Escuché decir al Presidente que los haberes jubilatorios en la Argentina le han ganado este año a la inflación. Otros miembros de su gobierno dicen cosas por el estilo, absolutamente incontrastables con la realidad. Pero ya no se trataría simplemente de la mentira deliberada ni de la relativización de los números ni de la negación de lo que indican todas las evidencias, sino más bien de una artera maniobra que nos recuerda el mecanismo de la "forclusión", hoy muy extendido socialmente, del que habló Jacques Lacan para referirse a la psicosis y cuyo significado es "repudio", instrumentado en este caso como método al servicio de las políticas de la ultraderecha y su maquinaria de transformación subjetiva.

¿Qué es la forclusión? Lacan con ese concepto se refiere a un hecho que nunca pasó por la conciencia y del cual el sujeto no tuvo siquiera conocimiento o registro, un dato de la realidad que fue borrado lisa y llanamente antes de ser percibido. Es decir, a diferencia de aquello que se niega o reprime de la conciencia (que luego retorna desde el inconsciente como síntoma), lo repudiado o forcluido de lo simbólico vuelve luego desde lo real, a manera de alucinación o delirio. Lo que en los psicóticos vuelve desde las paredes son las “voces” imperativas y mandantes que le otorgan una certeza. En el caso de los ciudadanos las “voces” imperativas y repetitivas les retornan desde los muros de las pantallas televisivas y las radios de los medios de comunicación afines a los intereses de las mafias ultraneoliberfascistas que gobiernan este mundo.

La época pareciera estar hoy signada por ese mecanismo que llama a desconocer la realidad y sólo escuchar las voces superyoicas que mandan al sujeto a repetir con absoluta certeza y auto-convencimiento lo que le ordenan: “Este año las jubilaciones le ganaron a la inflación”, “el salario crecerá tanto que van a llover dólares desde las nubes”, “dentro de cuarenta años seremos una potencia”, etc. Nada se quiere saber, nada se quiere contrastar o verificar. La “realidad” hoy no cuenta. No hay historia ni referencias simbólicas. Hoy sólo se repite. Ya no se trata de la negación, sino de la forclusión lisa y llana. En este eterno presente, en medio de lo real, las cosas se borran antes de que se tenga registro de ellas. Cada cual cree así saberlo todo y estar en lo cierto. A cualquiera se le ocurre decir que es Napoleón y exige que se le crea. No hay ya posibilidades de una selección y un juicio en la infinita vorágine.

Hay historiadores que afirman que aun con grandes diferencias y distintas concepciones sobre la ley simbólica, la historia, las mujeres, la vida pública y privada, etc., la civilización, en su recorrido circular, pareciera haber emprendido, paradójicamente, en estos tiempos tecnológicos, el retorno a una nueva Edad Media. Yo, más pesimista luego de haber recorrido algunas pantallas televisivas, preferiría conjeturar que el retorno bien podría ser a los tiempos prehistóricos.

Asistimos desde hace décadas al fin del sujeto moderno, o a lo que aún quedaba del mismo, es decir, a la desaparición del sujeto de la razón y de la ética, aquel que concebía la idea de futuro y progreso y podía tomarse a sí mismo como objeto de su propio pensamiento. El regreso a edades pasadas, es hoy tangible en muchos aspectos de la vida cotidiana. Aquello que se sostenía como hipótesis a futuro, o como ciencia ficción, de pronto se acelera y se precipita. Los cálculos no estaban tan lejos ni los escritores eran tan inverosímiles.

Lo cierto es que no hay una razón puesta al servicio de una moral. Han caído los límites. En síntesis, no hay división subjetiva. La falta estructural de un progreso en el orden humano ha sido revelado. Pero también el retroceso y la involución han sido desnudados.

La Argentina y muchos otros países comienzan a constituirse en especies de feudos (si la analogía es válida) integrados por ricos cada vez más ricos, caprichosos y absolutistas, rodeados de grandes masas de indigentes o sujetos empobrecidos (la gran mayoría poblacional), individuos excluidos, expulsados del sistema, meros restos de la operación capitalista, desechos del devenir del mercado, habitantes de un eterno presente en lo real más inmediato.

A diferencia de los tiempos modernos, no hay ya en la masa oprimida una conciencia de clase ni conciencia de una misión histórica en los sometidos. La tarea de modificación mental por parte del neoliberalismo ha sido eficaz, la ultraderecha ha ganado la batalla cultural. La conciencia de clase y de misión en la historia, fueron sustituidas por el resentimiento y la indiferencia, cuando no por el odio y el goce en el permanente malestar y en la desdicha.

Las frases “Van a sufrir”, “el ajuste será brutal” pronunciadas por el Presidente, no son expresiones de sinceridad económica y política, sino ofertas de goce para quienes ya han sido transformados por la gran máquina trituradora que se ha apropiado del mundo.  

*Escritor y psicoanalista