La regla habla del sudor como aquello indeseable, que se tapa con desodorante, que se esconde con algún quitabrillo. Ok. Si es cierto que hecha la regla, hecha la trampa; la de Sudor Marika y su primer disco es una historia de trampa, brillos y deseo. Afuera cae una tarde de primavera y adentro, en el primer piso de un caserón con árboles incluidos, el grupo ensaya sus diez temas. Desde la calle, el barrio pegado al puente Avellaneda puede escuchar teclados cuarteteros que repiten La menor-Mi-La menor-Mi y un coro pegadizo y gauchito: “Compañero, de piquete, cuando quieras sale un pete/ compañera, piquetera, cuando quieras hay tijera”. Por estos días, ser parte de esta banda que se percibe como una familia poliamorosa es moverse con frenesí entre movilizaciones, fiestas apocalípticas y reclamos contra los ajustes macristas. “A todo lo que podemos vamos, nos pasa seguido que en las prioridades queda primero tocar y después ensayar. Casi que en vez de Sudor Marika, somos Sudor Manija”, dice entre risas Vicente Quintreleo, el guitarrista que llegó hace seis años de Chile y se enamoró de la mística conurbana, lo que se imprime en varias de las canciones.
La escena tiene muchos colores: una CFK warholiana en la pared, cerca de una muñeca con una remera que dice son 30000, un Lemebel psicodélico y afiches con estética tropical. Entre las piernas se pasea un gato, Néstor, y una perra, Tuca. En una pausa del ensayo, lxs ocho integrantes se sientan para hablar con Soy de lo que significa grabar un disco y dicen que en verdad son muchas primeras cosas: primeras presentaciones, primeros instrumentos y primeras letras. “Para la mayoría de nosotrxs es un comenzar. Yo vengo de otro palo, soy psicóloga, estoy en la Academia con un grupo de investigación, y cada paso que vamos dando es una experiencia nueva que me mantiene sorprendida. Ahora es la primera vez en un estudio y todo el transitar nos vuela la cabeza”, dice Rocío Feltrez, voz, fuego y rallador.
Si hay que ponerle un comienzo, la historia empieza en un casamiento de chico y chico amigos de Vicente y Sebastián Zasali (teclados, mística y dirección musical). “Les queríamos regalar un show de cumbia para la fiesta y nos mandamos haciendo covers. Todo lo que sigue fue muy rápido, de hecho no hace ni dos años de ese casamiento”, cuenta Sebastián. Pasada esa noche, y con apenas algunos ensayos encima, llegó una invitación a tocar. Por entonces ni tenían nombre y estaban pensando en alternativas como “Grasas trans”, cuando empezaron a hacer juegos de palabras y pensaron que lo sudaka los identificaba. De ahí que salió sud, que también se relaciona con su territorio: el Dock Sud. Después a sud lo convirtieron en sudor y lo marika, bueno, salía por los poros. Pero el nombre, dicen, guarda también otros significados: “El sudor no pega con el estereotipo de la cultura gay en pose permanente. Y tampoco lo marika, que no es bien recibido por alejarse del ideal masculino. Así la fusión del nombre busca reivindicar y apropiarse de eso que se quiere ocultar y se desprecia. Es un juego de mezclar lo que no se debe, el orgullo de lo indeseable”, explica Nahuel Puyaps, el bajista con la barba más horny de zona sur.
Lxs ocho coinciden que no los unió el plan ni el sueño de ser una banda, sino que se entregaron al devenir y son eso: un deseo organizado. Dentro del encuentro, hay varios puntos en común, pero quizá el más evidente es su rechazo a las políticas del gobierno de Mauricio Macri. “La posición antimacrista no es por ‘Macri la persona’, si no por lo que encarna: por los valores, los deseos, la realidad que está exhalando y que está haciendo que los cuerpos marchen en ese ritmo. Entre las canciones del disco el mensaje se vuelve político en esa oposición, y también porque contamos cómo amamos, cómo nos divertimos y vivimos. Que aparezcan otras historias es parte de construir otra política, ya que la mayoría de la música del ritmo que hacemos está llena de historias de amor romántico y patriarcal entre hombre y mujer. Dar otro relato, también tiene un sentido”, dice Vicente.
Fuego apocalíptico
El aquelarre marika torta trava de esta banda se vive en Las Apocalípticas, unas fiestas donde suele verse un coro ditirámbico que canta en pezones, se enreda, se besa alrededor de un fuego que no se ve, pero claramente arde. Algo que se da en estos encuentros, que no pasa seguido en otros lados, es que junto a los estribillos se mezclan arengas de marchas de protesta. Por ejemplo, entre temas, es común escuchar el ya popular “Macri no es puto, es liberal, hacete cargo él es heterosexual”, seguido del “Somos la muerte, de la moral, somos guerrilla de la subversión sexual”.
-Y también se coge, anotá este título. Poné: “Acá sí se coge”. No hay toda esa histeria de algunos lugares gay- tira Nahuel.
-Es como que si estamos en el apocalipsis y viene el fin del mundo, que nos agarre en tetas y bailando- propone Rocío.
Una idea de los encuentros apocalípticos es ganar el espacio público y “disputar la fiesta hegemónica desde el placer”. Porque, como dicen en uno de sus temas, “revolución es que te pueda besar”.
-En los 90 se privatizó la vida de putos, travas, tortas, por eso para mí permanecer habitando el espacio público, ya sea con alguna fiesta que organicemos o en marchas y reclamos, es una parte importante de la propuesta de Sudor Marika. Es más fácil gobernar cuando la tristeza son la pasión que prevalece en los estados de ánimo: de esa forma trabaja el fascismo y eso es lo que no queremos que nos gobierne - dice Sandra Aguilar, voces, rallador y magia del shibari.
Las Apocalípticas fueron una forma de juntar fondos para pagar las grabaciones del disco.
-En las presentaciones invitamos a movidas autogestivas y a pequeños emprendedores a que traigan sus stands, y además la movida se hace en un teatro cooperativo, que es El Mandril. Tiene un sentido político la parte autogestiva de la fiesta: porque si no buscaríamos tocar en otros espacios, trabajaríamos con alguna productora y que nos paguen un cachet por tocar un rato y chau. La autogestión es parte de la apuesta- cuenta Nicolás Gabioud, amo de la trompeta.
Afuera del closet
¿Pero qué pasa después de lo apocalíptico, a dónde quieren llegar con su resonancia estxs mensajerxs de la lujuria tropical? El título del disco, Las Yeguas del Apocalipsis, hace una referencia a la dupla de Pedro Lemebel y Francisco Casas, que irrumpió con sus performances en un Chile golpeado por la dictadura de Pinochet. Continuando ese trazo donde la disidencia sexual no puede separarse de la política, Sudor Marika se propone en una tradición sudaka de activismo atravesado por el arte. No creen que el camino sea una experiencia solitaria. Tienen varixs invitadxs/aliadxs en el disco: Susy Shock, Kumbia Queers, Bife, Tita Print, Chocolate Remix.
“Hay un montón de cuestiones que como colectivo creíamos que habíamos logrado, pero vemos muchos aspectos en los que se está retrocediendo. Es casi una obligación tomar partido con un relato en las cumbias que sea como vaselina: una forma de introducir una posición contra la normativa mientras nos cagamos de risa y vamos a una fiesta”, dice Lautaro Pane, domador de timbaletas, y coincide con Caro Piccarreta, dominatrix del octapad: “Cuando estoy tocando una canción y de repente veo a todas las tortas enfiestadas haciéndose cargo de la fiesta, me hace pensar que la movilización social podría iniciarse en una fiesta, que podría ser como un espiral desde donde salga”.
En esta teoría de la vaselina, que postula al placer como uno de los motores de cambio y a la diferencia como punto de encuentro, la música se percibe como un eslabón de transformación social. Mientras cae la noche y el agua dura del Riachuelo hace de espejo para el puente Avellaneda, las calles del Docke tienen cumbia de fondo y las veredas parecen el asiento ideal para tomar cerveza. Alguien dice, o piensa, que si hay que vivir un apocalipsis, lo mejor es que sea el de Sudor Marika.
Las Yeguas del Apocalipsis se presenta mañana sábado desde la 23 en La Apocalíptica, Teatro Mandril: Humberto Primo 2758.