En la historia argentina los intentos de magnicidio, entendidos por tales los asesinatos de mandatarios y/o políticos relevantes, son muchísimos más que los que habitual y popularmente se consideran.
A lo largo de toda la vida institucional de este país, desde los albores de la Independencia y hasta el presente, se registraron diversos episodios de violencia y convulsión social y política originados en intentos de asesinato contra gobernantes y mandatarios, tal como sucedió en todo el mundo.
Vocablo odioso y pletórico de dolor, en la Argentina el último caso de magnicidio –por fortuna fallido– lo padeció la entonces vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner en la puerta de su casa, en la esquina de las calles Uruguay y Juncal, de la Ciudad de Buenos Aires. Un ataque que todavía no sólo no se ha esclarecido, sino que sigue siendo macizo y perverso su oscurecimiento, no casual.
Y es que es así, nomás, la historia de los atentados e intentos de magnicidios registrados en la Argentina desde la Independencia en 1816 y hasta el presente ataque contra CFK, frustrado se diría que milagrosamente, porque no salió la bala que le estaba destinada por un grupete de jóvenes sin duda enviados para cumplir semejante misión. Y quienes hoy están siendo juzgados, o quizás mejor decir “protegidos”, desde sombríos poderes.
Doloroso decirlo, pero en la Argentina el repertorio de magnicidios (aunque frustrados la gran mayoría) es sencillamente escandaloso porque nunca se aplican sanciones y las protecciones políticas funcionan esperpénticamente.
Pero sobre todo, y es imposible no reconocerlo, porque siempre y sin excepciones el magnicidio o su intento fueron utilizados en la Argentina como parte invariable de perversos planes para eliminar dirigentes y/o derrocar o desestabilizar gobiernos.
En toda la historia de la humanidad los magnicidios fueron, siempre, antidemocráticos por naturaleza y definición, y en muchos casos sus consecuencias resultaron extraordinariamente graves, al punto de desatar tragedias universales. Por caso la Primera Guerra Mundial (1914-1918) se inició en Sarajevo a partir de que un nacionalisa serbiobosnio, de nombre Gavrilo Princip, con sendos disparos mortales asesinó al príncipe heredero austríaco Franz Ferdinand y a su esposa Sophie. A partir de ese crimen, en cuatro años en esa guerra murieron casi diez millones de soldados.
Entre los magnicidios más notorios de la historia se encuentra el asesinato del presidente norteamericano Abraham Lincoln en 1865, justo cuando terminaba la guerra civil estadounidense. Y entre los más recientes y sonoros hay que citar los de John F. Kennedy en los Estados Unidos y el de Mahatma Gandhi en la India. Y entre muchos otros no menos trascendentes, los intentos de asesinar a personalidades tan diversas como Adolf Hitler, Margaret Thatcher, Augusto Pinochet, Juan Pablo II, Rafael Correa y Fidel Castro, por lo menos.
Volviendo a la Argentina, cabe recordar los atentados contra Raúl Alfonsín, que fueron tres: en mayo de 1986 y en la sede del Tercer Cuerpo de Ejército, en Córdoba, se encontró una poderosa bomba bajo la alcantarilla de una calle por donde iba a pasar el automóvil presidencial. Más tarde, en octubre de 1989, una bomba destruyó gran parte de un departamento en la calle Ayacucho que un dirigente de la UCR le había prestado a Alfonsín. Y en febrero de 1991, ya terminada su presidencia, durante un acto político en San Nicolás y junto a la otrora gran planta industrial siderúrgica que fue Somisa, un joven de 29 años y exmiembro de la Gendarmería, se acercó al palco donde hablaba Alfonsín y gatilló un revólver calibre 32 varias veces, aunque no consiguió disparar –milagrosamente– ninguna bala.
Mucho antes, en 1873, ya el presidente Domingo Faustino Sarmiento había zafado milagrosamente de otro gravísimo atentado. El país estaba convulsionado por las disputas en la provincia de Entre Ríos, donde se reprimía duramente la revolución de López Jordán, y en ese contexto Sarmiento fue atacado cuando se dirigía en visita privada a la casa de su amigo Dalmacio Vélez Sársfield. Al bajar del carruaje que tiraban dos caballos, un hombre abrió fuego pero con tan buena fortuna para el sanjuanino que un exceso de pólvora le destrozó la mano al agresor. Y enseguida el jefe de policía, Enrique O’Gorman, fue a la casa de la familia Vélez e informó al Presidente que además de frustrar el atentado contra su vida habían atrapado a sus atacantes; Francesco y Pietro Guerri, y Luigi Casimir, tres marineros italianos recién llegados al país. O sea.
Y otro magno atentado ocurrió años después, en mayo de 1935, cuando una comisión investigadora del Senado de la Nación encabezada por Lisandro de la Torre presentó un informe que denunciaba el comercio de carne con Inglaterra tras la firma del pacto Roca-Runciman. De la Torre denunció por fraude y evasión impositiva a varios frigoríficos (Armour y Swift, entre ellos) y acusó a los ministros Federico Pinedo, de Economía, y Luis Duhau, de Hacienda. Entonces era presidente el general Agustín P. Justo y los debates en el Senado fueron violentísimos, al punto que el 23 de julio un comisario retirado, de apellido Valdez Cora, disparó en pleno debate del Senado asesinando no a de la Torre sino al senador santafesino Enzo Bordabehere, de tres balazos en la espalda.
Muchos años después, el 15 abril de 1953, otro bestial atentado contra el entonces Presidente Juan Domingo Perón hizo estragos: dos bombas de alto poder explotaron en la estación del subterráneo en Plaza de Mayo durante un acto organizado por la CGT. Un grupo de fanáticos antiperonistas militantes de la UCR hizo estallar bombas justo cuando miles de trabajadores vivaban a Perón en la Plaza. Los trabajadores decidieron defender en la calle al Presidente y éste les devolvió el gesto con un discurso desde la Casa Rosada. Pero en medio de su relato otros dos bombazos sacudieron la plaza. Una en la confitería de un Hotel cercano y la otra en la estación Plaza de Mayo del subte, causando varios muertos y heridos.
Como se aprecia, la historia siempre es más larga y es previsible que el resultado en cada caso seguirá siendo difuso, como hoy sucede con el infeliz que hace sólo un par de años y en la esquina de Juncal y Uruguay apuntó con un revolver a la cabeza de Cristina Kirchner y le disparó a menos de un metro de la cara. Hoy enfrenta, junto con su pareja, un juicio oral por tentativa de homicidio. Pero esta columna apuesta doble contra sencillo que no habrá condena, mucho menos para los que idearon y financiaron el atentado, que ni siquiera han sido considerados en el juicio. ¿Por qué? Porque esto es la Argentina, cierto, pero además peor que nunca.
De donde todo lo que
quedaría por concluir es que al menos los intentos aquí han sido, todos y hasta
ahora, y es presumible que se repitan, meros resultados de taras de la
democracia irregular y tantas veces fallida que caracteriza a este país que tan
empecinadamente amamos.