Existen bandas que llevan su nombre, películas que recrean su historia, cánticos infantiles que la han vuelto parte del folclore popular. Infamemente célebre en Estados Unidos, la leyenda de Lizzie Borden no se apaga, y persiste la gran intriga: ¿Mató o no mató a su papá y a su madrastra el 4 de agosto de 1892? Sospechada de haber cometido tamaño crimen, ¡y a hachazos, colmo de la impiedad!, consideró el tribunal de antaño que una ejemplar damisela victoriana, maestra de catequesis, educada y de buen pasar, era incapaz de tremenda barbaridad. Y eso que, aunque circunstanciales, las pruebas apuntaban en su contra: por caso, que había quemado un vestido que, según testigos oculares, estaba manchado de sangre; o que días antes del doble homicidio, había intentado comprar ácido prúsico, ideal para envenenar… Apenas hora y media de deliberaciones le llevó al jurado darla por inocente, aunque el público -que seguía la historia en los periódicos con morbosa debilidad- acabó creyéndola culpable, eternizándola cual siniestro mito de la cultura norteamericana.
Cuestión que, tras el muy público juicio y tras efectivamente heredar la cuantiosa fortuna paterna, decidió Lizzie no mudarse de pueblo y, haciendo caso omiso a las murmuraciones, compró una lujosa casa en su Fall River natal, en Massachusetts: la mansión Maplecroft. Allí vivió Lizbeth (como comenzó a hacerse llamar) hasta que el 1º de junio de 1927 falleció a causa de una neumonía fatal. Al parecer, dándose una gran vida: de excesos, fiestas y derroches. Y si el asunto viene a cuento es porque, según informan medios varios, sensación habrá de causar cierta “oportunidad” real estate: la mentada casa Maplecroft está hoy a la venta, meticulosamente restaurada, conservado su esplendor original. Y hacerse de sus 380 metros cuadros -con 8 dormitorios, 3 baños, 6 chimeneas- cuesta la nada despreciable suma de 850 mil dólares. Si bien ha sido una residencia privada, aclara la inmobiliaria Mott & Chace que tiene todas las condiciones para operar como un encantador hotel boutique. Especialmente atractivo para quienes gusten invocar el fantasma de “la asesina del hacha” durante lúdicas estadías de (relativo) relax. Una legendaria dama que, haya o no cometido los sangrientos actos, sin duda tenía un gusto impecable. Alcanza con echar un vistazo a los elegantísimos empapelados, sin más…