6 - BÚFALO (Argentina/2022)
Dirección y edición: Nicanor Loreti
Guion: Lourdes Prado Méndez
Duración: 90 minutos
Intérpretes: Sergio “Maravilla” Martínez, Oliver Kolker, Moro Anghileri, Jazmín Briguez y Pablo Pinto
Estreno en salas



Por esas cuestiones inexplicables de la distribución de cine nacional, la décima película de Nicanor Loreti, María, se estrenó antes que la novena, Búfalo, que había integrado la Competencia Argentina de Largometrajes del Festival de Mar del Plata de 2022. De esa misma sección Loreti ya había participado con Diablo (2011), Kryptonita (2015) y Punto rojo (2021). Como si fuera mezcla entre esas tres, aunque con un tono sobrio inédito en una filmografía tendiente a la estilización, Búfalo presenta una historia de raigambre clásica ambientada en un conurbano bonaerense donde la clase laburante hace lo que puede para sobrevivir. Una historia protagonizada, como Diablo, por un deportista venido a menos y acostumbrado a moverse al filo de la ley. Allí era un boxeador; aquí, un luchador de “vale todo”, esa modalidad de combate que se realiza en un ring enrejado y en la que los rivales pueden usar técnicas de las artes marciales o de cualquier deporte de contacto.

El hombre a cargo de rol central no es otro que Sergio “Maravilla” Martínez, el boxeador campeón mundial de peso mediano devenido en actor y comediante. Es cierto que se notan las costuras de su interpretación en aquellos momentos donde el guion requiere un mayor compromiso dramático. Tan cierto como que un rostro con las secuelas de mil peleas y sus movimientos corporales profesionales imprimen un indudable aire de verosimilitud al derrotero de este hombre que intenta torcer su destino luego de pasar tres años en la cárcel a raíz de un intento de robo fallido.

Basada en la historia real de Alejandro “Búfalo” Ortiz, el noveno largometraje de Loreti comienza con un plano en cámara lenta del luchador guanteando en un pasillo bañado por una luz rojiza justo antes de trompearse de lo lindo con otro preso, en lo que es su despedida del penal, mientras de fondo se escucha el rugir de los ocasionales espectadores. Ya allí queda claro el notable pulso del realizador para, en la mejor tradición del cine de Hollywood (inevitable no pensar en la impronta visual Toro salvaje y el arco dramático de Rocky), capturar la esencia física de los combates, algo que repetirá en las numerosas escenas donde la transpiración, los quejidos y el dolor monopolizan la atención. Cuesta no empatizar con un tipo que quiere hacer las cosas bien y en el que no se percibe un ápice de maldad. Quiere, pero no le sale: no tiene un mango ni para pagarle una gaseosa al hijo, ni mucho menos una casa donde caer. Por si fuera poco, el pasado está listo para ir tras sus huellas.

Ese pasado es encarnado por “el Tano”, cabeza creativa de una banda de delincuentes a la que Búfalo se une por la imposibilidad de conseguir dinero en su flamante trabajo en un frigorífico. El robo, otra vez, sale mal: falta una parte del botín y, por ende, habrá que seguir trabajando para completar la cifra. Pero Búfalo no quiere saber nada con la mala vida, por lo que suplica por una oportunidad para pagar lo suyo haciendo lo que mejor sabe, esto es, revoleando piñas y patadas. No hay que ser un genio para imaginar los caminos narrativos que seguirá esta fábula conurbana de redención tanto deportiva como humana en la que hasta los personajes más oscuros terminan mostrando un atisbo de bondad. Un camino hecho de emotividad y nobleza, y en cuyo final asoma la posibilidad de un futuro mejor.