La reciente decisión de María Becerra de abandonar las redes sociales, ha encendido un debate que trasciende su figura pública. En una era dominada por la hiperconectividad, donde las plataformas permiten un acceso sin precedentes a celebridades, el retiro de Becerra de la esfera digital nos invita a reflexionar sobre los efectos que estas herramientas tienen en nuestra cotidianeidad.
Vivimos en tiempos donde la interacción instantánea es la norma, pero esta conectividad ocurre en plataformas privadas, con reglas diseñadas no para protegernos, sino para maximizar nuestra atención. El modelo de negocio de estas redes se alimenta de la viralización de contenidos extremos, promoviendo la polarización como una estrategia para generar tráfico e interacción. Este fenómeno subraya la necesidad urgente de regulaciones que protejan a los usuarios, especialmente a los más jóvenes y vulnerables.
En uno de sus últimos mensajes antes de dejar X, Becerra compartió: "He luchado mucho con mi salud mental… experimenté desde ataques de llanto hasta ataques de ansiedad y pánico". Este testimonio, más allá de su experiencia personal, es un reflejo de una problemática más amplia que afecta a miles de personas que, día a día, pasan su tiempo en redes sociales, expuestas a un ciclo de contenido potencialmente dañino.
Esta situación no es solo una señal de alerta sobre los peligros de la cultura digital actual, sino también una llamada a la acción para que se tomen medidas concretas que aseguren un entorno digital más saludable.
El caso de Nueva York
En febrero de 2024, el estado de Nueva York presentó una demanda contra grandes plataformas como TikTok, Instagram, Facebook, Snapchat y YouTube, acusándolas de fomentar comportamientos adictivos y perjudiciales en niños y adolescentes. Este litigio destaca varios problemas clave: desde la adicción que generan estas plataformas hasta los efectos negativos en la salud mental y emocional de sus jóvenes usuarios.
La demanda propone medidas cruciales para mitigar estos daños, incluyendo una regulación más estricta, políticas de privacidad más sólidas, y la educación transversal en escuelas y familias sobre los riesgos asociados al uso de estas tecnologías. Además, sugiere la necesidad de ofrecer apoyo psicológico a quienes se vean afectados, subrayando la importancia de un enfoque integral para proteger a las generaciones más jóvenes.
Para abordar los desafíos que plantea la cultura digital, es esencial fomentar la alfabetización mediática desde una edad temprana. Las instituciones educativas deben iniciar debates sobre el uso responsable de las tecnologías, lejos de enfoques apocalípticos o modas tecnológicas sin fundamento. Igualmente importante es que las familias promuevan la conversación y la comprensión de cómo las plataformas monetizan el tiempo y los datos de sus usuarios, educando así a las nuevas generaciones sobre el "capitalismo de plataformas".
Además, es necesario exigir a las empresas más recursos de control parental efectivos que permitan a los adultos guiar y proteger a sus hijos en el entorno digital. Aunque la autonomía progresiva es clave en el desarrollo infantil, es imprescindible contar con herramientas que permitan acompañar este proceso, evitando que niños y niñas queden expuestos sin supervisión a los riesgos de la cultura digital.
El desafío de la desconexión
La decisión de Becerra de "desintoxicarse" de las redes sociales refleja una realidad que muchos experimentan: la necesidad de desconectarse para proteger la salud y reconectarse con la vida fuera de las pantallas. Un corte, sin embargo, que es cada vez más difícil en un mundo que corre a toda velocidad y donde la tecnología está programada para mantenernos dentro.
En este contexto, es fundamental que se comprendan los derechos y responsabilidades que conlleva estar en estas plataformas y se ponga de relieve la urgencia de establecer marcos regulatorios y educativos que protejan nuestro bienestar en la era digital, resaltando la importancia de que las familias y los educadores se involucren activamente en este proceso.
Sabemos que donde hay nuevas necesidades, deben nacer nuevos derechos, y en entornos digitales, surgen constantemente nuevas necesidades que deben ser abordadas.
La salida de Becerra de las redes sociales no sólo pone de relieve los desafíos personales que enfrenta, sino que también subraya la urgencia de establecer marcos reguladores y educativos que protejan nuestro bienestar en la era digital, pero sobre todo pone el acento en jóvenes, niños y niñas. La demanda de Nueva York contra las grandes plataformas es un ejemplo contundente de cómo se pueden abordar estos problemas de manera proactiva y estructurada, pero también podemos ver como cosas mucho más sencillas y cotidianas pueden abonar en ese sentido.
La cultura de la inmediatez y la conexión global que las redes sociales han creado trae beneficios innegables, pero también plantea desafíos significativos que no podemos ignorar. Es imperativo que tanto los gobiernos como las empresas tecnológicas tomen medidas para crear un entorno digital más seguro y saludable, pero también que educadores y familias se integren al proceso para que, en conjunto pero diferenciando niveles y responsabilidades, se promueva una alfabetización mediática urgente que posibilite la consolidación de una ciudadanía digital madura y responsable.
* Doctor en Comunicación, Jefe del departamento de capacitación y promoción de la Defensoría del Público. Profesor Titular de la UNLP