Los amores contrariados suelen suceder tan fugaces como eternos y tienen la costumbre repetida de ser, como dijo Vinicius de Moraes, infinitos mientras duran. Porque son porfiados. El amor esquivo es ese lugar donde los besos pasados no se queman, pero igual desaparecen en cenizas, dejando luego una melancolía feroz pero menuda que tira amarras en un dolor suave. Vaya uno a saber por qué, son pasiones cortas y tenaces que reclaman tormentas de vientos cruzados en mares violentos, sin lograrlas. Piden premoniciones de cartas egipcias que tampoco se cumplen, y de las que -a veces- queda solo una palabra estéril: “volverá”. Falsas clarividencias que porfían sin escuchar a nadie, ni a amigos que aconsejan ni a chusmas que se regodean criticando la vida de cualquiera, porque en las cuestiones del corazón siempre hay mucha gente.
Y nunca dependen de la geografía.
Por ejemplo, Tres Lagos es un pueblo perdido en la provincia de Santa Cruz, donde habitan ciento cincuenta almas, con sus cuerpos y sus bocas, haciendo honor a aquello de “pueblo chico…”. Allí nacieron, crecieron y se quedaron Nayra y Gabriela cuando aún no eran ellas. Y Martin, un chico callejero de ojos atentos, que vivía metiéndose en la casa de los pocos vecinos a escuchar las historias que allí se tejían, hasta que el motor que daba luz al pueblo se apagaba y había que volver a la casa.
En Bernal, algunos años antes, había nacido Morena, que todavía tampoco era.
Así fue que ellos y ellas supieron con el paso del tiempo, algunas cosas. Por ejemplo, que elegir el propio destino, cuesta. Facundo, por otro lado, lleva la escena de su vida con las marcas propias que lo atraviesan y le permiten tener miedo y seguridad al mismo tiempo que el cariño se le vuelve violento sin remedio, y Cris que se pone en la piel su propia historia de viajero en tránsito permanente, y todos, en algún momento se auto exorcizaron tararearon “mi corazón no es de piedra ni madera”.
A Martín Macou le llevó casi treinta años escribir esta historia porque “es una historia real que viví observando desde mi infancia en Tres lagos y que conseguí escribir mucho tiempo después. Es una historia de necesidad de amor, desamor, abandono y cuenta que desde ahí comienza todo de nuevo”. Martin observa el desarrollo de su obra encarnada por actores cuyas historias propias tienen puntos de contacto con sus personajes y donde el sino, es el sentido común de las pasiones que impulsan a aferrarse a quien esté cerca y vivir ahí, amando, hasta que el suspiro del abandono irremediable sea evaporado por el próximo transeúnte, que se convertirá en otro marido de ocasión a quien querer, haciendo todo para que por favor este no se vaya.
Morena Yfran ya vivió esta historia porque “nosotras no escapamos al mandato social general y también alimentamos el sueño de marido-casa-mascota-paseo de la mano. Claro que sí. ¿sucede? A veces sí, a veces no, otras veces sí, pero dura poco. Al final buscamos lo que busca todo el mundo, que es el amor, el compañero. Hicimos esto para tener lo otro y lograrlo. Muchas veces tener marido o novio, significa ser una travesti de respeto.” Y recuerda su barrio, Bernal, que al igual que su colegio de infancia y adolescencia, fueron terrenos hostiles “que finalmente me formaron, pero con mucho dolor al que no me rendí. Ser la mariquita en Bernal no es para cualquiera. Hay que superar eso y aun así vestirse con la ropa ajustada, desde la timidez, para decir ´esta soy´”. Sus cincuenta y cuatro años ya la despojaron de premoniciones y falsos augurios de diluvios infinitos, y puede subirse al escenario liviana y feliz a ser la Gaby que Martin creó y le calza como un guante de badana en la historia: ahí ella tiene un marido que se va y otro que llega.
La obra “Mi corazón no es de piedra ni madera”, escrita y dirigida por Marín Marcou es tan compleja como simple. Dramática, pero “reacciona al paso de tiempo. Después aparecieron resortes que crean metáforas para superar el vacío que construye esta soledad y la forma de sobreponerse al olvido. Muestra la necesidad de la auto educación sentimental, el ciclo de: llega, corazón roto, y vuelve a empezar en algún momento” pero no se queda ahí: “Me interesa cómo esta puesta dialoga con este presente tan hostil. Ese escenario es un campo propio de batalla para recuperar lo posible poniéndole cuerpos y voces en alto. Es un acto de valentía. Un hecho social, estético, artístico y político. Esto no es un fenómeno. Es una historia que viví y la cuento. Esta obra es un hecho formal donde el público es una parte constitutiva y como tal debe ser respetado”. Y uno no puede menos que pensar en Néstor Perlongher.
Es larga la lista de obras y películas con travestis “amadas” y dejadas al margen, desde la Opera do malandro, hasta La estrategia del caracol, pasando por Las edades de Lulú, del inefable Bigas Luna. Son pedazos de historias tan comunes como complejas de una realidad que a fuerza de tenacidad va resultando por suerte inexpugnable a pesar de los retrógrados que reclaman excomuniones, apostasías, apatridismos, porque “esta realidad de hoy, que atenta contra los derechos no es nueva, y siempre tuve respuestas y propuestas desde el teatro. A veces por adelantado. Mi corazón no es de piedra ni madera la escribí en el 2021, estamos trabajándola hace casi un año y se estrena ahora, en esta coyuntura que atenta fuertemente contra los derechos.”
Quizá quien mejor define este lado de la vida tanto en Bernal como en el escenario, sea Morena, con un recurso tan tierno como brutal:” Cuando nos apasionamos hacemos todo lo posible para que se sostenga. Todo. Porque siempre queremos amar. A cualquier costo”.