Frecuencias de algún rap todavía indistinguible rebotan contra los pilares de hormigón de un muelle que corta al Nahuel Huapi. El lago está oscuro y quieto. La tarde del sábado fue brillante y apacible pero el sol ya se fue y el invierno -se sabe- es fresco en Bariloche.

Al acercarse al Centro Cívico desde la costanera, por encima de las barrancas y debajo del reloj de la torre de la municipalidad empieza a asomar una gran “M” verde, insignia de la marca de bebida energizante que co-auspicia el evento. A su derecha, un escenario que mira hacia el este, de frente a la biblioteca y el museo, y de espaldas a los edificios de aduana y policía.

Es la segunda jornada de la edición número 53 de la Fiesta Nacional de la Nieve que se celebra tradicionalmente en la localidad rionegrina. Una actividad libre y pública para la ciudad donde transcurre buena parte de la vida secreta de la Argentina. Mientras un camión retira las motos que acaban de dar el espectáculo de freestyle motocross, unas 20 mil personas esperan por Trueno. El reloj de la torre sugiere que debería estar por empezar, pero hasta el momento los parlantes se limitan a propagar más rap californiano.

Este año el intendente se propuso relanzar la festividad, ahora apalancada por el auspicio de grandes firmas que habilitaran la presencia de artistas de renombre. El día anterior había cerrado Emanero, al siguiente lo haría Soledad. Números especiales que se agregaron a actividades de referencia como el concurso de hacheros, el desfile del pulóver, la carrera de mozos y la elección de la Reina de la Nieve.

Unas 20 mil personas colmaron el Centro Cívico | Foto: Gentileza de Monster Energy Winter Jam

De pronto, en el Centro Cívico confluyen casi todos. Suben los que llegan desde las cabañas y bungalows con vista al Nahuel; bajan los provenientes de barrios terrosos. Sobre la calle Mitre hay una flecha social invisible que apunta hacia la arcada de piedra. Un señor mayor de boina y bastón espera sentado en un banco de plaza; un poco más allá, alguien dejó dos reposeras y un banquito de loneta sin ocupar. Los termos despiden sus últimos chorros de agua, se oye el “pst” de una lata que se abre y las luces se apagan.

Las pantallas dan inicio al show que hace base en el “El Último Baile Tour”, la gira que lleva a Trueno por Latinoamérica, Norteamérica y Europa, con motivo del disco editado este año. Las imágenes de las pantallas se detienen sobre un radiograbador metálico que dispara canciones cuando el artista presiona el botón adecuado. Un homenaje a los boombox neoyorquinos que entre fines de los setenta y principios de los ochenta permitieron divulgar sonidos que no tenían lugar en los grandes medios de difusión.

Ya hay acción sobre el escenario, la banda entrega algo compacto y directo. Las texturas analógicas se funden con los samples y programaciones. Desde que resolvió con firmeza su camino artístico después de ganar las competencias de freestyle más importantes a nivel local, la propuesta del rapero de 22 años nacido en La Boca se mantuvo siempre en conversación directa con los relatos del siglo XX. En tiempos de encapsulamiento tiempo-espacial, eso hace una diferencia.

Desde la salida de Atrevido, su primer LP, Trueno se ve como un artista cuya fuente de identidad no está en la juventud sino en la tradición. La cultura hip hop transmitida por vía paterna, un barrio, un país, un continente. Esa intención no lo desprende del pasado como freestyler de élite, y recrea la Freestyle session que hizo alguna vez junto a Bizarrap. Entre el público hay quienes la conocen de memoria, como si se tratara de una canción propiamente dicha.

Trueno prosigue con su El Último Baile Tour  | Foto: Gentileza de Monster Energy Winter Jam

Del chaperío colorido y la brisa perfumada por el Riachuelo a las construcciones de piedra frente a un lago de aspecto puro -dos puntos de permanente consulta internacional, por cierto-, este tipo de eventos reafirma la pisada federal del cantante, más allá de su perfil de exportación.

Suena Fuck el police, canción que llegó a grabar junto a las leyendas de Cypress Hill y cuyo concepto remite inevitablemente a N.W.A., en la génesis del gangsta rap. Los músicos tributan a Rage Against The Machine intercalando unos compases de Killing in the name. En cualquier caso, prevalece entre negros y blancos, raperos y rockeros, gringos y latinos, una consigna artística de las juventudes de fines del siglo XX: resistencia frente a la opresión. Más tarde habría otro tributo a las barriadas angelinas con un fragmento de The next episode, de Dr. Dre.

La arquitectura del show no es caprichosa, sino que se posa sobre diferentes momentos y capacidades del artista. Al freestyle se le suma el beatbox; hay éxitos bombásticos como Dance crip, baladas melódicas como Night y Feel me?, doble tempo vocal en Rain III, conexión folclórica en Tierra Zanta y agite moderado con Atrevido. Trueno parece bien ubicado en tiempo y lugar, y aunque la cinemática del público es la propia de los lugares fríos, la cosa fluye con naturalidad. 

En la periferia del acontecimiento, Bariloche ya presenta sus luces cotidianas de stand by nocturno. Al cabo de prácticamente una hora y media de show intenso, la plaza sigue completa de bote a bote. En el centro, el monumento muestra a Julio Argentino Roca erguido sobre un caballo cansado. Y tal como está, parece haber estado espiando todo el tiempo por encima de la media sombra que envuelve al mangrullo de sonido. Trueno y su equipo agradecen y se despiden mientras, detrás del escenario, estallan los fuegos artificiales, provocando esas luces que se ven una vez cada tanto.


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