Un chico que tiene miedo a la tormenta entra en un estado de alerta como cuando hay guerra y se espera el bombardeo del agua sobre las chapas de zinc. Una pareja, ella maestra y él arquitecto con un empleo en la municipalidad del pueblo, continúan juntos por “mutua mediocridad” o porque le tienen “miedo al futuro”. Dos amigos roban duraznos en una tarde calurosa de verano y el miedo a que los atrapen es más poderoso que el dolor de una caída. Una historia “menor” sobre la guerra de Malvinas sale a la luz al mismo tiempo que se realiza el juicio a la Junta Militar en 1985. Un joven militar con dificultad para hablar, una sumisión exagerada y un entusiasmo extremo por la guerra, viaja engañado a la isla Martín García con la promesa de un entrenamiento previo que le permitirá luego combatir contra los ingleses. En los notables cuentos de Caballo de verano (Eterna Cadencia), Hernán Ronsino construye tramas donde las tensiones y conflictos en un territorio periférico avanzan por acumulación de climas. Lejos de potenciar el estallido, el escritor logra que las historias queden como las ventanas abiertas de una habitación oscura.
Ronsino habla como si tuviera depositada en sus cuerdas vocales una tranquilidad milenaria. Aunque vive en Buenos Aires desde 1993, cuando decidió estudiar sociología en la Universidad de Buenos Aires, el escritor que nació en Chivilcoy en 1975 tiene una mirada y un tono “orilleros”. Toda su narrativa está atravesada por una imperiosa necesidad de explorar los márgenes. Los nueve cuentos de Caballo de verano pueden ser una buena puerta de ingreso para leer al autor de las novelas La descomposición (2007), Glaxo (2009), Lumbre (2013), Cameron (2018) y Una música (2022), todas publicadas por Eterna Cadencia.
El título del libro es una adaptación de una cita de “Las doce a Bragado”, un cuento de Haroldo Conti donde se describe al tío Agustín cuando corre como “ese ansioso caballo del verano”.“La figura de Conti es muy importante en mi descubrimiento del espacio narrativo que aparece en la primera parte de este libro y en las primeras novelas, que es el espacio de la pampa y de los pueblos pampeanos, y la cercanía de Conti, que era de Chacabuco, con el lugar donde nací. El título es un homenaje a esa manera de mirar el pueblo”, reconoce el autor de los ensayos Notas de campo (2017).
El escritor que recibió en 2020 el Premio Anna Seghers, que se entrega cada año en Berlín a un autor latinoamericano, cuenta la importancia de las publicaciones que hacían los diarios en los años noventa. “Gracias a Página/12 descubrí a Conti. Leí un cuento que habían sacado, “Los novios”, y me voló la cabeza. Cuando levanté la vista, estaba en el mismo entorno que el cuento. Yo no volví a ver el pueblo de la misma manera y descubrí que se podía escribir sobre eso después de leerlo a Conti. Hay autores y hay libros que te cambian la mirada sobre algunos entornos que los tenés muy naturalizados”, revela Ronsino, que obtuvo en 2021 el Premio Municipal de Literatura de la Ciudad de Buenos Aires y en 2023 ganó el Premio de la Crítica que otorga la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires con Una música.
-¿Qué fue lo que te cambió la mirada del pueblo? ¿Qué empezaste a ver que antes no veías?
-Que se podía escribir sobre ese escenario, sobre ese paisaje, sobre ese territorio periférico, sobre ese territorio que en general no es protagónico en las noticias o en el relato mediático. Los primeros cuentos que escribí estaban ubicados en Buenos Aires, hablaban forzadamente de un lugar que entonces no conocía, pero sentía que había que escribir sobre cosas que se parecían a las que yo leía también. Y los lugares importantes que aparecían en los libros no nombraban los pequeños pueblos. El cuento “Los novios” me conmocionó profundamente porque podía ser alguno de mis tíos italianos sentados en la vereda. Había ahí una construcción estética que me hizo ver las cosas de otra manera. Es un cambio en la mirada.
-Dos de los cuentos terminan con tormentas. ¿Es algo azaroso o la lluvia en un pueblo desata tragedias?
-En los dos cuentos la tormenta funciona de distinta manera. En “Pie sucio” el personaje está atrapado en una escena de miedo y de hostilidad y la tormenta viene a simbolizar también la ampliación de ese clima que vive en la familia. En “Los ladrones” el personaje al final es como un náufrago que está a la deriva, como entregado también a lo que puede llegar a pasar. Pero más allá de eso, para mí las tormentas en el campo siempre fueron un espectáculo conmovedor. De chico me subía al techo a ver cómo se formaban las tormentas, como grandes pinturas en el cielo. Siempre me pareció un momento de contemplación ese espectáculo que se iba a dar. A veces me buscaban por la casa y yo estaba arriba mirando cómo venía la tormenta, me encantaba mirar eso. Muchas cosas extraordinarias no sucedían en el pueblo. Me parece que si uno miraba para arriba se iba a encontrar el espectáculo de las tormentas. De hecho, me fascina tanto que escribí un libro sobre las nubes, Vida y obra de algunas nubes, que va a salir el año que viene.
Caballo de verano reúne veinte años de escritura de Ronsino, organizados en dos partes: una zona más pampeana y periférica, con un arco temporal que va de los años 80 hasta el 2000; la otra con relatos escritos recientemente. El primer cuento que escribió fue “Pies sucio” y después “Febrero”, que es la continuación del primero, donde aparece Federico Souza, futuro protagonista de la novela Lumbre. “Mis primeros cuentos fueron el laboratorio de mis novelas”, confirma y cuenta que en este díptico intentó explorar la vida de un matrimonio de una ciudad pequeña que siguen juntos porque los dos se necesitan para seguir sosteniendo la ficción de una pareja ante la mirada de la familia. “Hay un ejercicio también de probar tonos y de pensar en el punto de vista de cada uno. ¿Cómo narra Martín como personaje? ¿Y cómo narra la mujer de este personaje? Los dos cuentos los trabajé muchísimo en el taller de Juan Martini”, agrega el escritor que le dedicó este libro de cuentos a sus padres, Mafalda y Lito.
-En “Febrero” aparece un tema que se podía enunciar como cierta tendencia de las clases medias a no hacerse responsable de los delitos y crímenes que comete, sin el más mínimo sentimiento de culpa o empatía hacia la víctima. ¿Cómo pensaste esta cuestión?
-Yo no diría que ella no siente culpa; hay algo que la tortura por dentro. La manera que tiene la pareja de resolver el conflicto es quedando embarazada Emilia. El embarazo patea el problema para adelante y no resuelve nada. Los cuentos del libro no son de tradición cortazariana, en el sentido de una escritura cerrada, de relojería. Mis cuentos buscan justamente expandir o explorar algún horizonte. Desde que empecé la escritura de los cuentos me interesa pensar cómo se trama una historia. Hace poco leí Poética del cine, de Raúl Ruiz, en una traducción de Alan Pauls. En uno de los textos, Ruiz decía que cada cultura tiene su propio conflicto; está discutiendo permanentemente con la cultura de Hollywood y con la manera en que se articulan las películas de la industria del cine. Ruiz está muy molesto con eso; él hizo un cine completamente distinto y refleja muy bien la cultura del sur de Chile. Entonces, cuando leí eso, me pareció muy impactante pensar en que cada cultura tiene su propio conflicto; no hay que atarse a un modelo predeterminado como el que vemos en las series, en las películas de la industria, sino estar atentos a lo que pasa alrededor y en cómo se ensamblan los conflictos. Pensar cómo funciona el conflicto en cada sociedad no encaja en un formato de cuento que te va ganando por nocaut, como decía Cortázar; es un relato que se va montando a partir de la espesura de un clima más que de la peripecia porque pasan cosas muy sencillas en los cuentos, no suceden grandes cosas, y me parece que el desarrollo consistía en que esa pequeña peripecia estuviera dentro de un clima y un universo y que el conflicto se jugara ahí. Lo no dicho aparece en casi todos los cuentos. El fantasma de lo no dicho está organizando muchas de las historias.
-En “Ejército enemigo”, el último cuento de la segunda parte, abordás de una manera periférica la guerra de Malvinas. ¿Cómo elegiste contar esta historia?
-El tema de Malvinas me marcó mucho de chico. Yo estaba en primer grado y fue uno los primeros acontecimientos políticos de los que tengo una conciencia muy fuerte. Tal vez por eso siempre me costó narrar alguna historia que tuviera que ver con Malvinas. Hay muchos escritores de mi generación que han trabajado el tema, como Sebastián Basualdo y Patricio Pron. Malvinas siempre estaba ahí como una cuestión que me costaba explorar. Este cuento surgió a partir de una propuesta para una antología que se hizo sobre Malvinas, La guerra menos pensada, que salió en 2022 cuando se cumplieron 40 años de la guerra. Una de las posibilidades era narrar alguna cosa autobiográfica, más personal; pero no quería escribir sobre imágenes y sensaciones muy fuertes, como gente que anotaba en un mueble, siguiendo el relato mediático de los militares, como si fuera un campeonato de fútbol, cuántos aviones se habían caído de un lado y cuántos del otro. El relato mediático, que ahora lo vemos con distancia, la lógica del “vamos ganando”, estaba haciendo mella en la mayoría de los ciudadanos. Me interesaba abordar Malvinas desde la distancia. Hay un personaje que está perdido en otra isla en medio de la guerra. Yo creo que es un cuento sobre el final de la dictadura y sobre las internas militares. Me parece que se ponen en juego las trampas que se hacen entre dos militares y la idea de que no solo el enemigo viene de los ingleses, como lo había planteado Fogwill en Los pichiciegos. En el final aparece una perspectiva sobre Buenos Aires que se configura también como una amenaza.
-Aunque empezaste escribiendo cuentos, lo primero que publicaste fue una novela. ¿Cómo es la relación que hay entre estos géneros?
-Yo empecé escribiendo cuentos y sintiéndome más cómodo con la idea del relato abierto y no el cuento cerrado. A veces cuando termino una novela compleja, como en el campo que después de la cosecha se hace descansar la tierra, aparece el cuento para darle un aire a la escritura y cambiar de registro. Probar los sonidos es una de las cosas que más me gustan. Cada vez más lo que me moviliza tiene que ver con el sonido de los textos. Más que con las grandes aventuras o las grandes historias que contar, el sonido también puede ser una gran influencia familiar. Además de que hay grandes narradores en mi familia, hay grandes dibujantes y pintores: mi viejo y mis dos hermanos. Mi mamá se llama Mafalda por la princesa italiana. La trama pasa por la materialidad, una materialidad de colores, de tonos, de perspectivas. Y de ahí aparece la historia. No aparece “te voy a contar la historia de un robo”, sino la historia de un universo que se va expandiendo en esa materialidad. Y me doy cuenta cada vez más de que es una influencia familiar. Este libro también es un homenaje a mi familia, a Mafalda y a Lito, a mis padres, a quienes les dedico el libro. Esa materialidad también tiene un espacio en la poesía, en la sonoridad de los textos. Hay un poema de (Joaquín) Giannuzzi que dice que la poesía está en todos lados. Me gusta pensar que la poesía puede aparecer no solamente en el formato de un poema, sino que es una herramienta para pensar la realidad. Me cuesta escribir poemas, lo intento y voy a insistir, pero algo de la poesía aparece también en la prosa que escribo.
-¿A qué suena tu prosa, tus cuentos y novelas? ¿Hay una sonoridad que forma parte del una música, la música Ronsino?
-Mis cuentos pueden sonar a trenes, a chicharras, a bicicletas que cuando pedaleás se escucha el traqueteo de la cadena mal aceitada; suena a perros también, un poco de todo eso…Yo siento que puedo escribir en cualquier lugar. Al principio estoy como buscando la historia. La primera página para mí es fundamental. Una vez que está esa página todo lo demás se va encadenando.
-Habría que definir bien qué es centro y periferia cuando pensamos la geografía de un país como Argentina. ¿Chivilcoy te dio una mirada que se podría decir que es más bien “periférica”, que prefiere indagar en los márgenes, en las orillas?
-Yo pensaría incluso dentro del pueblo cómo se ponen en juego las afirmaciones porque conozco mucha gente del pueblo que se siente el ombligo del mundo, aunque haya nacido en una zona periférica. También hay algo de cómo se ponen en juego las miradas dentro del propio pueblo, pienso en el espacio que recorren los chicos del cuento “Caballo”, ese espacio marginal, esa orilla, es lo que me afirma como escritor. Había que vestirse bien para ir al centro de Chivilcoy; nosotros vivíamos en una calle de tierra. Hay un comportamiento de los perros muy interesante en la orilla y hay otro en el asfalto o en el centro. Si vas en bicicleta caminando por la orilla, el borde entre la calle y el comienzo de la casa o la vereda, el perro te ataca, busca tu tobillo. Hay una cosa salvaje de los perros que hay que saber gambetear. En cambio en el asfalto, el perro está más disciplinado y no te va a atacar.
La confusión entre interés y derecho
Hernán Ronsino, que da clases en la UBA, cuenta que empezó a escuchar cuestionamientos en boca de sus alumnos, que plantean que "los extranjeros tienen que pagar" y que la UBA "derrochó mucho" y "está bien" que ahora haya recortes. "El peor cuestionamiento es aquel que viene de quien tiene un derecho pero lo desconoce. Ahí hay un gran problema porque se empieza a confundir la idea de derecho con la idea del interés”, advierte el escritor que recomienda leer La época de las pasiones tristes, del sociólogo francés François Dubet. “Dubet dice que lo que prevalece hoy es un régimen de desigualdades múltiples, que ya no se percibe como antes la desigualdad de clase entre el burgués y el proletario, sino que ahora lo que se percibe como injusto se pone en juego en el plano entre los iguales. La rabia, la bronca y la frustración se disparan y en ese sentido se percibe que el que tiene un derecho es un privilegiado”, reflexiona y observa que el concepto de casta fue “muy efectista” porque cada uno lo usa como quiere y contra aquel que tiene un derecho. "En este contexto de desigualdades múltiples un derecho puede significar un privilegio. Es muy complejo el panorama y la tarea es poder generar condiciones para el diálogo porque eso es lo primero que se anula, la escucha del otro”, concluye el escritor.