La paleta de colores chirriantes –rosas, azules, verdes, violetas– empapa la pantalla desde el minuto uno del segundo largometraje de Jane Schoenbrun, la realizadora neoyorquina que hace tres años presentó We're All Going to the World's Fair en el Festival de Sundance, primer anuncio de una nueva voz en el panorama cinematográfico independiente de su país. Como ocurría en su ópera prima, I Saw the TV Glow también utiliza algunos de los mecanismos del cine fantástico para bucear en las estructuras psicológicas de sus protagonistas. No se trata, de ninguna manera, de un largometraje de terror al uso, y su extrañeza –la que va invadiendo el relato y la que logra transmitir con fiereza al espectador– está más cerca de un David Lynch milenial que de cualquiera de los horrores cinematográficos afianzados en el imaginario popular. La historia de una particular amistad entre un chico de doce años y una adolescente de quince, y su afición por una serie televisiva popular entre las jóvenes, “The Pink Opaque”, es el punto de partida de un imprevisible coming-of-age que atraviesa las décadas, los miedos y las ansiedades alrededor de ese concepto escurridizo llamado identidad, hasta un desenlace tan ambicioso como –al menos en un primer contacto con la historia– desconcertante.
Disponible en Flow y otras plataformas de alquiler, I Saw the TV Glow explica su título velozmente: escondido en su habitación, sentado en el piso frente al aparato, Owen (Ian Foreman) observa encandilado el brillo pulsante del televisor. De pronto, el anuncio promocional de la serie –protagonizada por dos chicas que gracias a una unión telepática luchan sin descanso contra una serie de villanos sobrenaturales– le llama poderosamente la atención. Pero el horario de transmisión es tardío, 10.30 PM, una hora más tarde de la rigurosa “hora de irse a la cama”, el toque de queda instaurado por sus padres. Es durante una jornada especial en la escuela cuando Owen conoce a Maddy (notable, misteriosa Brigette Lundy-Paine), acurrucada contra una pared mientras lee con atención la guía oficial de capítulos de todas las temporadas de “The Pink Opaque”. El año es 1996, los teléfonos celulares brillan por su ausencia y la única posibilidad de ver una transmisión de tevé fuera de su horario habitual es grabarla en un VHS. O bien hacerse la rata y saltear la prohibición horaria. Owen y Maddy comienzan a compartir algo en principio ajeno a sus universos etarios: la fascinación por Tara e Isabel, las chicas súper poderosas de la pequeña pantalla, con sus tatuajes flúo fantasmales marcando la eterna lucha contra el Señor Melancolía y sus esbirros.
“¿A vos te gustan las chicas?”. Han pasado dos años desde el primer encuentro y de esas escapadas a la casa de la amiga para poder disfrutar del show en vivo, y la pregunta toma a Owen, que tiene ahora el rostro del actor Justice Smith (The Get Down), absolutamente desprevenido. Maddy acaba de confesarle que a ella le gustan las chicas, pero lo único que atina a responder el muchacho es un sentido “No lo sé”. Owen es tímido, introvertido, y su voz suele transformarse en un delgado hilo sonoro cuando las circunstancias lo ponen incómodo. Maddy, en tanto, parece enojada con el mundo y admite que le gustaría irse y no volver nunca más. A dónde y cómo no importa. La noche del sábado siguiente ambos se sientan nuevamente frente al televisor para ver un nuevo episodio de “The Pink Opaque”, que atraviesa ya su quinta temporada. Las imágenes fantásticas, los monstruos –entre ellos un vendedor de helados deforme y un dúo de malvados llamados Marco y Polo–, la ligazón en el plano psíquico de las protagonistas vuelven a hacer brillar el televisor, inundando los rostros de Owen y Maddy de tonalidades púrpura.
En una conversación con el sitio web Le Cinéma Club, Jane Schoenbrun confesó que, a la hora de pensar en su segundo largometraje, la intención era hacer una película aún más personal que su ópera prima. “La idea era escribir un guion sobre algo que conociera. Y en este punto de mi vida lo que realmente conozco es mirar una pantalla. Creo que todos sabemos mucho sobre eso, obviamente. Pero también creo que los medios, y la idea de mediar nuestra existencia a través de las transmisiones ficcional de las diversas pantallas, es el lugar y espacio emocional dominante de mi vida. Hace diez años era posible esconderse un poco más de las pantallas que ahora. Al mismo tiempo, está esa idea de que filmar a la gente mirando una pantalla o el celular es inherentemente poco cinematográfico. Pero luego me di cuenta de que eso es falso. Así sea que se esté filmando desde el punto de vista de la pantalla, o bien registrando la pantalla en relación con los seres humanos, hay algo profundamente fascinante en esa construcción audiovisual”.
No es casual que la serie de tevé de la cual los protagonistas son fanáticos se llame de esa manera, ya que su nombre está basado en el álbum compilatorio homónimo de la banda escocesa Cocteau Twins, a quien la realizadora admite adorar. Sin embargo, según Schoenbrun la idea de reutilizar el color rosa opaco “se sentía como perfectamente evocativa para ese particular género de tiras televisivas de adolescentes versus monstruos. En cuanto a las referencias, no debe ser muy difícil para cualquier estudioso de la televisión de los años 90 relacionarlo con Buffy, la cazavampiros, El mundo secreto de Alex Mack, Las aventuras de Pete y Pete y, en menor grado, Twin Peaks. Pero creo que Buffy es definitivamente el centro de todo, porque es un programa que descubrí cuando tenía diez años, cuando comenzó a transmitirse. Fue una parte central de mi vida mientras atravesaba los años finales de la escuela secundaria”.
En más de un momento de I Saw the TV Glow la cuarta pared es horadada por completo: Owen mira a cámara y describe algunos de los hechos que está atravesando o las emociones que lo embargan. Sin embargo, aunque es su rostro y su voz los que se ven y escuchan, daría la impresión de que quien habla es otra persona, un narrador externo que ha poseído al personaje. Uno de los varios mecanismos de extrañamiento que la película utiliza para construir su peculiar universo. Desde luego, “The Pink Opaque”, que se ofrece en la calidad SD típica de la tevé en aquellos años, tiene elementos de sensibilidad cursi, pero en otros las manifestaciones de la maldad están más cerca de Twin Peaks que de cualquier show teen de aquellos años o de cualquier otro. De pronto, una desaparición inesperada pone a Owen en alerta, pero no se trata del único trauma personal o colectivo. La vida en el suburbio se ve alterada, pero es justamente en ese momento que el relato es quebrado por otra elipsis, aún mayor que la anterior. “Ocho años después”, reza la placa en pantalla en letras rosadas. Las cintas de VHS primorosamente grabadas por Maddy y dedicadas a su amigo forman parte de un pasado remoto. La serie fue cancelada abruptamente y Owen sigue viviendo con su padre, cuando no está trabajando en un complejo de salas de cine en el cual los paseos por la oscuridad linterna en mano se alternan con la limpieza del puesto de venta de pochoclo y bebidas. La retracción de Owen continúa y basta un momento de incomodidad para que las burlas lo acechen, ya no en el patio de la escuela sino en el playón de salida del lugar de trabajo.
El encuentro se produce en un bar, ocho años después de la última vez que se vieron. De fondo, un par de bandas indie tocan en vivo y Schoenbrun les dedica un par de minutos a cada una, un poco como hace Kaurismaki en casi todas sus películas. Maddy es otra, diferente, muy cambiada. Owen no entiende o no quiere comprender. ¿Acaso el mundo de “The Pink Opaque” es más real que el mundo opaco, repetitivo y banal en el cual vive? Maddy no se cansa de explicar y vuelve a hacerlo en la vieja escuela, bajo un domo inflable que hace las veces de planetario, un poco más grande que el que solían inflar cuando Owen era pequeño y el mundo aún no parecía tan incognoscible y agresivo. Algunos fugaces flashbacks muestran un atisbo de lo que Owen pudo llegar a ser pero nunca fue. Otro recuerdo trae la impronta de la gravedad paterna. “¿Ese no es un programa para chicas?”. Las palabras las pronuncia el padre, con total seriedad, mientras maneja atravesando la noche suburbana, de camino a casa. Pero eso es el pasado, cuando Mamá todavía estaba allí para protegerlo y acariciarlo en su regazo.
En su sitio oficial, Jane Schoenbrun se describe como “una cineasta, escritora y curadora estadounidense no binaria comprometida a hacer y a apoyar un cine personal y artístico”, y sus declaraciones a la prensa durante la presentación de la película en el Festival de Berlín a comienzos de este año echan luz sobre algunas de las intenciones alegóricas de I Saw the TV Glow. “Creo que Owen y Maddy son dos lados de mi propia experiencia con el proceso de transición de género. Con ello no quiero decir necesariamente la transición en sí misma, sino el proceso que comienza al inicio de la vida, cuando una persona nace y es socializada en una identidad equivocada. Los dos personajes del show de televisión ofrecen dos respuestas diferentes a ese ‘destino’. Owen e Isabel son gatos asustadizos, con miedo a su propia sombra y dubitativos a la hora de viajar hacia lo desconocido; Tara y Maddy son rudas, dispuestas a confiar en su voz interior y a la idea de que algo está mal y que deben predisponerse a enfrentarse a eso que desconocen. No quiero hablar por los demás, pero para mí, la película fue escrita para capturar dos perspectivas que estuvieron muy presentes en mi caso: el deseo de quedarse en casa –y utilizo esa expresión en el sentido más extensivo– y el deseo de no dejar atrás todo lo que sabés de vos misma, tu comunidad, tu familia, tu vida. Es algo comprensible. Tan comprensible, de hecho, que simplemente podría tratarse de un mecanismo de supervivencia. Y luego está la resiliencia y la fe que requieren arriesgarlo todo”.
Tal vez el mayor rasgo de inteligencia y sensibilidad de I Saw the TV Glow radique en el hecho de no obturar otras posibles resonancias e incluso lecturas de una historia cuya extrañeza va en aumento hasta la última, literalmente desgarradora escena. Porque el mundo puede ser un lugar desapacible para cualquier ser humano, y la sensación de inconformidad e incomodidad con uno mismo a veces tiene una razón de ser precisa y otras tantas ninguna a la vista. Por eso el mundo de las Taras e Isabeles puede resultar tan magnéticamente atractivo. Incluso cuando a la distancia, disponible ahora en alguna plataforma de streaming, ese viejo programa se vea absolutamente cursi y ridículo. Porque ese lugar que solía ser perfecto no es otro que el de la infancia y adolescencia, cuando aún todo parecía posible.