En Hombre muerto, película dirigida por Andrés Tambornino y Alejandro Gruz que ya está en la cartelera, el tono es quizá lo que queda en primer plano porque esquiva las convenciones. Aunque se recurra a la etiqueta de western a la hora de definirla, Hombre muerto es otra cosa. La trama es bastante sencilla. Un forastero (Oliver Kolker) llega a un pequeño pueblo olvidado tras el cierre de una mina de azufre y ofrece una buena suma de dinero a quien esté dispuesto a matar a su propietario, el Ingeniero (Diego Velázquez). En el horizonte, la eterna promesa de “progreso”. Para cumplir esa misión hay varios candidatos: Almeida (Osvaldo Laport), un ermitaño que vive en los márgenes y se niega a tener patrones, el comisario (Sebastián Francini), el dueño de un bar (Daniel Valenzuela) y hasta el cura del pueblo (Roly Serrano).

Los protagonistas charlaron con Página/12 sobre el proyecto. Laport recuerda los inicios y dice: “Previo no hubo nada. A veces me gusta llegar antes a las locaciones para mimetizarme con el lugar y saber de qué se trata, para que los personajes no queden como títeres en el paisaje y no se vean los hilos de la marioneta. La realidad de estas películas que están hechas a pulmón es otra, y lo digo con mucho respeto y amor. Yo llegué el día anterior a la primera jornada de rodaje y lo hice con una imagen fotográfica de mi casita que estaba impecable, pulcra, limpita. Pero cuando llegamos nos recibió el viento zonda, así que eso ayudó a que fuese más genuino. La realidad de la película se convirtió en la del personaje. La limpieza de esa imagen fotográfica se transformó en una realidad maravillosa: tierra, murciélagos, bichos, de todo un poco”.

Velázquez, por su parte, destaca la particularidad del guión: “No era realista y eso se agradece, porque la mayoría de las cosas que llegan suelen ser de ese color, más naturalistas. Acá estaba el desafío de encontrar el tono para esa historia y para esos personajes, la manera en la que hablaban. Y, en línea con lo que decía Osvaldo, la realidad del cine independiente se trata de encontrarse a resolver en el set. El cine siempre tiene un poco eso: el set es la verdad de la cosa, pero acá era el doble. Hay un par de tiros y tenés que intentar estar lo más cerca posible del blanco porque no podés buscar eso todo el día”. Su compañero señala la resiliencia de los actores: “Somos tan moldeables que estamos muy atentos a lo que sucede para incorporarlo. ¿Vino el viento zonda? ¡Qué suerte! ¿Hay mosquitos? ¡Qué bueno!” (risas). “Sí, y esa presión genera una adrenalina particular. Sabés que tenés determinado tiempo para hacer algo”, suma Velázquez.

–¿Cómo trabajaron para encontrar el tono de sus personajes? Son muy distintos y eso enriquece la trama: Almeida es un ermitaño bastante parco y el Ingeniero es un hombre verborrágico, locuaz.

Diego Velázquez: –Después de haber leído el guión, para mí había dos cosas fundamentales. Una era el encuentro con él y la otra era poder decir esos textos, porque a mí me gustaba cómo estaban escritos, una cosa medio florida, algo muy literario. Ya sabiendo que está ese texto, algo se arma. Y lo que sucedió con Osvaldo es que el vínculo se armó. Nosotros no nos conocíamos y había algo de no conocerse que le venía muy bien a los personajes. A la vez que el Ingeniero iba descubriendo a Almeida, yo iba descubriéndolo a Osvaldo. Eso estuvo bueno y para mí fueron dos pilares del trabajo.

Hombre muerto .

Ese cruce es otro elemento interesante para pensar esta producción; se trata de dos actores que provienen de universos muy diferentes pero la conjunción potencia eso que cada uno trae. Laport es un actor uruguayo que se hizo conocido por su participación en grandes éxitos televisivos como Más allá del horizonte, Campeones de la vida, Soy gitano o Amor en custodia, entre muchos otros. Velázquez es un actor marplatense que adquirió reconocimiento por su protagónico en el ciclo Los siete locos y los lanzallamas (basado en la obra de Roberto Arlt y emitido por la TV Pública) pero ya contaba con una extensa trayectoria en teatro, además de formación en danza y artes visuales; en estos años participó de diversas producciones, desde la taquillera Relatos salvajes (que acaba de cumplir una década) hasta la notable La larga noche de Francisco Sanctis pasando por Kryptonita, La reina del miedo o Familia sumergida.

–¿Cómo fue rodar en estos paisajes de La Rioja? ¿Qué le aportó a la historia y a sus actuaciones?

Osvaldo Laport: –Muchísimo. La geografía es muy fuerte. Creo que eso está muy logrado también por nuestra empatía, por nuestra energía y nuestras ganas de ensamblarnos en eso que nos ofrecía el paisaje de La Rioja. Hemos vivido con Dieguito situaciones de total exposición y fragilidad. Por ejemplo, recuerdo la jornada en la que me enteré que había fallecido uno de mis hermanos mayores. Curiosamente estábamos rodando la secuencia de una procesión religiosa. Había lugares en los que no teníamos señal, durante el día las temperaturas eran muy altas y a la noche refrescaba. Ahora va a estrenarse otra que rodé en el sur, y en estas películas hay algo que tiene que ver con el compromiso, la entrega, el amor al arte y la defensa de un espacio que es una expresión artística y una fuente de laburo.

En relación a los géneros, las fronteras pueden ser bastante difusas y en esos límites borrosos está lo más interesante. “No sabíamos qué estábamos haciendo y hay que ser honestos con eso. Los directores no quieren que se diga que es un western y acá nos hemos tomado muchas licencias, me parece que ahí está la riqueza y el mérito”, explica Laport, y Velázquez agrega: “Siempre hay una necesidad de encasillar en ciertos géneros y para mí esta película es muy particular. Podría ser una fábula o incluso una buddy movie porque todo lo que hacen estos dos tiene algo del espíritu de esas películas protagonizadas por compañeros de trabajo, o dos que se encuentran en una situación extrema y son opuestos”.

Cuando se les consulta por las dificultades para estrenar y producir en este contexto, Laport apuesta al “diálogo, la sabiduría y el respeto mutuo, sentarse en una mesa a dialogar y no a discutir o a violentarse". "Quiero creer que se va a encontrar el equilibrio, un acto de sensibilidad y respeto a la trayectoria del cine para que se pueda continuar y convivir”. Velázquez, por su parte, remarca: “Quiero defender que siga existiendo lo que es distinto aunque no dé dinero, que lo que da dinero no sea lo único que importa. El arte es otra cosa, posibilita que haya multiplicidad de voces. Esta película no entra en los parámetros comerciales; por lo tanto, con las lógicas actuales no existiría. Como espectador y amante del cine puedo decir que fueron esas películas las que me han salvado la vida, y como actor quiero hacerlas. Me parece que el Estado tiene que apoyarlo. Nosotros siempre encontramos la manera de que eso siga existiendo, pero el cine es caro y requiere otros recursos. No sé cómo haremos, creo que por ahora estamos un poco shockeados”. El trabajo les permite viajar y conocer la riqueza artística en todas las provincias, así que ambos coinciden en valorar el federalismo: “La voz argentina no es la voz porteña –señala Velázquez–. Somos muchos, muy distintos y todos tenemos que tener voz”.