El creador y dueño de Telegram, el ruso Pavel Durov, fue detenido el fin de semana pasado en Francia y el miércoles compareció ante un juez, acusado de no revelar la identidad de un sospechoso en un caso de narcotráfico y pornografía con niños. De ser encontrarlo culpable podría corresponderle una condena de 10 años.

Desde Telegram negaron las acusaciones y dijeron que la demanda era ridícula ya que las plataformas no son consideradas responsables de los mensajes que circulan por ella. Eso es cierto, pero ahora la justicia le apunta por no colaborar en un delito que está siendo investigado. La plataforma ya había sido demandada e incluso bloqueada --con poco éxito-- en Brasil, España y Alemania por cuestiones similares.

El principal atractivo de Telegram es su supuesta privacidad, aunque en realidad no encripta los mensajes por default, sino que hay que activar ese sistema en cada chat. En caso de no hacerlo, esos mensajes se pueden interceptar en el camino con relativa facilidad: para algunos especialistas la seguridad de la plataforma está sobrevalorada. 

Durov, sin embargo, ha hecho alarde de su renuencia a revelar información sobre sus usuarios, algo que le permitió cierta credibilidad y reputación. También resulta sospechoso que volara a París sabiendo que la justicia lo buscaba. Rapidamente fue liberado, previo pago de una fianza de 5,5 millones de dólares y no puede salir de Francia.

Su popularidad también creció gracias a las cada vez menos creíbles promesas de privacidad de plataformas como Whatsapp. Edward Snowden demostró hace años que las grandes corporaciones comparten sus datos con los servicios de inteligencia. Telegram parece ser un lugar de cierta seguridad para, por ejemplo, opositores que temen ser perseguidos. Pero esa supuesta garantía de privacidad y los canales de difusión con miles de seguidores, hicieron de Telegram también un lugar ideal para campañas de desinformación, comunicaciones entre narcotráficantes, armar redes de pornografía con niños y ayuda a militantes exaltados como los que tomaron el capitolio en Washington en 2021 (Facebook los bloqueaba). En Argentina y otros países su uso se popularizó también durante los apagones que sufrió Meta, dueña de Whatsapp, en distintos momentos.

Libertad a cualquier precio

Durov nació en la Unión Soviética pero pasó su infancia y adolescencia en Italia antes de volver a San Petersburgo. Fue un precoz programador y usuario de internet: fundó junto a su hermano la exitosa red social rusa VK, una suerte de Facebook que en 2014 tuvo que vender por negarse a revelar a las autoridades quiénes participaron de manifestaciones antirusas en Ucrania. El fundador y dueño de Telegram actualmente vive en Dubai, parte de los Emiratos Árabes Unidos; allí asegura tener la libertad que no consiguió en Alemania o San Francisco donde sufrió presiones e intentos de infiltrar su sistema de mensajería. Según Durov, su objetivo no es ganar dinero si no dar la posibilidad a todos de disponer de una plataforma que proteja su privacidad.  

Si bien se declara un asceta para quien las propiedades serían una distracción, según Forbes tiene una fortuna personal de 15.500 millones de dólares y en los últimos meses crecieron los rumores sobre la salida de Telegram a la bolsa. Sin embargo, en la primera entrevista que dio en años --a Carlson Tucker, nada menos-- aseguró que quiere mantener un control total sobre la APP para evitar presiones.

Ante su detención, famosos como Edward Snowden y Elon Musk salieron en defensa del ruso. Para el ex-espía refugiado en Rusia, el ataque contra Telegram es otra muestra de que las plataformas que no compartan información con los servicios de seguridad serán atacadas. Desde el punto de vista de Snowden, la tecnología de calidad y el compromiso con la libertad son las únicas formas de proteger a la población de un control total por parte del Estado.

La posición de Elon Musk tiene más que ver con la autodefensa: su comportamiento desde que compró Twitter y lo rebautizó X lo ha puesto en el ojo de la tormenta por razones similares a las que ahora llevaron a Durov a la cárcel. Ambos comparten una idea algo simplista sobre la libertad que, en su caso, significa no intervenir en el uso de sus plataformas, algo que además les permite ahorrar dinero en políticas de moderación. Según esa mirada, todos estamos en igualdad de condiciones en las redes por lo que no se debería intervenir, algo que desmienten los crecientes casos de doxing, esos ataques masivos que revelan información de una persona para dañar su reputación o en venganza de algo. Justamente el viernes pasado, el conflicto entre X y la justicia brasileña dio otro salto cuando un juez ordenó bloquearla por no responder a sus exigencias.

La detención en Francia puede verse como la reacción de una justicia que se cansó de pedir por las buenas que colaboren con ella. Además Europa aprobó el año pasado el Acta de Servicios Digitales y este caso le sirve de testigo. La detención de Durov funciona como una señal para otros propietarios que tampoco parecen dispuestos a colaborar con la justicia como Elon Musk.

Final abierto

La detención de Durov seguramente abrirá debates encendidos, aunque es difícil tomar una posición definitiva. Es cierto que la privacidad parece en vías de extinción y son necesarias plataformas que rechacen las exigencias de trabajar junto a los servicios de inteligencia, algo que tal vez Telegram hace. También es cierto que históricamente la lucha contra el narcotráfico, el terrorismo y la pedofilia fue usada como excusa para monitorear a toda la población y hacer mucho más que lo prometido. Pero por otro lado, dejar que ocurra cualquier cosa en una herramienta de comunicación tan poderosa facilita enormememente el delito y el trabajo de quienes las usan para generar más conflictos sociales con campañas de desinformación. 

La cuestión no se resuelve con una mirada simplista "en favor de la libertad" como la de Durov y seguramente no todos quedarán contentos con la eventual resolución de este caso.