Un lugar común en el tratamiento del atentado contra Cristina Kirchner es el de afirmar que, si no llegara a probarse que alguien instigó a Sabag Montiel, quedaría claro que se trató de un “loquito suelto”. Este enfoque pierde de vista la enseñanza más importante de lo sucedido: haya habido o no una participación directa de actores políticos o económicos, el ataque no fue un hecho aislado, sino el producto de un contexto sociopolítico de creciente habilitación de la violencia, tanto verbal como material, contra la expresidenta.
El autor material del intento de homicidio lo refirió expresamente, al indicar que actuó con la intención de hacer justicia por mano propia contra quien le era presentada por el Poder Judicial y por los medios de comunicación como la causante de todos los males de la Argentina.
Este tipo de declaraciones abunda en el expediente judicial e ilustra una situación que excede por mucho a quienes, finalmente, sean condenados como responsables del hecho y abarca a gran parte del arco político de nuestro país. Con esto no nos referimos a la posible colaboración de las personas que actualmente son investigadas dentro de lo que se conoce como “pista política”, sino al cúmulo de eventos, a priori aislados pero en conjunto determinantes, que llevaron a lo sucedido el 1° de septiembre de 2022.
Recientemente, tanto en los Estados Unidos como en Europa ha comenzado a emplearse el término “terrorismo estocástico”, que hace referencia a la utilización de plataformas masivas para comunicar que consignas que resultan en actos azarosos de violencia política estadísticamente predecibles, pero individualmente impredecibles. En otras palabras, tomada por separado, cada afirmación relativa a que “Cristina es una yegua y el origen de todos nuestros males” no es directamente causal de violencia material. Pero la repetición de esta idea todos los días durante quince años tiene una alta probabilidad de causar esa violencia. Al mismo tiempo, no es posible saber qué forma de violencia tendrá lugar, ni quién la llevará a cabo, pero sí es posible intuir que en algún momento esta violencia se manifestará.
Sabag Montiel, Brenda Uliarte y Nicolás Carrizo no son loquitos sueltos, son la encarnación de discursos repetidos incesantemente por políticos y comunicadores. Entre quienes impulsaron estos discursos hay dos categorías. Por un lado están quienes, por años, se expresaron de formas deshumanizantes que no conllevan responsabilidad legal, pero sí moral y política. Las tapas de la revista Noticias que CFK mostró en el juicio (“El goce de Cristina”, “El negocio de pegarle a Cristina”, etc.), los pedidos de pena de muerte para CFK del diputado Sánchez, el “ellos o nosotros” de López Murphy, el “se robaron un PBI” y otras cientos de expresiones similares son un ejemplo de estas expresiones. Pensar en “lobos solitarios” impide señalar las consecuencias de esta forma de discurso político.
Por otro lado, están quienes propagaron conductas cuya virulencia es evidente y cuya relación con la violencia material es más lineal. Todavía falta definirse si Revolución Federal fue parte del atentado; lo que es indudable es que las guillotinas, las antorchas, los carteles con la consigna “Presos, muertos o exiliados” y los eventos virtuales en los que explicaban cómo matarían a CFK impactaron en Brenda Uliarte y Sabag Montiel, que asistían a sus marchas y leían sus proclamas.
Por eso, si volvemos a la definición de terrorismo estocástico, al financiar a esta agrupación el Grupo Caputo quizás no instigaba directamente a Sabag Montiel, pero sí generaba un escenario que conducía, con alta probabilidad, a violencia física contra el kirchnerismo. Es interesante notar que, en los estudios sobre terrorismo estocástico, el “terrorista estocástico” no es el perpetrador, sino el que difunde un mensaje cuyo curso lógico es generar violencia.
A dos años del atentado, la lección más relevante que debemos aprender es que no hay tal cosa como “loquitos sueltos”. Sabag Montiel no trató de dispararle a la primera persona que se cruzó: trató de dispararle a la persona que la televisión, influencers, y políticos responsabilizaban por sus desgracias personales y a la persona que ciertos grupos llamaban a guillotinar. No lo hizo en cualquier momento: lo hizo nueve días después de que un fiscal federal haya calificado a una conducta de la que no aportó una sola prueba como el peor acto de corrupción de la historia.
Para vivir en una comunidad sin violencia política, tenemos que entender que los lobos son animales gregarios, y no solitarios.
* Abogados de Cristina Fernández de Kirchner.