Entre monos y merengues nació la película que orientó mi vida . ¿Qué tienen que ver monos con merengues? Fueron muy importantes para mí en el año 1968, cuando yo tenía doce años y medio.
Del cine, todo me gustaba. Desde mis primeros terrores hipnóticos viendo las escenas de brujas de Disney, pasando por el lejano oeste, Tarzán, superhéroes, comedias, policiales, dramas. Mis padres y abuelos nos llevaban a ver todo. Pero, aunque venía pispeando libros y series, nunca había visto una película de un género que me flashearía.
Eran las vacaciones de invierno de 1968 . Mi mamá atiende el teléfono y la escucho hablar con mi tía Fanny, la hermana de mi abuela. Yo quería mucho a mi tía, en los cumpleaños ella nos hacía las tortas. Su especialidades eran sus famosos merengues de crema. No le di importancia a la llamada y me fui a jugar. De golpe, mamá aparece en nuestra habitación y nos cuenta a mis hermanos y a mí que por la tarde la tía Fanny nos invitaba al cine. Gran algarabía general. Enseguida quise saber qué íbamos a ver. El Planeta de los simios, me contestó. Planeta no pegaba mucho con monos, pensé. Había otra buena noticia: después del cine íbamos a tomar el te a su casa y comer merengues. Programón.
Mi tía nos llevó al centro, a uno de esos cines gigantes, hermosos. El momento que se apagaba la luz era sagrado para mí: entraba en otro mundo. Y justamente con un viaje a otro mundo empezaba la película. Me asombró ver que había astronautas viajando por el espacio hacia un lejano planeta. Evidentemente no se trataba de los monos de Tarzán ni de un circo. Fascinada vi por primera vez el sistema de dormir a los humanos para que viajen y se despierten al llegar. Hibernación, supe después. Los viajeros espaciales eran tres, y se despiertan al llegar a un planeta en el año terrestre 3000. Eso marcaba el reloj de la nave. Pero ellos no habían envejecido. Para los habitantes de la Tierra, en cambio, el tiempo pasaba. Ni idea por qué sucedía esto, pero me pareció una ocurrencia brillante.
Casi al principio, cuando el protagonista, Charlton Heston, descubre en el Planeta a unos humanos que parecen una manada de hombres de las cavernas, yo me quedé helada. Esa gente no hablaba, eran puros gestos, gritos. De pronto, sin que me diera tiempo a pensar demasiado, se ven venir unos caballos galopando y arriba de ellos, montándolos, una imagen inolvidable: unos monos, gorilas, muy bien vestidos de guerreros. Y la sorpresa mayúscula, esos monos sí hablaban y maltrataban a los “humanos”. ¿Cómo sabían inglés? No le presté atención a ese detalle. Estaba sumergida en la película. Pero tenía su razón de ser el idioma.
No les voy a contar toda la película. Muchos la vieron y, sino, véanla. Pero sintetizo que los simios tenían el poder del Planeta. Inclusive con científicos monos y monas, que no estaban de acuerdo con los guerreros. Porque esos humanos elementales estaban sometidos como esclavos. Por supuesto que el astronauta, el protagonista, pasa las mil y una porque… ¡habla! Y eso es insoportable para el Comandante Simio ¿De dónde había salido ese espécimen parlante? Era un peligro mortal que había que eliminar. Finalmente, la mona y el mono científicos ayudan al astronauta a escapar a una zona deshabitada del Planeta, junto con una mujer que aprendía sus primeras palabras. Había surgido una historia de amor.
A caballo, Charlton y su nueva novia van galopando, huyendo, por la orilla de un Océano. Y de pronto, viene uno de los finales mejores de la historia del cine. Desde lejos el astronauta y la chica ven unas ruinas. Se van acercando. (Disculpen que cuente el final pero sino no puedo narrar mi historia de Fan). Ella no entiende nada, pero la cara de él, teñida de espanto, aún la recuerdo. La cámara muestra lo que él está mirando. Hoy diría: contraplano. Y descubrimos a la Estatua de la Libertad, de New York, que se encuentra en la orilla, semienterrada en la arena, lamida por el mar, aun con parte de su cabeza entera. Fin. Me recorrió un temblor por todo el cuerpo. Salí del cine sin palabras. Murmuramos impactados: Los astronautas en el largo viaje habían vuelto a la Tierra en el año 3000.
Ya en la casa de tía Fanny, mientras ella terminaba de juntar las tapas de los merengues con la crema, yo no paraba de hablar. En la Tierra era el año 3000. Las ciudades no existían, y los seres humanos habían retrocedido hasta parecer casi monos y los monos se habían humanizado. ¿Qué había pasado para que esto suceda? Lo conversaba comiendo un merengue por primera vez en forma automática. O sea que los monos le habían ganado a los merengues en mi interés. Y razoné en voz alta, que tuvo que haber pasado algo muy malo. ¿Una guerra? Los monos eran guerreros, quizás se copiaron de los últimos humanos.
Hoy escribiendo esto sigo siendo esa pibita Fan: ¡No estaba mal que hablaran ingles! Estados Unidos debía haber sido la última potencia guerrera y después se pelearon entre ellos y se destruyeron en una guerra final. Ahora razono que también pudo haber sido una gran crisis climática o un virus mortal. ¿Les suena? ¿Y para qué el romance? Para que esta pareja pudiera reproducirse y empezar una nueva civilización. (Y ¡seis! secuelas, je) El Planeta de los simios cambió mi perspectiva sobre guerras, sobre la comunicación, la evolución, el tiempo. El futuro podía traer peligros, porque nos íbamos a destruir entre nosotros. El ser humano era su propio enemigo. No hacían falta los “marcianos” de las series. Y ahora viene algo de ciencia ficción personal. Yo cumplo 13 años y sigue siendo 1968. Se estrena la película dirigida por el director que más influyó para que yo estudiara cine. La película donde empecé a “ver” planos, colores, escenografías, vestuarios, todo: 2001 Odisea del Espacio, de Stanley Kubrick . La película comienza con una pelea escalofriante de monos salvajes. Y ahí mágicamente, fantásticamente, se me juntaron el final de la humanidad donde reinaban los monos en la Tierra, y el origen de la humanidad donde los monos de 2001 evolucionan. Dos películas que cambiaron mi vida en el ‘68. Yo no supe por qué mi tía Fanny eligió esa película. Nunca la había escuchado en hablar de astronautas y viajes espaciales. Un gran misterio su elección.
María Victoria Menis nació en Buenos Aires, y es realizadora y guionista en cine, teatro y televisión. Dictó clases en la UBA, Enerc y el Instituto de Cine de Avellaneda. Es miembro de La Mujer y El Cine, la DAC, de la Academia de Cine y de Artes Visuales de Argentina y de la organización de cine feminista Acción Mujeres. Sus films El cielito, La cámara oscura, María y el Araña, y Mi hist(e)ria en el cine, entre otros, recibieron numerosos premios en nuestro país y en el exterior. Como guionista y directora estrenó su último largometraje, Miranda de viernes a lunes, protagonizado por Inés Estévez. La película fue seleccionada en Ventana Sur (Argentina) y se puede ver actualmente en el Cultural San Martín.