Kirin es un animal fabuloso, sagrado, de la antigua China, portador de buen augurio desde la época de Confucio; es también el nombre de ciudades chinas y de Croacia; pero entre nosotros es el seudónimo de un artista argentino autodidacta y casi secreto (Carlos Dell’Agostino, 1953), que cada tanto reaparece.
Ahora está presentando una pequeña retrospectiva que sigue durante casi todo el mes de septiembre. Se trata de una exquisita selección de obras -pinturas, dibujos, collages y objetos- realizados entre los años setenta y el presente.
Como escribió quien firma estas líneas en 2007 respecto de una exposición anterior del artista: “De algún modo Kirin colocó en el centro de sus collages la evocación de la era de la razón, en momentos de su eclipse. Pero su búsqueda no se acaba con la razón teórica, sino que supone la razón poética, combinadas en dosis y encuentros por momentos programados, por momentos, azarosos. Así, la lógica de buena parte de sus trabajos puede asociarse a incrustaciones de una estética en otra, en un abismo de implicancias lógicas, materiales y lingüísticas. En Kirin la poesía supone la verdad y la realidad, también la razón. Poesía y razón se incluyen y explican mutuamente”.
Empezar cronológicamente el recorrido de la exposición supone al mismo tiempo comenzar por una serie de pinturas de la segunda sala, hasta ahora nunca antes exhibidas. Allí se despliega una muestra “de cámara” en la que el artista presenta por primera vez una serie de pinturas de formato mediano, pequeño y también algunas miniaturas que realizó en los años setenta y ochenta. Sobre esta serie -iniciática respecto de su elección artística- Kirin cuenta lo siguiente, en el diálogo que mantuvimos:
-Yo en aquel momento estudiaba geología, pero era una carrera que en realidad no me interesaba. Mi hermano era ingeniero y yo pensé que tenía que estudiar algo con cierta afinidad. En ese momento descubro, a través de unos amigos, la poesía surrealista gracias a una antología de Aldo Pellegrini y empecé a leer mucho en esa línea. Sin embargo, yo no sabía que había también una obra plástica surrealista. Un día me encuentro con un cuadro de Magritte y otro de Max Ernst. Y me dije: “este es el camino”. Fui a comprar pinceles, pomos de pintura y en la librería del barrio encontré un librito que se titulaba: Cómo pintar al óleo. Eso pasó en 1976. Mira qué año terrible. Entonces pinté mi primer cuadro. Quizá a través de la pintura yo conseguía estar “en otro lado”. Empecé a pintar, me entusiasmé y seguí durante cuatro o cinco años en esa línea.
-Después siguen esa suerte de alfabetos, de escrituras que lucen como jeroglíficos.
-Yo no sabía de dónde salía lo que estaba haciendo, porque no tenía idea de temas de escritura. Y estaba anímicamente muy mal. De eso me salvó Zito Lema. Yo acababa de leer su libro Conversaciones con Enrique Pichon-Rivière sobre el arte y la locura, que me había impactado mucho. Entonces lo fui a ver, cuando volvió del exilio, en la época en la que renació la revista Crisis, que se transformó en Fin de siglo. Fui a la redacción. Tuve la suerte de encontrarlo y me atendió muy bien. Llevé unos collages que le gustaron mucho. No sé de qué le hablé, pero él estaba muy interesado y me dijo que pasara después por su casa, donde me propuso darme cincuenta pequeños poemas para que yo hiciera pequeños collages. Volví a mi casa e hice el primer collage. Así empezó lo que se transformó en el libro Razón poética, que se compone de cincuenta collages míos y cincuenta poemas de Zito Lema. Podría decir que la poesía me curó. Ese libro me permitió seguir haciendo estas cosas que yo ya veía con otros ojos. Desarrollé durante muchos años este tipo de escrituras.
-Es una grafía intuitiva, pero tiene relación con muchas otras a lo largo de la historia.
-En una lista desordenada puedo mencionar los parecidos con el sánscrito, el hebreo, el griego, la alquimia, la cábala, los jeroglíficos egipcios… pero yo no sabía nada de todo eso. Lo mío parece un alfabeto, hay signos que se repiten. Lo único que me impuse es no repetir el mismo signo uno a continuación del otro. Ni siquiera tenía que pensar en los signos que me iban saliendo, porque era como escribirle una carta a un amigo.
-¿Intentaste organizar, sistematizar o hacer algún tipo de recuento de esta especie de alfabeto?
-Hice un intento de trabajarlo en la computadora; también se podría hacerlo equivalente a sonidos, colores, o palabras. Una vez estuve trabajando con el programa Corel. Tomaba los signos, uno por uno… pero todo ese trabajo de varios meses se me borró de la computadora, porque no sabía usarla muy bien. Después no tuve la voluntad de rehacerlo.
-Uno de los objetos exhibidos, “Teatro químico”, de 1999, remite a la alquimia, la música y al siglo XVI.
-Yo quería hacer en el año 2000 una muestra por los cuatrocientos años que se cumplían de cuando lo mataron en la hoguera a Giordano Bruno, una figura que me interesaba mucho. Incluso había conseguido que viajara a Buenos Aires Gómez de Liaño, el traductor español de su obra al castellano. El además había inventado un juego basado en El arte de la memoria, de Bruno. Pero esa muestra al final no se pudo hacer.
-¿Qué tomás de sus escritos?
-Leí mucho de él y de todo lo que lo rodeaba. Mi lectura siempre es poética. Lo que me interesa es la poesía que se desprende de los textos cosmológicos. No le presto atención a lo que pudiera haber de adivinatorio o de ocultismo. Para mí todo eso tiene una poesía extraordinaria. Porque desde el punto de vista científico hay muchas cosas completamente equivocadas, pero aún así es precioso.
La exposición se acompaña con un bello libro de gran formato, con la misma idea retrospectiva, que lleva una introducción de Pablo Gianera y textos de María Negroni.
* En la galería Jorge Mara, Paraná 1133, de lunes a viernes de 15 a 19, con entrada libre y gratuita; hasta el 27 de septiembre.