Parecía eterna Nacha Roldán, apenas año y medio atrás, cuando ocurrió su última charla con Página 12. La entrevista se publicó justo el día de su cumpleaños número 75 –el 14 de enero de 2023- y la cantora andaba entonces por presentarse en la Fiesta Nacional del Chamamé, en el Festival de Cosquín, y en Rondemán Abasto, una trifecta enérgica, vital, que tornaba bastante impensable el desenlace posterior. “Es increíble, nunca me cuidé la voz, y no me la cuido… no sé cómo mis cuerdas se sostienen todavía. Debe haber un Dios, alguien que me está ayudando, porque tampoco siento la edad”, decía ella entonces, rubricando su vitalidad. Pero pasa que la eternidad es imaginaria, y entonces Nacha murió, a los 76. Fue este miércoles. Se anunció sin demasiados detalles. Y puede ser que los tres paquetes de cigarros que se fumaba por día en sus años mozos, hayan hecho mella por algún lado. “Pobre de mi cuerpo, ¡le di con todo!”, había admitido, incluso, en otro pasaje de la entrevista citada.

Voz, talento, energía y cuerpo fueron clave entonces para que la brillante cantora nacida en Clorinda, Formosa, criada en Corrientes, y profesionalizada en Buenos Aires haya podido cumplir con aquellos tres conciertos veraniegos, en los que donde se dio el gusto de volver a interpretar gemas litoraleñas, tipo “Villanueva” o “Viejo Caa Catí”, y otras de las zitarroseanas, que habían sido presa de su voz durante años, y que estaba desempolvando para volver sobre ellas, “Pal que se va” o “Guitarrero viejo”, entre ellas.

Justamente un mojón clave de su vida artística fue su encuentro con Alfredo Zitarrosa, a quien conoció cuando -recién instalada en Buenos Aires- coincidió con el cantautor oriental en los estudios del sello EMI-Odeón. Grababan ambos en salas contiguas, la cantora escuchó la portentosa voz de Alfredo, y pidió que la lleven a conocer a su dueño, por entonces prohibido en el Uruguay. “Yo escuchaba esos temas y me volvían chiflada: ¡eran una maravilla!”, decía Roldán en la entrevista citada. Tanto fue el chifle que no solo empezó a cantar esas canciones en vivo, sino que también se animó a grabar algunas de ellas en sus primeros discos, y a cantarlas en vivo, incluso en ciertas ocasiones con el mismo Zitarrosa como espectador. “Alfredo venía a ver los recitales en que yo cantaba sus canciones, pero me pedía que por favor ni lo nombrara. Desde entonces, me identificaron con esas canciones que hice con mucho cariño y mucha admiración”.

Nacha se instaló en Buenos Aires, hacia fines del sexto decenio del siglo pasado, cuando recaló -contra la voluntad de su padre- contratada por EMI-Odeón, sello para el que grabó ese germinal disco que la posicionó muy bien en la escena folklórica argentina. Saldré a buscar el amor –tal el nombre de su opus uno- portaba frescas versiones de “El violín de Becho” y “Pichón de amor”, de Zitarrosa.

Tras el disco debut, tres años después llegó su sucesor bajo el nombre de Con propia lumbre, el de la bella “Palabras para Julia” y la yupanquiana, “Le tengo rabia al silencio”. Luego arribaron los dos posteriores que no le van en zaga al par anterior: Matices, de 1980, y Fuego lento, el de “Resolana” y “No quiero que te vayas”, publicado cuatro años después.

Entremedio de ambos trabajos, se produjo el segundo mojón importante del devenir de Nacha, cuando la convocaron para ser la primera voz femenina de la Orquesta de Tango de Buenos Aires, dirigida entonces por el maestro Carlos García. Con ella, su voz brilló en España, y sobre todo en Japón, donde cantó noventa veces, cuando alboreaba la década del 80`. 

De su experiencia con la orquesta porteña provienen también las impecables grabaciones de “La Morocha” y “Madreselva”. Otra data que enaltece su vida artística fue también la hermosa versión de “Pájaro de rodillas” (Zitarrosa-Porcel de Peralta), que grabó junto a Mercedes Sosa, para Cantora I.