“Desentonan un poco para una música tan linda como es el tango”. Fue tal la silbatina que recibió Jorge Macri durante la premiación del Mundial de Tango que el jefe de gobierno porteño se vio obligado a responderle al público, que lo desaprobó con dureza. Lo llamativo es que nada lo obligaba a exponerse de ese modo. Ninguno de sus antecesores en el cargo se había subido al escenario del Mundial en años. Envalentonado quizá por una edición que funcionó mucho mejor de lo que se esperaba, el de Vicente López quiso arrogarse algo del brillo que transmitían los bailarines y quedó en evidencia. Le salió mal. Tanto que ni los locutores del Canal de la Ciudad atinaron a tapar lo sucedido. Luego terminó su discurso con la promesa de una nueva edición de Tango BA (como si hubiera algún motivo para que eso no sucediera, ya que es algo que pasa desde hace más de 20 años) y señalando que “la inversión en la cultura es fundamental, es el mejor tipo de inversión que se puede hacer, es identitaria, es cultural, es una forma de trabajo y de vida”. Luego, entregó el galardón de la categoría Pista a Brenno Marques y Fátima Caracoch, y huyó de los reflectores. El premio para la categoría escenario lo entregaron la Ministra de Cultura Gabriela Ricardes y el director de Tango BA Gustavo Mozzi a Ayelén Morando y Sebastián Martínez.

Lo curioso del traspié de Macri es que podría haberse ido con todo el crédito del caso sin manchas en su imagen. Bastaba con que la ministra o Mozzi entregaran el galardón, se autocelebraran los números de una edición que tuvo una convocatoria notable y destacaran que, en el mismo momento en que se bailaban las finales de las dos categorías, las milongas porteñas recibían los mails con las aprobaciones de los subsidios del año. En una edición que evitó los conflictos con todos los sectores aún cuando venían de situaciones tensas (como la suspensión de la Semana de las Milongas), el error de cálculo resultó sorprendente.

Morando y Martínez, ganadores en Escenario.

Más allá de eso, el consenso en el ambiente es que fue un buen año para el Festival y Mundial. La competencia tuvo un récord de parejas inscriptas y –más allá de cierta escasez de concepto en la mayoría de las representaciones- el nivel técnico fue alto.

Quizás el cambio más notorio y saludable se dio a nivel organizativo y en relación al presente musical del género. La incorporación de nuevas sedes (y reincorporación de algunas) le dio cierta fortaleza al evento. Tener buena parte del Centro Cultural General San Martín disponible para las proyecciones y para clases de danza –tanto para principiantes como propuestas de especialización-, además de la milonga en su hall y recurrentes presentaciones de orquestas, construyó un polo céntrico que oficiaba de referencia y se articulaba bien con la cercanía relativa con otras sedes, como la Casa de la Cultura de la Ciudad o la Academia Nacional del Tango. El CCGSM fue un nodo que funcionó particularmente bien. Incluso consiguió equilibrar la necesidad de un evento del calibre de Tango BA de tener sus propias milongas con el complemento con el circuito milonguero que funciona todo el año. Por horarios no se pisaron, no restaron gente y, en cambio, designaron a una decena de milongas del circuito como “oficiales” de Tango BA, ofrecieron entradas gratuitas para estas y pusieron parejas de bailarines ganadoras de las preliminares nacionales como oferta artística allí.

Por otro lado, otras sedes ganaron en claridad conceptual: la Academia albergó a los formatos musicales más acotados, la Capilla del Centro Cultural Recoleta a las orquestas de vanguardia y así. Esa curaduría más clara, con perfil más nítido, hizo previsible la programación para quien consume tango todo el año y buscaba reencontrarse con sus corrientes predilectas o encarar algo distinto.

El cierre de Tango BA fue en el Colón. 

Sumar estos espacios céntricos de la Ciudad a la otrora preeminencia de la Usina del Arte redundó también en salas más llenas, que en ocasiones hasta registraron gente que se quedó fuera por localidades agotadas, algo que en ediciones anteriores pasaba sólo ocasional y excepcionalmente.

La curaduría musical, finalmente, consiguió dejar satisfechos a casi todos los sectores. Los nostálgicos vieron otra vez a Raúl Lavié sobre un escenario, los académicos pudieron atrincherarse en el Recoleta, los alternativos disfrutaron de distintas propuestas como la de Otros Aires haciendo un mapping o el dúo Tango Cañón reinterpretando a Gabo Ferro, y quienes se limitan a las orquestas milongueras tuvieron su cuota más que cubierta. Los bares notables albergaron pequeños formatos (en general, cantor(a) más guitarra) y también ofrecieron variedad al asunto. La gala de cierre en el Teatro Colón, en tanto, fue un momento sublime, con Néstor Marconi al frente de la Orquesta de Tango de la Ciudad, interpretando composiciones propias y arreglos de obras de sus colegas.

En números duros, desde el Ministerio de Cultura informaron la participación de unos 2000 artistas (muchos de ellos, probablemente, de la competencia de baile, pero aún así un buen número) en 40 sedes, y con una afluencia que al domingo de cierre de programación del Festival y sólo con la final del Mundial por delante estimaban en algo más de 70.000 espectadores. En un contexto de crisis económica evidente, el buen funcionamiento de esta edición es un alivio y también una cuota de esperanza para el género. Como otros sectores de la cultura, el tango también necesita desesperadamente este abrazo.