Suele sostenerse que la literatura que tiene como telón, fondo y protagonista al fútbol, cae con demasiada facilidad en la zona barrosa de la ocurrencia, en la descripción más o menos disparatada de personajes (dentro y fuera de la cancha), y en el pasaje (transformación) de historias simples a historias ejemplares. Por eso quizá sea en las crónicas de fútbol, donde la llamada literatura futbolera respira con mayor facilidad. Sucede que el fútbol está tan presente en la vida de las personas que a veces la ficción no logra impedir la sensación de teatralidad, es decir, no logra ocultar al viejo escenario y a sus tarimas demasiado flojitas. Claro que hay excepciones. Los nombres de esas excepciones los sabemos todos. Se pueden recitar de memoria como la formación del equipo más amado. Incluso, hasta los nombres de los que piden cancha desde el banco.

Eduardo Quintana hace once libros que espera, once tomos de cuentos y crónicas acerca del fútbol publicados bajo reconocidos sellos futboleros y otros tantos por editoriales propias. Nacido en el barrio de Caballito en 1969, hincha furioso de Racing, tiene a Roberto Fontanarrosa y a Osvaldo Soriano como dos jinetes que cortan su horizonte literario. No es arbitraria la imagen. Gran parte de la obra de Quintana se desarrolla en la pampa bonaerense, territorio que recorre en su automóvil con el mismo espíritu que los naturalistas de los siglos pasados: hallar la rareza, la historia que todavía falta contar, para completar, claro, el gran cuadro de la historia humana.

Pero a diferencia de los viajeros que recorrieron la Argentina, Quintana no busca describir y observar pájaros, ni dar noticias de la vida nómada del gauchaje y sus vicisitudes bajo la sombra fría del ombú, sino que parece confiado en componer un mapa de la trabajosa vida e irrenunciable pasión, de los pequeños y medianos clubes de fútbol de las categorías del ascenso que cubren todo el territorio argentino.

Son clubes de extraños nombres, con insospechados logotipos en sus escudos y, a veces, con insólitos diseños de camisetas. Clubes barriales conducidos y sostenidos económicamente por hombres y mujeres dispuestos a la charla, pero en general desconfiados y celosos de lo que han construido a lo largo de los años en base a una dedicación (pasión) admirable (sin apoyo de políticas estatales), trabajo que pocas veces es reconocido.

“Es el más federal de los libros”, asegura Quintana y no es camelo: este tomo de 31 relatos recupera historias de clubes que van desde grandes centros urbanos bonaerenses como Bahía Blanca, Mar del Plata, Azul, Tres Arroyos o La Pampa a localidades más pequeñas como Coronel Suárez, Cañuelas, Villa Lynch, Nicanor Otamendi o Colonia Barón. El mapa se extiende luego por todo la Argentina y Quintana marca con cruces cada uno de los clubes que fue encontrando en su recorrido traspasando las fronteras de la pampa, y en viaje por el resto de las provincias como Formosa, San Juan, Santa Fe, Río Negro y hasta La Rioja.

Comenta el periodista y escritor Juan José Panno en el prólogo: “Quintana conoció la Argentina de punta a punta y de lado a lado, en miles de viajes. Y en cada una de sus travesías recorrió canchitas, se paró a ver partidos de potreros y atesoró fabulosas historias de clubes grandes, chicos y medianos del país profundo. Es cronista y escritor. Y muy bueno para las dos cosas, por cierto. Va y caza historias y después las recrea con su vena creativa. Se non è vero, è ben trovato, dicen los italianos. Todas son ficciones que se recrean en pueblos o ciudades y se identifican con el club del lugar. Contienen algo de biografía (poco) y mucho de amistad, amor, pasión”.

Los relatos de este cuarto tomo de la saga Con la ilusión en ascenso (que comenzó a editarse en 2016 bajo el sello LibroFútbol.com), recupera historias increíbles como por ejemplo la titulada “Yo vi jugar a Eusebio Ortega”: a partir de la leyenda urbana (el debut de Maradona en Argentinos Juniors el 20 de octubre de 1976) se narra la historia de un supuesto jugador, uruguayo de nacimiento, que vistió la camiseta del Club Juventud Regional de Miguel Cané en La Pampa: “Si todos los que, constantemente, repiten que estuvieron en el debut de Maradona, verdaderamente hubiesen concurrido, se necesitarían tres Maracaná para contener tantos hinchas”. Y entonces la historia del misterioso Ortega y su fútbol en canchas de tierra y alambres rotos empieza a adquirir dimensiones impensadas.

Los cuentos de Quintana –que son en verdad pequeñas escenas acerca del compromiso por el otro– hacen pie en los pequeños clubes de barrio y disparan escenas universales: fracasos versus sueños, verdades a medias versus silencios familiares, pasado glorioso versus presente desmemoriado. Entre las muchas historias, se destaca, por ejemplo, la titulada como “Miradas cruzadas” donde un hombre que regresa a su pago y sentado en las tribunas de su querido club (Deportivo Norte en Mar del Plata), viendo un partido cualquiera, un empate como tantos, se entera de su historia familiar atravesada por las garras de la última dictadura.

Como dice el periodista y relator Walter Saavedra al comentar el anterior trabajo de Quintana: Con la ilusión en ascenso. Tiempo de descuento (y que es extensivo a este nuevo tomo de la saga subtitulado como Entretiempo): “Los personajes de Quintana jamás comerán en la misma mesa que Lionel Messi y Cristiano Ronaldo. Y hasta es probable que, más de una noche, se hayan acostado con las tripas retobadas de hambre”. Porque más allá del fútbol, más allá del curioso mapa trazado e inventado por el autor, y al margen de su prosa que, como la de un viajero que tiene el deber de dejar constancia, siempre es generosa (no escatima referencias y saludablemente, jamás enseña), hay otro lado de la historia del fútbol como marca de fondo de estos cuentos que el lector no puede dejar de leer: la admirable fe de ciertos hombre y mujeres frente a este laberinto de frustraciones, que elige imaginar otro laberinto menos cruel (formado por la canchita, los tablones, el pequeño escudo, la camiseta, la pelota y los botines) desde donde puede verse siempre al Ícaro argentino que mantiene inquebrantable su ilusión por ascender.