Mezcla de fragilidad y eterno indisciplinamiento. Este miércoles, cientos de jubilados, jubiladas y pensionados marcharon lento pero insurgentes hacia Plaza de Mayo, en contra las políticas de la crueldad y el descarte humano mercantilista de la gestión de Milei. 

Si la lucha por el aborto legal fue la marea verde, esta fue la de los bastones y las camperas de guata infladas grises, azules y bordó. Buzos de polar, sweaters con cierres adelante y zapatillas blancas Topper estilo “para caballero”. Boinas de fieltro, bufandas de lana y pañuelos cuadrillé de tela, que de vez en cuando sacaban de los bolsillos de la camisa o el pantalón, para sonarse la nariz por el picor de la alergia o de los gases lacrimógenos.

“¿Miedo? No, no tengo miedo. Sinceramente, no me importa que me lastimen. Hay que perder el miedo, porque ellos lo que quieren es que nos quedemos de brazos cruzados. Si nos lastiman, si nos llevan presos, o si nos pasa algo, iremos al hospital y, bueno, ¡nos curarán! Y si nos matan, ¡QUE NOS MATEN!”, manifiesta Juana, de 72 años, que encarna pletórica el ímpetu de su tocaya De Arco.

Ella fue una de las últimas en retirarse ayer de Plaza de Mayo, cuando bajaba el sol. “Pero…¡es muy lógico tener miedo!”, contrarresta sumando algo de mesura su compañero Tito, frente a la efervescencia de Juana, que se expresa enérgica agitando los brazos hasta donde le llega la sisa de su campera bordó. “Igualmente, yo no soy tan valiente como ella”, le confiesa en secreto a esta cronista, con un guiño de admiración, cuando ella apaga el grabador.

Tito es librero en el Parque Rivadavia, se siente muy perseguido con la actitud de la policía de Milei. 
 

Basta de sadismo

Tito tiene 78 años y es un librero histórico de Parque Rivadavia. Él es más cauteloso, y se lo ve un poco más preocupado que a su compañera: “Yo ando con mucha precaución, mirando a todos lados a la policía, porque sé que cuando den la orden, nos van a cagar a todos a palos”, comenta. Tiene un buzo rojo, una bufanda gris de lana y sostiene una cartulina amarilla escrita con marcador: “No destruir la patria, basta de SADISMO”.

El 28 de agosto de este mes; eterno, frío e ingrato; se celebró el Día de la Ancianidad. Esta fecha fue proclamada en 1948 por Eva Perón, que instauró derechos específicos de seguridad social para adultos mayores. En 2024, los +60 tuvieron un festejo muy especial, que descubrieron, después de haber trabajado durante décadas, cómo es pasar de la línea de pobreza a la de indigencia de forma vertiginosa. El punto álgido de la celebración, para sorpresa de nadie, fue el veto que prometió Milei al aumento jubilatorio votado en el Congreso.

Jubiladxs en LUCHA por una vida digna.
 

Cuando la plata no alcanza, las redes colectivas son todo

Según explicó el compañero de Norma Plá y secretario de la Mesa Coordinadora de Jubilados, Marcos Wolman, el aumento representaba alrededor de 17 mil pesos: casi diez sachets de leche.

“¡Son cinco pesos!, ¡son dos mangos!”, exclama indignada Zidalia de Quilmes, integrante asidua de la asamblea de jubilados, mientras camina junto a su amiga Lucrecia, de 85 años, hacia plaza de Mayo. No usan bastones, pero se sostienen entre ellas. Se conocieron “charlando, intercambiando ideas” en asambleas vecinales, según cuenta Lucrecia. Zidalia asegura que cobra el 12 y que, después de pagar todos sus remedios y servicios, el 13 ya no tiene más plata: “vivo todo el mes comiendo fiambre que me fía el almacén”.

Zidalia y Lucrecia, unidas contra el gobierno más perverso de la historia. 
 

El corolario de los festejos por el Día de la Ancianidad fue el miércoles pasado. En esta ocasión, los “abuelos” que se juntan semanalmente en las inmediaciones del Congreso para hacer su asamblea, fueron recibidos con una nueva sorpresa. Esta vez, firmada por Patricia Bullrich, una de las archienemigas históricas de la dignidad de los jubilados.

La policía, armada como si fuese a allanar un arsenal de armas y drogas, acorraló a los manifestantes de más de 70 años, muchos de ellos con bastones y movilidad reducida. Mientras una señora se abrió la cara escapando de la represión, otro pensionado era asistido por médicos voluntarios. Sentado en el cordón de la vereda, con los ojos reventados de lágrimas rojas y los dientes apretados, era bañado en leche: el antídoto clave de la canasta básica anti represiva 2024.

 

Su nombre es Rogelio. Cuando se recuperó, se puso de pie, sacudió su polar azul, levantó su cartel y marchó en lenta procesión hacia la plaza, atravesando un cordón infinito de copy-paste de policías, que vigilaban de reojo todos sus movimientos. Su pancarta: “Nuestra vida vale más que sus ganancias”.

Rogelio ya está acostumbrado al kit antirepresivo modelo 2024: un sachet de leche para los gases lacrimógenos. 
 

“No es la primera vez que nos reprimen”: quien habla con los ojos hinchados es Luis de Lanús, que subraya que es muy popular en la Asamblea por la creatividad de sus carteles: “hoy me traje uno que decía ‘Milei no tiene los patitos en fila’, dice señalando su pancarta, que está tirada en la vereda. La tuvo que soltar porque fue uno de los gaseados que necesitaron asistencia.

¿Cómo viviste la represión?

Luis: --Era tremendo, todo policía y nosotros arriba de la vereda. Nos empezaron a golpear y tirar gas, fue una locura. Yo dejé todo para ayudar a un señor muy mayor, que lo bañaron (en gas). A mí también me tiraron, pero me perjudicó un ojo solo. Fue algo asqueroso. Con saña. Fue algo cruel, no exagero. No estábamos en nada raro, ¡éramos los mismos viejos de siempre!

“Perdón por la anécdota guaranga que voy a decir… Página12 es palabra mayor”, se excusa Luis con esta cronista, antes de contarle una de sus mejores travesuras. Una noche, a las tres de la mañana, se quedó con seis amigas jubiladas a la espera de que saliera Karina Milei del Congreso. “¡Las chicas se le pusieron de frente apenas la vieron y le gritaron de todo, la putearon con todo!”, rememora. “Y a mí me pasó algo que, con 76 años, nunca pensé que iba a hacer. Me bajé el pantalón y le puse el culo a tres metros de la cara. ¡Te juro por mi nieta! ¡Hay testigos! ¡Las viejas se reían, diciendo que Karina se había enamorado de mi culo! Y yo le dije: ‘mirá, tu hermano me lo rompió…¡porque ahora tengo que pagar remedios que antes no pagaba!”.

Luis fue atacado por la policía el miércoles. Cuenta a este diario una anécdota tragicómica con Karina Milei.
 

Las minorías intensas

Luciano Ángel Vasallo tiene 74 años y también participa de la Asamblea de Jubilados Insurgentes. “Lo que sucedió hoy es una anécdota”, reflexiona sobre la represión, “nosotros estamos en lucha. Ya sabemos que el salvajismo existe y que forma parte de este modelo. Lo que ponemos como eje central es ampliar nuestra capacidad de resistencia, generar focos, esquinas, movilizaciones, y esto se va a ir inflando hasta que el modelo se resquebraje, como se han resquebrajado todos los modelos neoliberales”.

¿Esperabas este nivel de represion?

Luciano: --Sí, porque forma parte de su modelo asustarnos para que dudemos en movilizarnos. Pero no nos van a vencer, estamos acostumbrados. Yo tengo 74 años, viví de muy chiquito el 55, el 1960, la gloriosa resistencia peronista, pero estas cosas son muy crueles. Yo no quiero minimizar lo que está pasando, pero acá tuvimos 30 mil desaparecidos. Y atrás hubo fusilamientos. En esta plaza asesinaron a 400 personas, y permanentemente tenemos anécdotas de persecución y muerte. Bueno, hace dos años a Cristina le quisieron pegar un tiro en la cabeza.

¿Como viviste la jornada de hoy?

Luciano: --Es una jornada importante, emocionante, conmovedora. La sociedad argentina se caracteriza por tener minorías intensas. Nosotros somos una minoría intensa, junto con los estudiantes, centrales obreras, docentes, trabajadores de la salud, etc; siempre logramos generar focos de resistencia. Pero los buchones del carancherío extractivista internacional no han podido digerir que en Argentina… ¡Ay, me emociono! (se le quiebra la voz), ¡en Argentina pasaron Perón y Evita! Este es un pueblo diferente, a esos enclaves donde tienen esclavos. Por eso nosotros tenemos un deseo de que nuestros hijos estudien y tener viviendas dignas. Otras sociedades están resignadas, pero nosotros tenemos que cuidarnos porque VIENEN POR TODO.

“La estrategia de la policía fue arrinconarnos, y se agarraron de una puteada de un jubilado para pegarnos”, advierte Augusto, de 69 años, que vino desde Monte Chingolo. “Hay que estar acá, porque la lucha de los jubilados no es solo de los jubilados. Es de los despedidos, de los asalariados que los cagan de hambre también…”, dice su amigo, Gerardo, de 66, vecino de Caseros. “Una jovencita de tu edad -se refiere a la cronista, que tiene 32- nos retó a nosotros, los viejos”, asegura Augusto. De fondo, una bomba de estruendo. Ellos no se inmutan. “La chica se enojó con nosotros y nos dijo que el 75 por ciento no aportó”.

¿Qué le respondiste?

Augusto: --Le dije, “vos, lamentablemente, no te vas a poder jubilar”. Nosotros estamos luchando por vos. A nosotros en cualquier momento nos da un bobazo. ¡Ojo al piojo! ¡A ver si reacciona!

Augusto y Gerardo, presentes en la lucha por viviendas y salarios dignos.
 

Ana María, de 74 años, por el contrario, advirtió con alegría que esta vez la marcha sí tuvo apoyo: “¡La gente nos aplaudía por la calle”, comentó. Ella vive en el centro, es uruguaya y emigró a Buenos Aires hace 50 años. Ahora vive en un hotel, con una pequeña ayuda del Gobierno, pero cree que la “van a echar en cualquier momento” y va a tener que volver a Uruguay, donde tiene una casita en la playa “que no le gusta nada”.

La preocupa pensar que va a estar lejos de su amiga, sin movilidad, cobrando la jubilación mínima argentina. Y lo peor de todo: se va a quedar sin sus actividades culturales. “A mi me encanta ir al cine, al CCK, al paraíso del Colón. Hago cursos, talleres… ¡me voy a quedar sin nada, después de haber vivido acá 50 años!”.

“Yo subsisto porque mi hijo me paga un alquiler”, comenta Liliana, que siempre “escucha a la izquierda, que no tiene nada que perder”.

¿Te da miedo que te repriman?

Liliana: --No, al contrario. Me acerco y les digo de frente: la cana, ¡siempre contra el pueblo!

“Yo siempre quise un mundo mejor”, manifiesta Betina, profesora de biología jubilada, mientras saca la tabaquera de su mochila. “Siempre me voy a movilizar, lo hago desde que tengo 16 años. Pensé que esta crueldad no iba a volver. Y acá estamos. Pero la vida es arriesgar y poner el cuerpo, ¿o no? Con ciertos cuidados, por supuesto, ¡no le vas a regalar a los perros la carne!”, señala. “Totalmente”, comenta Hugo, otro jubilado que la acompaña. Son viejos conocidos que, esta noche, se encontraron de casualidad en la plaza. Betina va siempre a las asambleas de los miércoles. Hugo, no sabía que existían. “¡Mirá que te espero el próximo miércoles, Huguito!”, le dice, mientras prende su cigarrillo, y le guiña el ojo.