Suele suceder: un testigo (casual o no) arroja una luz sobre el secreto y lo mancha al punto de volverlo evidente, vulnerable, indefendible, y obliga a que otros den marcha atrás, repasen las reglas para ponerle un punto final a la farsa o acaso opten por el sacrificio como un modo de redimirse. Un asesinato. Este es el telón de fondo de El refugiado, donde por medio de ciertas temáticas recurrentes en la literatura borgeana, Gonzalo Garcés incorpora nuevos guiños, subrepticios homenajes y discusiones, para construir una novela que parte con elementos del policial para luego construir piedra por piedra una inteligente trama que gira alrededor de la ciencia ficción o la distopía, y en cuyo basamento aparecen mencionados mujeres y hombres que realmente fueron fundamentales en la historia política y cultural de nuestro país. Pero no alcanza con mencionar nombres propios para generar eso que se denomina verosimilitud.

Más allá de la perspectiva ideológica, el peso que tienen cada uno de estos nombres en el universo de la ficción se apoyan, no ya a modo de citas que pretenden darle legitimidad al pensamiento puesto en tensión desde la dualidad de narrador-escritor (si es que no son, en algún plano, una ficción ambos), sino desde una profunda investigación que no pretende demostrar nada sino lograr aquello que busca el arte en general. Excepcional lector, Gonzalo Garcés. Una vez más vuelve a demostrarlo en El refugiado. “Bueno, lo distintivo de la ciencia-ficción o la distopía como género es que además de darle vida a una trama y unos personajes tenés que hacer visible un mundo que el lector no conoce” dice Gonzalo Garcés, que por su novela Los Impacientes recibió el premio Seix Barral/ Biblioteca Breve en 2000. Y hacerlo sin ser didáctico, sin hacer una guía turística, mostrando ese mundo en parte desde la mirada de gente que vive en ese mundo y lo da por sentado, aunque también con la mirada de un extranjero. “La mirada de un extranjero, o de un refugiado, justamente, de alguien que está en ese mundo por necesidad, aunque no necesariamente le gusta o se siente como en casa. Y creo que lo interesante de ese desafío, para el que escribe, es que te hace incorporar esa mirada de extranjero o de refugiado como un hábito. Yo, cuando terminaba mis páginas de ese día, salía a la calle para volver a mi casa y sentía que estaba en un país extraño. Seguía viviendo la sensación doble de familiaridad y de extrañeza que viven los personajes”.

Durante veinte años, Gonzalo Garcés realizó una infinidad de borradores mentales de lo que terminará siendo El refugiado, una novela que tiene como escenario al territorio argentino dividido en dos luego de una guerra de secesión a mediados del siglo XXI. Como consecuencia, el territorio independizado se autodenomina el Estado Libre, un lugar que se presenta como un éxito de la democracia, la educación y el esfuerzo, pero esa era solo la historia que se contaban a sí mismos. El punto de inflexión surge a partir de un repentino asesinato que motiva a Julián, un periodista, a investigar lo que en principio se conoce como el Círculo, una logia que proyectó el Estado Libre. “Cuando vivía afuera, muchas veces soñaba que viajaba a Argentina, pero era una Argentina diferente”, dice Gonzalo Garcés. “O al revés: soñaba que estaba en Buenos Aires y me tomaba un avión y aterrizaba en otra ciudad que también se llamaba Buenos Aires. Esa sensación de ver doble, de que en realidad tenés dos patrias. Eso es una parte de la génesis del libro. La otra supongo que tiene que ver con la famosa grieta. La grieta es parte de la identidad argentina. Es casi nuestro mito fundador. Pensá que en 1810 nos independizamos de facto de España, pero no había acuerdo acerca de lo que estábamos haciendo. Para algunos, como Moreno y San Martín, se trataba de fundar un país soberano, mientras que para otros sólo era tenerle la vela a Fernando VII hasta que volviera al trono. Ahí, mentalmente, se fundan dos países. Hay un elemento muy fuerte que aparece con el 25 de mayo que es la lealtad al soberano ausente. ¿Por qué está ausente? Porque está capturado, exiliado o muerto. Pero va a volver. De ahí deriva desde la figura de Perón en el exilio, mandando cassettes con mensajes, hasta el Nestornauta. Es un mito potente en el imaginario argentino y es tributario, como se ve, de la ciencia-ficción: en el Nestornauta está la idea del derrotado que escapó a otra dimensión para seguir resistiendo desde allá y los cassettes de Perón son como las señales que envían los extraterrestres en Encuentros cercanos del tercer tipo. Después aparece otro gran mito fundador nuestro, que es la expulsión de la mitad mala. Otras naciones encontraron su identidad por oposición a otro país. Francia descubre que es Francia en la guerra de los cien años, peleando contra Inglaterra, descubriendo que no son ingleses. Incluso acá nomás Chile se funda en la idea de su diferencia con América Latina, de no ser Perú, de no ser Argentina”.

Frente a la pregunta de la gran variedad de lecturas presentes en El refugiado como una apertura a la reflexión crítica sobre el lugar que ocupa la información en nuestra sociedad, Gonzalo Garcés hace hicapié en la metáfora de los “restos diurnos” después de un día en la Argentina, donde retazos como vistos en sueños, que se mezclan o aparecen corridos en su significado. Por ahí anda la cultura de twitter, incluso aparecen varios tuiteros imaginarios que se parecen a tuiteros reales. Aparece Leopoldo Lugones, sólo que en este sueño Lugones es un poco lo que fue para Garcés su amistad con Abelardo Castillo. “También hay como retazos de lecturas recordados en sueños: hay un episodio, cuando hablo de la sociedad secreta que llevó a cabo la secesión, en el que un personaje lleva la pistola enganchada atrás en el pantalón y se le cae para adentro y se le desliza por la manga del pantalón, y piensa: Somos una organización secreta y parecemos una comedia bufa”.