En nuestro país la ludopatía se convirtió en una preocupación central a medida que las apuestas en línea y los juegos de azar digitales proliferaron. La sociedad y los medios están haciendo foco en esta problemática que no es nueva pero que hoy en día adquiere una magnitud creciente a nivel social ya que alcanza a la población infantil y joven, especialmente después de la pandemia.

Para comenzar me parece fundamental poner en tensión la definición de Ludopatía, trascendiendo su denominación de enfermedad, más allá del sufijo y las clasificaciones internacionales. Clasificarla de este modo sería disminuir las posibilidades de intervención. Creo que es importante pensarla como un problema sociocultural complejo, por eso propongo no reducirla a un tema específico de salud mental para que sea posible reubicar los espacios de injerencia en el ámbito donde se genera el problema, actúan las determinaciones y por tanto hay más potencial para intervenir.
Estamos de acuerdo con que se trata de otra forma de consumo problemático, o sea de exceso en el uso de algo que el mercado dispone para el consumo como son los juegos de azar. Igual que las drogas o la comida son cosas que existen desde hace tiempo en la humanidad, van cambiando de formato y ahora disponen de una plataforma social, cultural y tecnológica para expandir su alcance.

Es sustancial plantear el lugar central que tiene el exceso en nuestra época, delineada por una existencia que lleva a una exposición frenética y a la experimentación por puro placer; y cómo las redes sociales y las tecnologías en general ofrecen el espacio ideal para la reproducción de este exceso. Cuando el exceso pasa a ser “la norma” la idea de contención familiar, social o institucional se diluye pierde valor y por eso fracasamos con los tradicionales métodos de promoción y prevención.
La ludopatía es tan grave como las drogas, tanto por lo compulsivo como por los efectos devastadores en la subjetividad y las relaciones con los otros, el trabajo en los adultos, el estudio en los niños, la norma en general. La pregunta es cuánto hay en común en su génesis porque la principal diferencia es que acá no hay tóxico al que neutralizar con otra sustancia, sino que hay prácticas socio-culturales que revisar tanto del que consume como del entorno que lo facilita.

En la actualidad la economía se globalizó, cambiaron los modelos de negocio, hay una mayor concentración de capital y la contracara de todo esto es el empobrecimiento de las mayorías y su impacto en las subjetividades que ofrece un caldo de cultivo para la búsqueda de soluciones mágicas o ilusorias. En la vidriera hay mucha oferta tecnológica a través de la cual llueven las promesas de desconexión, felicidad, amor, salud, belleza, diversión, consuelo, éxito, dinero fácil y tantas cosas que algún punto tocan la vulnerabilidad de quien sucumbe al juego sin límite.

Es interesante centrarnos entonces en el vínculo que se establece con el objeto de consumo. Johann Hari, periodista y divulgador especializado en adicciones, afirma que lo opuesto a la adicción no es la sobriedad sino la relación con los demás, ya que el enganche con el objeto que genera uso compulsivo en definitiva es una forma de lazo. Podemos pensar que en esta época donde el aislamiento, la soledad y el desamparo priman, las redes y el juego se han convertido en formas potentes de estar acompañados.

Por esto creo que las políticas no pueden omitir el abordaje del tema de los consumos problemáticos en su dimensión colectiva. Hay que diseñar una estrategia multidimensional que no excluya, por supuesto, el apoyo o tratamiento individual a quien lo demande, ni rechace la construcción de información para conocer el tema más en profundidad, ni exima a las políticas de buscar el modo de regular la oferta virtual de páginas de juegos de azar. Pero fundamentalmente donde se aborde la dimensión colectiva de la problemática, generando espacios de encuentro con los chicos y chicas para charlar, pensar, inventar y programar acciones que podamos implementar juntos interviniendo desde distintos lugares en ese espacio donde la conexión con otro puede ser saludable, donde se recupere la escucha y la circulación de la palabra sin censura.

Creo que así seremos capaces de proponer algo diferente y no invertir tiempo, esfuerzo y dinero en reproducir esos modelos de abordaje que nos llegan como recetas y ya nos dan el esquema para diseñar el programa. Tengo constancia que Rosario puede darle vuelta a esas cosas y si hay algo que nos sobra es creatividad y capacidades tanto en términos de desarrollo de tecnologías de la información y comunicación, como de trabajo en territorio.