Longlegs: Coleccionista de almas

(Longlegs)

EE.UU./Canadá, 2024

Dirección y guion: Osgood Perkins.

Música: Elvis Perkins.

Fotografía: Andrés Arochi.

Montaje: Graham Fortin, Greg Ng.

Intérpretes: Alicia Witt, Maika Monroe, Nicolas Cage, Blair Underwood, Michelle Choi-Lee, Dakota Daulby.

Duración: 101 minutos.

Distribuidora: Diamond Films.

8 (ocho) puntos

Con un rostro de mirada acerada, níveo de muerte y esculpido, Longlegs imprime en su personaje maléfico una de las mejores fisonomías del más reciente cine de terror. No se trata de emplazar a un nuevo villano de secuelas o algo parecido, sino de plasmar una imagen pulida, de rasgos más o menos parecidos a los de otras grandes películas.

Con dirección de Osgood “Oz” Perkins (hijo de Anthony Perkins; director de Soy la cosa bella que vive en esta casa, Gretel & Hansel) y protagónicos de Maika Monroe y Nicolas Cage, Longlegs es la historia de un “diablo” suelto que diseña muñecas, a través de las cuales hipnotiza de homicidio a familias desprevenidas.

La habilidad psíquica de la agente del FBI Lee Harker (Maika Monroe), le convierte en la persona ideal para dar con el paradero de este asesino escurridizo (Nicolas Cage), que firma su obra con notas críptica bajo el nombre “Longlegs”. Las víctimas son familias cuyas hijas están por cumplir los 9 años, y las coincidencias numerológicas llevan a la agente a abismarse en el misterio, mientras deja entrever episodios de su pasado; por ejemplo, a través de los extraños diálogos telefónicos con su madre: dos personas solas, que hace mucho no se ven, y que se llaman a partir de códigos compartidos, cuando una de ellas intuye algo de la otra. “No trabajes demasiado”, “¿Viste cosas desagradables?”, “No olvides que fui enfermera durante 8 años”, y así. ¿Qué es lo que vincula el pasado de Lee y su madre con el presente de este asesino fantasma? ¿Qué pasó con su padre?

Las pistas llevan a la agente a descubrir episodios en donde el criminal habría participado, ocurridos dos décadas atrás, en los años ’70 (el film transcurre en los ’90). Familias muertas, alguna sobreviviente loca, ¿muertes inducidas? Y la presencia de alguna muñeca. Las pesquisas acompañan al film por los caminos del policial de enigma, pero con ciertos rasgos sobrenaturales, que el montaje acentúa con inserts repentinos -en rojo furioso, con una serpiente- que alteran a Lee, a la manera de conmociones que intentan aflorar para hacerle recordar algo. O alguien.

Porque es una buena película, el secreto de Longlegs está en su primera secuencia. Todo está cifrado allí, en esos primeros minutos, cuando a una niña sola en casa se le aparezca una persona rara. Ella lo mira por la ventana y sale a su encuentro. Lo observa de manera parcial, desde su baja estatura. Un “cucú” susurrado habilita al juego siniestro. ¿Quién es este “lobo feroz”?

En Longlegs, Nicolas Cage articula una composición quebradiza, de movimientos elegantemente desagradables: se mueve fuera de compás, habla fuera de lo común, grita eufórico de dolor: a la madre, al padre, al dolor de vivir esta vida. Es un ente de odio acumulado, y explotará. Es una actuación de matiz exagerado pero contenido, sabrá reventar pero no sin antes ser paciente y calmo. Si se calcula la cantidad de minutos que su personaje aparece, se verá que es mínima. El “Longlegs” de Cage está poco, muy poco, es mucho más lo que se le menciona, lo que se le invoca; y cuando está, lo hace de modo fugaz. Vale decir, “Longlegs” es una sumatoria de piezas desencajadas, que cada quien aporta para intentar un armado final. Experto en muñecas, su cuerpo funge como un maniquí, cuyas articulaciones encastran para el resguardo de un interior roto. “Longlegs” guarda maldad. Su cerebro, como el de las muñecas que crea, podría ser también una pelota de metal.

Maika Monroe interpreta a una agende del FBI con habilidades  psíquicas, 

 

Para darle carnadura, el actor apela a una galería fílmica que toma elementos del Nosferatu de Max Schreck y el Dr. Caligari de Werner Krauss, más otra marca cinéfila evidente: el maquillaje y rostro petrificado emulan rasgos de Lon Chaney en London After Midnight, la mítica película perdida de Tod Browning. Si en Renfield (2023, Chris McKay) algo de todo esto ya estaba presente con su interpretación de Drácula, ahora lo hace desde la artesanía fina, por fuera de la mascarada lúdica de aquel film malogrado. En Longlegs, Cage se luce como un cuerpo (des)trozado; la película hace de él el personaje modelable que requiere, y el actor se presta admirablemente al juego.

En este juego de ensamble entre dilucidación detectivesca y fenómenos maléficos, la relación entre las partes será perfecta. Hay un gran ejemplo en una transición temprana entre escenas, cuando Lee acuda a su primer y fatal caso, en donde “sabrá”, de alguna manera, dónde se esconde el asesino buscado. Acto seguido, se da por supuesto que ella posee talentos psíquicos; pero nadie es testigo de esto. Quien sí lo atestiguó, ya no puede contarlo. Sin embargo, el film da por aceptado que todos saben de su talento. Y está bien que así sea. Lo demuestran las lecciones estéticas que ofrecen las grandes películas: desde el “Rosebud” de Citizen Kane al viento imposible que hace volar el vestido blanco a Marilyn en La comezón del séptimo año.

De igual modo con ciertos diálogos cifrados. El superior del FBI pregunta a Lee sobre sus gustos con el béisbol -ella dice que no le atrae-, porque su mujer ya no sabe disimular su disgusto. “Es lo que siempre sucede”, le asesta otra mujer y colega. Hábilmente, aparece el desliz del deseo masculino, de encontrar otra mujer con la cual hacer lo que ya no disfruta con su esposa. Vale recordarlo, cuando se conozca el destino final de estos personajes.

Y prestar especial atención a las situaciones y acciones simétricas entre Lee y “Longlegs”, cuyo momento mayor sucederá durante el interrogatorio policial: ¿sobrenatural o terrenal?, ¿por qué, aun cuando parezca haber sido encontrada el culpable, persiste un halo sobrenatural? Si hay una maldición, habrá que descubrirla. Quizás en uno mismo.