leer”. ¿Por qué tiene juicios de valor tan contundentes?

-Ruth hace más agua en la literatura que en la pintura; tiene un montón de puntos débiles. No es una persona solemne. Me imagino que si alguien muy metido en el mundo de las artes visuales lee la novela quizá encuentra muchas cosas para corregir; pero no pretendo que Ruth sea una erudita. Supongo que todos hacemos agua en algún punto, así que tampoco sería tan grave que Ruth diga alguna barbaridad. La hace más graciosa quizá, ¿no? Cuando ve ópera, ella misma reconoce: “hasta acá llega mi comprensión de Fausto”. La curiosidad es lo que la caracteriza a Ruth y le da esa vitalidad que tiene como personaje. Cuando habla con su psicólogo, le dice que todavía le falta todo por conocer y es lindo pensar que a los 82 años esté todo por conocer.

-¿Cómo encontraste el tono de la novela?

-Quería que fuese bastante despojado, que todo lo que tenga para decir valga la pena. Cuando va a las sesiones con el psicólogo, también es muy escueta; no quiere responder lo que él le pregunta. Ruth también es un poco inasible, uno nunca logra terminar de entenderla del todo. La puedo escuchar hablar, pero no sé si la conozco a fondo; es un poco como si uno agarrase una conversación de la mesa de al lado y encontrase al vuelo el tono, pero no sabe qué hay detrás de ese tono. Entonces creo que tengo el tono, pero no sé si tengo a Ruth. Yo iba a taller con Juan Forn y me acuerdo que él decía que de un personaje hay que saberlo todo, aunque después no esté en el libro. Yo no sé todo de Ruth, pero sin embargo me mandé. Sí sé lo cotidiano, pero no sé si tengo el alma de Ruth.

-A Ruth le parece que es muy antisemita que le digan que “no parece judía”. Una amiga le reprocha a Ruth que ve antisemitas en todos lados. ¿Es así? ¿Ve antisemitas en todos lados?

-La gente ni siquiera es antisemita a conciencia, es antisemita por default; no hay realmente un pensamiento detrás, sino que repiten algo que escucharon, que alguien no parece judía, y así se va reproduciendo el antisemitismo. Me acuerdo que hace mucho tiempo un amigo me dijo que en Argentina había “un antisemitismo terrible”. “¿Te parece?”, le dije yo... y a partir de ahí empecé a ver lo que no veía. Cuando estás alerta, empezás a ver antisemitismo en todas partes. La escritura de la novela es previa al ataque de Hamás a Israel. Después del 7 de octubre, el antisemitismo se volvió a despertar. Al ver cómo reacciona el mundo, pienso que Ruth tal vez no está tan errada; pero no sé cómo se desactiva el antisemitismo.

-¿Te reíste mucho escribiendo la novela?

-Sí, bastante. La novela la trabajé íntegramente en el taller de Federico Falco. Yo siempre escribo en talleres, no puedo escribir sola, y creo que mis compañeros vieron el personaje antes que yo. Ruth es inimputable y me gusta que no sea hipócrita. No quiere quedar bien con nadie, no es políticamente correcta.