“Esta máquina de escribir me produce una especie de cólera sorda, producto de la larga fatiga de esa traducción que verdaderamente me ha agotado. Imagínese que la empecé hace un mes y medio y he vertido al español 400 páginas” -le escribe Cortázar desde Chivilcoy a una amiga. Era 1944. Poco antes había conocido en El Diario a un dibujante extraordinario que aquel verano, desde Salta, realizaba las ilustraciones para el libro que traducía, Robinson Crusoe. Era Hector Julio Páride Bernabó, que sería mundialmente conocido como Carybé. Aquel que diera identidad visual a Bahía de San Salvador, donde es usual oír “Bahía no era Bahía antes de Carybé”, se había radicado en el norte argentino en busca de una matriz indoamericana, mestiza, donde durante siete años compartió la vida cultural con figuras del surrealismo como Gertrudis Chale y Luis Preti.
Nacido en Lanús de padre italiano y madre brasilera, a los pocos meses de vida Carybé marchó con su familia a Italia, donde tuvo su educación inicial hasta que en la posguerra se radicaron en Rio de Janeiro. Allí sucedieron dos acontecimientos fundamentales: sus compañeros boy scouts le impusieron el nombre de un feroz pez amazónico y trabajó con sus hermanos haciendo decorados para carnaval mientras cursaba en la Escuela de Bellas Artes. Sin embargo, el 29, año de la crisis económica mundial, la familia volvió a Buenos Aires.
Durante esa década infamante, mientras no paraba de dibujar se las rebuscaba como podía. Junto a su hermano Roberto, gran publicista, Carybé se conchabó en el diario Crítica, pero también cantaba tangos o tocaba la pandereta en la banda de Carmen Miranda con sus amigos cariocas cada vez que la diva venía al país. Pero el camino le tiraba. Contratado para realizar crónicas escritas y visuales por América recorrió el cono sur; era demasiado bueno para ser cierto. El diario quebró mientras estaba en Bahía, de donde volvió “después de meses de una deliciosa miseria” con dibujos y acuarelas con las que organizó su primera exposición y, sobre todo, “con la certeza de que mi lugar, como pintor, era Bahía”. Allí aprendió capoeira con el legendario maestro Bimba, frecuentó santuarios de candomblé, de donde salió iniciado, y entabló una amistad instantánea con Jorge Amado que duraría toda la vida. Aunque no lo sabía, Carybé ya era Carybé.
Sin embargo, el destino le impondrá un recodo a su camino. El éxito de las ilustraciones del Calendario de Esso le permitió viajar, pero al pasar por Tartagal se enamoró y se casó con Nancy Colina Bailey. Según escribe Jorge Amado en Bahía de Todos los Santos, Carybé “viajó a los Andes, fue preso en Bolivia donde inició su carrera, igualmente coronada por el éxito, de ladrón de iglesias (ahora retirado, según afirma), y raptó, caracterizado como caballero negro con espuelas y poncho rojo, a la más bella hija de Salta, la moza Nancy”, que será su esposa de toda la vida.
En el ‘48 publicó su primer libro, Ajtuss, recientemente reeditado por el gobierno salteño, en el que remeda las aventuras de Macunaíma, el gran clásico picaresco brasilero que tradujo e ilustró pero que no llegó a editarse por la temprana muerte de Mário de Andrade, su autor. Como todos sus libros, trama textos y dibujos que replican su experiencia visual. El personaje, mitológico, invierte su pie como el Curupira amazónico y viaja hacia atrás en la historia en busca del Inca. En sus andanzas, “instalado en la orilla del tiempo”, recoge leyendas que hilvana con alegorías a medio narrar, como la de la Pachamama que promete devorar a sus hijos por los males que desencadenan o la de los barcos negreros que llegan “con el aire poblado de dioses que los blancos no podían ver”. En el Titicaca encuentra sirenas que templan los charangos y asiste a fiestas donde “las polleras de la imillas se suspendían girando, dejando las piernas bruñidas como estambres que giraban y giraban hilándole los pensamientos”. Tras varias aventuras endereza sus pies y cae al presente. Su desilusión es total: la ciudad solo le trajo tristezas “al ver a los hombres atornillados a las cosas que les eran ajenas”. Finalmente, Ajtuss “está ahora en el corazón del monte, esperándolo al tiempo”.
Ese año ilustra Los Gauchos, de Juan Carlos Dávalos, a quien frecuentaba, y colabora con viñetas humorísticas de un dadaísmo criollo desopilante en la revista Medio Litro. Pero su amigo, el escritor Rubem Braga, sin advertirle le escribió una carta que el propio Carybé entregará en mano a Anisio Teixeira, Secretario de Educación Estadual, durante un viaje a Salvador, en la que casi obligaba a contratar a “ese argentino de alma bahiana”. “El general Perón viene a Brasil, lo que es importante. Pero mucho más importante, sin embargo, será la venida de Carybé”, decía Braga. El 1 de enero de 1950 Carybé estaba instalado en su ciudad definitiva.
“Bahiano es un estado de espíritu”, escribe Jorge Amado. “El más bahiano de todos los bahianos es el pintor Carybé, nacido en el mar de los amores ilícitos de Yemanyá con un tal H. Bernabó, de dudosa nacionalidad”. Con él, Dorival Caymmi y Pierre “Fatumbi” Verger -otro extranjero naturalizado bahiano- compusieron un cuarteto que dio forma legendaria a la ciudad. Según Amado, “en el ‘38 a Carybé se le transformó su destino, pues fue de nuevo parido. Renació Obá Onã Xocum”, dignidad máxima del candomblé, en el terreiro de Mãe Stela, que lo ungió. Jorge Amado, uno de los escritores que más profundamente retrató el Brasil popular, asegura que “cuando se hacía de todo para degradar la belleza de la ciudad”, apareció Carybé, tomó sus pinceles, la gubia, el formón, y “armado con la fuerza de los orixás fijó para siempre el rostro de la verdadera Bahía”. “Cuando ya nada quede de auténtico y todo sea solo representación y mercancía para la sociedad de consumo, la memoria perdurará pura, pues este hijo de Oxossi, de Oxum, el Obá de Xangó, guardó la verdad íntegra en su creación, la memoria inmortal y mágica del misterio, del axé de Bahía”. Carybé “bebió ávidamente su misterio, hizo de Bahía carne de su carne, sangre de su sangre, porque la recreó cada día con conocimiento y amor incomparable”. “A partir de sus cuadros, dibujos, y grabados, los orixás repetirán sus visitas, distribuirán justicia, salvarán enfermos, y se acostarán en las camas de las mujeres durmientes. La ciudad está llena de belleza creada por él”. Ese “Hijo de Bahía, padre de Bahía, hizo la vida más ardiente y densa”. Efectivamente, Bahía fue la fuente en la que aquel niño argentino criado en Italia cuya adolescencia carioca se acabó en su juventud porteña, halló, tras su período de madurez salteña, su lugar propio, en la Bahía mística y profana, popular y soberbia, injusta y sensual.
Hasta su muerte en 1997 produjo miles de obras; a las pinturas, dibujos, grabados y esculturas, hay que agregar grandes murales como el del Aeropuerto Kennedy de Nueva York, el del Memorial de América Latina de San Pablo y los de la Asamblea Legislativa y el Banco de Bahía. También escribió crónicas, expuso en múltiples ocasiones en diversas partes del mundo, ganó los mayores premios, como el de la Bienal de San Pablo, pero sobre todo se volvió un artista popular y un personaje entrañable de la cultura bahiana.
A poco de instalado ilustró Bahia, Imagens da Terra e do Povo, de Odorico Tavares, el primer libro de ese género, que el propio Carybé imitará con su As Sete Portas da Bahia, un grueso volumen con sus principales bocetos, ligeros, a mano alzada, en los que retrata a los personajes de la ciudad. En el 52, Lima Barreto lo convocó para trabajar en el film O Cangaceiro, del cual dibujó el storyboard, unos 1600 dibujos; era la primera vez que se diseñaba en Brasil escena por escena. Aquel retrato de los bandoleros del sertón fue el primer éxito internacional de la filmografía brasilera.
Como ilustrador de libros, Carybé continuó trabajando para Argentina donde en los ‘40 había hecho Juvenilia de Miguel Cané, Musica de Brasil de Mario de Andrade, y La Carreta de Enrique Amorim, entre muchos otros. En el ‘59, ya conformado su estilo bahiano, de madurez, hecho de trazos escuetos, rápidos y sutiles, iluminó con exquisitas acuarelas Las mil noches y una noche. Mientras tanto en Bahía ilustraba a García Márquez y Vargas Llosa así como realizaba varios trabajos en colaboración con Braga, Amado y Verger, además de escenarios de óperas, álbumes de grabados como el de Rudolf Nureyev y pinturas en las que, como en el Robinson Crusoe, predomina un estilo que recuerda a Gaugin y a De Chirico.
Sus libros brasileros, Olha o Boi y As Sete Portas da Bahía son crónicas ágiles y precisas donde entrelazando textos y dibujos narra sus paseos -muchos de ellos realizados con Pierre Verger, que fotografiaba las mismas escenas que Carybé bocetaba- en los que la fiesta, la religión, la vida social, los barrios, los personajes callejeros, se anudan con esa mezcla de alegría y tristeza que alberga la palabra saudade propia de la vida popular brasilera.
Mientras, su compromiso con el candomblé fue creciendo. Confirmado como Obá de Xangô del terreiro Ilê Axé Opô Afonjá, y como Otun Onã Shokun e Iji Apógan en la casa de Omolú, en 1968 emprendió un viaje a Benin junto a Pierre Verger. En su diario, a los apuntes le agregó fotos para no perder tiempo y poder registrar escenas significativas. El objetivo era convalidar y documentar, en la línea de Verger, sus indagaciones teológicas y visuales sobre el tránsito de las deidades de un continente a otro. Mientras dibujaba los tipos humanos a la manera de sus trabajos bahianos, asistió a ceremonias vodú y festividades de todo tipo, e incluso hubo de ser salvado por Verger de ser linchado por haberse entrometido en un santuario prohibido. Años más tarde publicó Iconografía de los dioses africanos del candomblé de Bahía, fruto de 30 años de investigación. El 1º de octubre de 1997, al pasar por la entrada de un Terreiro, cayó de rodillas, rajó una puteada, fiel a su estilo desenfadado, y murió.