Una vez más, en la Argentina, nos toca vivir en un clima de odio y crueldad. Sabemos que es la antesala de la instalación del autoritarismo político como condición de posibilidad para reestablecer un modelo económico de ajuste, hambre y exclusión. Por eso no sorprende que los responsables de la instalación de este clima de odio sean los mismos de siempre: el poder económico concentrado, con sus esbirros del sistema político corrompido, con los sicarios de los medios de comunicación adictos y el partido judicial.
* “La responsable de este desborde y alteración a la paz es Cristina Kirchner, que nuevamente atropella las instituciones, creyéndose por encima de la ley. Se victimiza para promover el caos”. Mauricio Macri, 27/08/2022.
* “Son ellos o nosotros”. Ricardo López Murphy, 27/08/2022.
* “Vengo a exterminar al kirchnerismo”. Javier Milei, 15/10/2022.
* “La bala que no salió, el fallo que sí saldrá”. Diario Clarín, 11/09/2022.
Todas frases irresponsables pronunciadas por “los profetas del odio”, teledirigidas a quienes han tenido la voluntad política de oponerse a ese modelo económico y social que los reaccionarios buscan restaurar.
La historia Argentina ha repetido de manera casi calcada los ataques de esta naturaleza. Sucedió con Hipólito Yrigoyen. Sucedió con Perón. Instalación mediática de supuesta corrupción y opulencia. Escarnio, estigmatización, persecución judicial. El modus operandi que el poder real desarrolló para defender sus intereses mediante la prensa hegemónica y el partido judicial.
Hoy cabe la reflexión profunda sobre la motivación real detrás de la
violencia planificada, de la persecución mediático-judicial, la demonización, la deshumanización de la mayor líder popular de
nuestros tiempos. Porque busca su eliminación física, pero a su vez
la trasciende. Eliminar a Cristina era -es- el objetivo, pero no el único.
Disparar contra CFK es disparar contra su significante: coherencia
para cumplir el mandato popular recuperando la confianza de la
sociedad en la política, valentía para enfrentar al poder económico
concentrado y coraje para tomar decisiones que redistribuyan la
riqueza. Correspondencia entre la palabra y la acción
construyendo realidades efectivas favorables que son una fuente de
esperanza para las mayorías populares.
Disparar contra CFK es disparar contra la dignidad del pueblo. Es un intento de quebrar la autoestima de nuestra sociedad. “La fiesta kirchnerista” fue el verso macrista para aludir al bienestar social alcanzado durante los doce años de gobiernos peronistas, y justificar el proceso inverso de concentración de la riqueza con la consecuente quita de derechos ciudadanos.
Hoy la farsa libertaria busca instalar nuevamente que los derechos son en realidad privilegios. Propaga un peligroso fascismo social que enfrenta a los sectores populares entre sí, con el fin de llevar a cabo el plan de ajuste más brutal de la historia.
Necesitan un pueblo sumiso, alejado de su capacidad de transformar, que descrea de su propia historia y resigne lo que realmente merece, una vida digna. Necesitan quebrar nuestra identidad. Cuando aprietan el gatillo contra CFK están también disparando contra la democracia. Intentan darle el tiro de gracia a una democracia debilitada por no darle respuesta a las necesidades de la sociedad.
Macri inició ese
proceso de frustración social, mintiendo sobre su programa de
gobierno para llegar a la presidencia. Alberto Fernández llegó al
gobierno y rompió la relación lógica entre el decir y el hacer que había
caracterizado los últimos doce años de gobiernos peronistas de la mano
de Néstor y Cristina. Frente a ese gobierno de la intrascendencia,
Milei aparece como un decisionista inicialmente, pero va
convirtiéndose en una nueva decepción, porque cada una de sus
decisiones van contra el bienestar general.
El 1° de septiembre de 2022 se rompió ese pacto democrático construido por la sociedad entera, y sostenido los últimos 40 años. Más allá las inclinaciones ideológicas, posiciones políticas, condición socio económica o religión, ese pacto debe mantenerse. Disparar contra la dos veces presidenta y vicepresidenta de la Argentina al momento del atentado es violentar el mandato popular, el principio más sagrado de nuestra democracia.
La posterior invisibilización y naturalización del hecho, el silencio de los medios y la dirigencia política son parte de la trama de impunidad que garantizan jueces y fiscales. Patricia Bullrich, por entonces presidenta del principal partido de oposición, se negó a repudiar el atentado. El actual presidente de la Nación, Javier Milei, obró de igual manera. El fiscal Diego Luciani aportó a la deshumanización y propició el clima de violencia. La jueza federal María Eugenia Capuchetti y el fiscal federal Carlos Rívolo guiaron un proceso judicial plagado de irregularidades, caracterizado por la sistemática inactividad en la investigación, la negación sistemática a producir pruebas y la descuartización de la causa.
Ese pacto de impunidad que corroe nuestra democracia suma hoy el capítulo que busca liberar y/o morigerar las penas de prisión de los genocidas de la última dictadura cívico militar en nuestro país. Como militantes políticos, pero sobre todo como hombres y mujeres de la democracia, tenemos la responsabilidad de luchar contra la impunidad, denunciando, visibilizando y comprometidos con la búsqueda de justicia.
Esa tarea está en nuestras manos, por grande que parezca la
empresa. Las gestas del peronismo, al igual que las grandes gestas
patrióticas, se construyeron con gestos simples como llevar una flor
no me olvides en el ojal o silbar la marcha en la popular de alguna
cancha de fútbol. Que nadie nos quiebre esa esencia, que nadie nos
desmoralice haciéndonos creer que es imposible.
Hay una fusilada que vive, la quieren muerta, pero vive. La quieren
disciplinada para que a nadie más se le ocurra gobernar a favor del
pueblo, pero vive. La quieren sumisa para no incomodar al sistema
político, pero vive. La quieren aislada y solitaria, pero vive en el amor
y la esperanza de los que recuperaron derechos y vivieron mejor.
* Diputada nacional.