Con una invocación a la musa, Emilio P. Corbière, poeta nacido en Ramos Mejía, solicita en 1921 la ayuda de Calíope, la misma que asistió en su momento, por convicción y consanguinidad, al poeta Homero. Corbière inicia así, bajo el influjo del autor de la Ilíada, un extravagante poema al que llama La Rozaida. La declinación del nombre nos otorga dos pistas: se trata de una pieza épica y si bien no es un encomio refiere a Juan Manuel de Rosas.

La Rozaida está dividida en dos libros. El primero incluye un prefacio, un preámbulo y cinco cantos. Otros cuatro cantos componen el Libro Segundo. De sus doscientas setenta y cinco páginas, alrededor de cien están ocupadas por notas aclaratorias y comentarios históricos que guían al lector por la multitud de nombres que el poeta menciona y que lo asisten en el relato y en la rima. El poema es un elogio sin reservas al general Lavalle y solo por alguna razón del orden de la sonoridad, o por la influencia en el peso simbólico de su oponente, no se llama La Lavalleida.

En la poesía épica Homero es el modelo, no solo de Corbière; se puede decir que lo fue de toda la producción de dos siglos y medio de literatura occidental. Apenas hoy, con el desgaste cultural producto de dos guerras mundiales, el materialismo histórico y la guerra fría, Occidente puede levantar la cabeza de su influencia. Hay que decir que, a su vez, la técnica, con sus armas de aniquilación a distancia, le arrebataron al siglo anterior todo el heroísmo para el canto, deshumanizando, si se puede expresar así, del combate cuerpo a cuerpo. No es que la Ilíada no sea un gran poema, pero las razones para su presencia como molde a seguir se debe en buena parte a la fama alcanzada por el poeta y ambicionada hasta la obsesión por los hombres de letras. Los poderosos, a su vez, ponían especial atención en el género, en el deseo de ser cantados y recordados en los siglos por venir. Pero hay más, la Ilíada, como obra, cumplió el papel de legitimar la identidad de un grupo de tribus de la Hélade en oposición a los persas. En ese sentido y a resultas de esto, un gran poeta se consideró a aquel que podía con su arte perpetuar el origen y gloria de una comunidad territorializada, lo que hoy llamamos Nación. Así, la Eneida de Virgilio fue comisionada por el propio emperador Augusto, y, quince siglos más tarde, La Francíada de Ronsard fue realizada por petición del rey Carlos IX.

La decisión de componer La Rozaida por parte de Corbière es por lo menos curiosa. Alentada quizá por el ansia del lauro que imaginaba el autor implicaría un extenso canto a la Patria. El poema abarca un espacio que tiene su comienzo entre 1823 y 1827, y termina en 1852 con el triunfo militar de Urquiza. Corbière compara a la Argentina con Grecia y algunas figuras de la historia argentina con los héroes aqueos. ¿Quiénes son esos héroes?: Lavalle, Paz, Lamadrid, inspirados por los agentes del bien, enviados por el numen de Manco Cápac, el primer rey inca, en contra de las fuerzas de Satanás.

Para darnos una idea, nos adelantamos a comentar de que trata el Canto I: Los Granaderos a caballo regresan a Buenos Aires luego de la batalla de Ayacucho. Es en ese momento en que Satán decide intervenir “en su empeño por destruir el imperio de los nativos por odio al Inca”. Los incas, adoradores del Sol (el poeta extiende la categoría de incas a los porteños y los santafesinos) son invadidos por “una legión de espíritus del mal, que siembran la discordia entre los americanos y provocan la guerra. Aquí es cuando despierta de su largo sueño Manco Cápac. Despierta y “ante el cuadro de dolor que descubre, solicita la protección de su dios enviando a su vez a la tierra una legión de espíritus del bien.” Estos espíritus del bien guiarán a los unitarios a la victoria, e inspirarán a Lavalle y a Paz en su lucha contra los demonios del federalismo. El genio malvado de las religiones abrahámicas, Lucifer, Satán, Satanás, es entonces el encargado de insuflar a Dorrego, Quiroga, Bustos y Rosas:

¿Quién rige sus destinos? ¿Acaso la Locura?
¿Quién precipita el viento y aviva el huracán?
Un genio poderoso, que goza en la tristura
Y reina en los infiernos; el cínico Satán;

Llega entonces el momento en que Satán inspira a Juan Manuel de Rosas a que entre en acción con unos versos que no pasarán inadvertidos al cefaleuta, el encargado de señalar la pulsión por la cabeza trofeo en donde esté presente (y lamentamos que no exista una calle en homenaje a Corbière):

A Rozas, su neurosis, como visión celeste
Le grita en los oídos : "tú tienes que vencer.
Tu triunfo está seguro, costando lo que cueste,

Y Rozas que en la idea que su cerebro agita
Encuentra el acicate que halaga su ambición.

Satán le abre los brazos. En él están fundados
Los éxitos plutónicos de su programa vil,
Y cuenta beber sangre con cráneos descarnados,
Como si fueran copas de plata o de marfil.

Corbière no crea en La Rozaida una mitología propia. Recurre a cuatro o cinco cosmogonías ya existentes, a las cuales agrega personificaciones de su propio cuño en la necesidad de completar un panteón. Desde el Preámbulo, el autor cita a Lucifer, a Calíope y a Forreto, el dios de la Justicia entre los escandinavos. Este último es un dios apenas mencionado en los libros especializados como Forseti o Foseti en la mitología de Noruega. El nombre Forreto no sabemos de qué obra o traducción nos llega, pero es interesante cómo Corbière, a falta de imágenes autóctonas, es decir de Escandinavia, lo reviste con los atributos de la justicia clásica junto a una augusta balanza, atributo de la justicia romana. A la presencia de estas deidades descritas con lenguaje clásico se le suman en el poema versos de tono campero a lo Martín Fierro, como aquel que dice “cuanto más duro el yugo, más larga es la coyunda”.

Por el libro de Alcíbiades Lappas, La masonería argentina a través de sus hombres, publicado en 1958, confirmamos que Emilio P. Corbière era masón, iniciado en la Logia Confraternidad Argentina Nro 2, el 9 de mayo de 1904, en la cual “tuvo destacada actuación […] ocupando diversos cargos, incluso el de Venerable Maestro”. Corbière nació en 1876 y falleció en 1949. Fue escribano y fundó en la localidad de Moreno el periódico El Orden. “Poeta de gran sensibilidad”, dice Lappas, “sabía usar el verso como arma de combate.”

No podemos asegurar que sea la relación de Corbière con la logia lo que hace del poema un desfile deísta. No obstante, en La Rozaida, es de notar que Cristo es apenas mencionado una sola vez, mientras que Satán y sus sinónimos, producto del mismo tronco de creencias, es nombrado a lo largo de todo el poema. Con respecto a esto Corbière nos dice:

“En mi poema lo maravilloso responde a las ideas religiosas ambientes […] si Satán es encarnación del vicio o el desorden en la idea supersticiosa, nada más propio que su acción en la trama para que su idealismo llegue más cerca del alma popular, y la concepción del vicio agrande el mérito de la virtud. Las pasiones —agrega— se mueven en el poema por la acción de espíritus extraños y maléficos, tal como el sentimiento religioso de nuestro pueblo los concibe bajo la influencia mística de su culto.”

Dejando a un lado la posibilidad de que el “alma popular” haya leído alguna vez La Rozaida, las frases: que su idealismo llegue más cerca del alma, etcétera, y tal como el sentimiento religioso de nuestro pueblo los concibe, llevan el tono de nota aclaratoria dirigida a sus pares masones.

¿Fue la llegada del nacionalismo católico la principal razón de que La Rozaida no obtuviera un lugar entre las grandes obras (aún en su extravagancia o justamente por ella)? La respuesta podría indicar cualquier dirección si nos atenemos a los caprichos de la fortuna. Otros poetas con más arte que Corbière están hoy olvidados. Sin embargo, para nosotros La Rozaida tiene la virtud de transitar en paralelo una característica de la historia argentina, con su prejuicio, obstinación e intolerancia. Lleva en su fuero el signo de esa gran desmesura, la de percibir desde una peligrosa ingenuidad, en un campo de acción siempre cambiante, la inamovible división entre buenos y malos.

En sí, el año de 1921 no fue una buena época para publicar La Rozaida. Cuatro décadas antes, su épica habría sido recibida de otro modo. Pero el revisionismo ya había establecido que la narración de los vencedores sobre la federación no coincidía con los hechos. Que Rosas no era el monstruo de los mil relatos del unitarismo, que Quiroga no era el tan salvaje de los Llanos y que Dorrego fue víctima del complot y el encono de un grupo sectario. Por otra parte, la llegada de los ultraístas, quienes en un manifiesto escrito por el propio Jorge Luis Borges en 1922 proponía la eliminación de la rima “y toda esa vasta jaula absurda donde los ritualistas quieren aprisionar al pájaro maravilloso de la belleza”, hacía que los vientos de cambio soplaran para el lado contrario del que se ubicaba Corbière. Con un dejo futurista, Guillermo de Torre, cuñado de Borges y aliado del momento, sostenía que "Los motores suenan mejor que endecasílabos". Entonces, ni qué hablar de los alejandrinos de Corbière a los que la nueva sensibilidad ubicaría por debajo del primer lavarropas.

En el Canto II, los emisarios del dios Sol, espíritus del Bien, buscan al general Lavalle para que regrese con su ejército luego de Ituzaingó “y salve la patria de la ruina que la amenaza”. La ruina que la amenaza es el federalismo. Lavalle, entonces, organiza el golpe y persigue a Dorrego, gobernador constitucional de Buenos Aires. Lo vence en Navarro y lo hace prisionero. Pero, pero… luego de haber sido Lavalle inspirado por los emisarios del Sol, representantes del Bien, ahora es inspirado por Satán —y sin que medie libre albedrío, Corbière, hace de Lavalle un títere de lo supranatural— y bajo esta influencia el general unitario fusila a su víctima.

No nos queda espacio para más pero no podemos dejar de narrar otra perla: hace su entrada el general cordobés José María Paz quien duda sobre qué curso tomar. Entonces nuestro militar y estratega se dirige “al Eterno” para preguntarle si la guerra “redentora” iniciada por Lavalle merece la aprobación del Alto. El Gran Arquitecto del Universo lo estimula a que intervenga, sin aclarar que Lavalle recibe influencias de los emisarios del Sol pero también de Satán. Así que el Eterno —si seguimos la línea argumental de Corbière— con esa respuesta a medias mete a Paz en la guerra. Pero Paz duda, y solicita una prueba unívoca: según sea el color de la puesta de sol será la dirección que tomará su causa. Si la puesta es celeste se hará unitario, si roja, federal. Así, por gracia de un fenómeno de tonos climatológicos, el general Paz invade Córdoba y la revolución decembrista se extiende a todo el país.