Conviene recordar los minutos iniciales de Vera (Asta Kamma August), su comportamiento mesurado, las palabras que la definen en la sesión con su analista porque durante el desarrollo de la película La hipnosis es probable que se desestimen.
Vera ha creado junto a su novio André (Herbert Nordrum) una app de salud femenina para los países del tercer mundo y tienen la oportunidad de asistir a una estancia de entrenamiento que culminará en una competencia donde podrían conseguir futuros inversionistas. Pero antes de instalarse en el hotel donde estarán concentrados para perfeccionar sus pitches gracias a las indicaciones de un coach (David Fukamachi Regnfors), Vera decide someterse a una terapia de hipnosis para dejar de fumar.
Lo cierto es que la joven cambia repentinamente, su carácter se vuelve más desenvuelto y expresivo. La presentación de la aplicación comienza con un testimonio de Vera (que después sabremos que es inventado) donde ella cuenta que en su primera menstruación estuvo a punto de morir desangrada porque tenía una enfermedad, hasta ese momento desconocía y salvó su vida por haber nacido en una sociedad como la sueca donde la salud femenina no es un tabú. Su parlamento es desenfrenado pero el coach queda encantado con su estilo, a diferencia de André que es premeditado y explicativo y recibe algunas devoluciones desfavorables.
A partir de ese momento lo que sucede en este film de Ernst De Geer que se estrenó en la plataforma Mubi es un contraste entre la desesperación de André por adaptarse a los requerimientos de un sistema de ventas y una honestidad desmesurada de Vera que la lleva a no acatar ninguna norma social.
André quiere ganar y para lograr su objetivo entiende que debe componer ante el coach una imagen que Vera se encarga de desarmar hasta los límites de la irritación. Es interesante como De Geer se ocupa de establecer las formas de una posible empatía. ¿Con qué personaje nos identificamos? ¿Con André que se convierte en un adulador, en un ser sumiso, en un prototipo de la corrección porque entiende las reglas del juego y quiere cumplir su propósito o con Vera que no para de delatar todas sus mentiras sabiendo que lo más probable es que su estancia allí resulte inútil? La chica se sirve lo que se le da la gana en un bar sin pedírselo al mozo, imagina que tiene un perrito invisible y obliga a todos a su alrededor a seguir con esa farsa y le dice al coach que su novio no terminó de leer el libro de Fukuyama que recomendó porque le resultó aburrido. Lo que hace en realidad Vera es desarrollar un comportamiento antisistema.
Su desempeño implicaría cierta parodia de ese mundo de las start-up pero al manifestarse desde una actitud desconcertante, que deja en un lugar extrañado a su propio novio y al descartar cualquier artimaña enunciativa, La hipnosis pasa a ser una comedia crítica sin tener que recurrir a discursos explícitos.
André cree que Vera ha quedado perturbada por el tratamiento de hipnosis pero lo que se produce en este film es una distancia o disidencia que sucede desde los comportamientos. Vera se convierte en un ser inadaptable, no tanto por lo que dice sino por lo que hace. De hecho las palabras se ciñen operativamente a la acción en el marco de una especie de performance o actuación dentro de esa competencia de negocios donde todos miden y estudian sus conductas para convertirse en ganadores.
Vera, por el contrario, hace todo para perder, para boicotear el proyecto. El film sabiamente descarta cualquier diálogo entre la pareja que permita una instancia de reproches o de esclarecimiento de lo que sucede. Cada vez que André intenta hablar con Vera ella continúa en su personaje desaforado, no sale de ese rol ni en la intimidad del cuarto. Las actuaciones son fundamentales en esta película sueca.
Asta Kamma August sabe mantener un equilibrio en sus desarreglos sin pasar a una forma grotesca o ridícula, hay mucha verdad en su interpretación, incluso se sospecha siempre una cuota de racionalidad detrás de su aparente inconsciencia. Lo mismo sucede con Herbert Nordrum que observa a su novia como si buscara desentrañar lo que sucede y nunca elige intensificar los momentos de irritación o enojo que el guión se ocupa acertadamente de dejar inconclusos. El comportamiento de Vera provoca en él al mismo tiempo la necesidad de responder con una acción opuesta y una sutil reflexión que va a concretarse al final con un cambio de conducta.
Si bien Verá está señalando la actuación como una matriz en ese mundo de los workshops, también hay una lectura política que propone boicotear el sistema o desmantelarlo desde una lógica muy simple: empezar a instalar comportamientos que no respondan a sus normas y ver cómo rápidamente ese funcionamiento necesita expulsar a los inadaptados porque no sabe cómo responder frente a esa anomalía. Por supuesto que el sistema no se daña, continúa con su lógica y ellos pasan a ser los perdedores. El film no es ingenuo en relación con este tema.
Vera y André no lograrán nada con esa actitud que se desmarca de lo correcto (hay un momento del film donde André entiende a Vera y reproduce su comportamiento como un modo de decirle que está de su lado) pero tal vez sea el único modo que encuentra esta generación de millennials para conquistar cierta autonomía para decir que no como un gesto que tal vez puede inspirar a otros.