Desde Barcelona

UNO El cóndor pasa pero Paul Simon permanece, piensa Rodríguez. Y claro: este es el tipo de supuesta ingeniosidad que se piensa no sólo por culpa del calor alto sino, también, mientras se mira con las persianas bajas y por tv In Restless Dreams: The Music of Paul Simon: flamante bio-documental de Alex Gibney de tres horas de duración abarcando vida y obra de cantautor totémico y paradigmático norteamericano. Y Gibney se ha especializado en el registro de grandes hitos de su país y ya anduvo por Silicon Valley y la revolución sexual y Enron y Ken Kesey y los decisivos años '50s y Hunter S. Thompson y Lance Armstrong y Steve Jobs. Y, también, otros íconos musicales de su tierra como Frank Sinatra y James Brown y Jimi Hendrix y Janis Joplin y los tejes y manejes de la revista Rolling Stone. Y ahora toca Paul Simon: el de simonandgarfunkel (dupla que ya arrancó conflictiva cuando empezaron como Tom & Jerry y que, antes de optar por ese nombre que suena a socios de bufete de abogados demandándose entre ellos, casi fueron The Rye Catchers, porque lo suyo sonaba, en tiempos folkies, más salingeriano que protestón); el que le pone letra y música a The Graduate; el songwriter de versos frescos y muy Frost (Robert; pero sin que esto le prive a arrimarse a lo de Charles Simic) cantándole a la melancolía del neo-neoyorquino stranger still crazy in the night after all these years; el explorador world-music por tierras de gracia y ritmos exóticos; el que fracasa más de una vez con obras triunfales como One-Trick Pony o Hearts and Bones para volver a triunfar (y volver a fracasar); el que ya se asumía como retirado y de pronto (el 15 de enero del 2019, en su retiro texano, tan lejos de Queens y de Greenwich Village y del Central Park) tiene un sueño cuasi religioso (porque este es el judío que en una canción, "Cecilia", funde a amante inconstante e infiel con la musa difusa y patrona musical Santa Cecilia) que lo obliga a --mientras pierde el oído-- a intentar recuperar lo que más que probablemente sea lo último que jamás grabe luego de vender su catálogo a la Sony y despedirse de los escenarios "porque ya sonaba como una banda-tributo de mí mismo": Seven Psalms, una suite devocional y mística y extraña y graciosa en siete movimientos y 33 minutos acerca de la que Rodríguez pensó en esta misma página hace cosa de un año. Su Blackstar y su You Want it Darker. Y el documental de Gibney (cuyo título surge de ese "entre sueños inquietos caminé solo" de "The Sounds of Silence": su "Blowin' in the Wind" que fue ignorado en versión acústica pero ascendido a himno planetario cuando su productor, el mismo de "Like a Rolling Stone", lo electrificó sin pedirle permiso) gira alrededor de la construcción-registro de esos últimos versos y punteos mientras revisita un cancionero que no hay ser vivo que no haya tarareado feliz o cantado triste. Como esa "America" que David Bowie versionó al principio de ese concierto en Manhattan porque dos torres que alguna vez estuvieron ya no estaban más. Y el último movimiento de Seven Psalms se titula "Wait" y allí Simon casi ruega por un poco más de tiempo y porque sus sueños inquietos no le impidan el "Querer creer / En una transición sin sueños / Espera" y seguir pasando y no pasar.

DOS Y, de nuevo, la vida de Paul Simon aún no pasa y su obra no pasará pero, ah, todo lo que pasó y vuelve a pasar en el documental de Gibney al que lo único que cabe reprocharle es que se detenga a la altura de Graceland/The Rythm of the Saints. Y así omita últimos tramos/títulos de la discografía de Simon, como ese musical-latino con el que perdió una fortuna en Broadway (The Capeman); o el fallido experimento junto a Brian Eno (Surprise); o inmensos aciertos casi secretos como (en You're the One) ese "Darling Lorraine" que puede leerse como un relato escrito à deux por Cheever & Carver o los intentos de fundir su polirritmia étnica con lo melodioso occidental (So Beautiful, So What y Stranger to Stranger); o la autorevisitación en canciones-poco-conocidas (In the Blue Light). Pero hay mucho de todo lo demás: la experimentación sutil junto a Art Garfunkel (y Roy Halee, algo así como su George Martin, enfrentando los la-la-lie de "The Boxer" a los la-la-la-lá-lalalá de "Hey Jude") y sus peleas casi matrimoniales de bajito con voz o.k. a quien se acusa de napoleónico contra esbelto querúbico de voz dorada y poca inspiración; las otras parejas rotas y la comprensión de que "las negociaciones y las canciones de amor a menudo se confunden entre ellas como si fuesen lo mismo" o algo así. Todo a cargo y en descargo de --atención-- el más moderno de todos más allá de su aire tradicional porque siempre introdujo elementos de música reggae, experimentos/collage con ruidos y voces buscando y encontrando siempre no los sonidos del silencio sino los sonidos del sonido. Alguien que, hace ya unos años, en una entrevista al mensuario inglés Uncut (esa revista que siempre los pone a todos jóvenes en tapa para que sus lectores no piensen en cosas incómodas; pero lo entrevista adentro más curtidos que arrugados), dijo claramente que tenía las cosas muy pero muy claras en lo que hacía a su figura: "Ser una leyenda no significa otra cosa que ser viejo". Alguien quien en una de las canciones de Stranger to Stranger apunta que "La mayoría de los obituarios / Son como críticas no del todo elogiosas". Alguien quien, al final de Seven Psalms y casi al final de In Restless Dreams, inquieto y soñador, todavía "No del todo listo / pero haciendo las valijas / Mi mano es firme, mi mente está clara", se muestra completa y absolutamente convencido de que ya no se es una roca ni una isla pero también, muy seguro de que "la vida es un meteoro".

TRES Es decir: Paul Simon sigue soñando (Rodríguez, en cambio, sólo sueña con que tiene sueño) y forever no young pero sí fresh. Y convencido --lo dice en el documental de Gibney cuando se le pregunta acerca del porqué de su vocación-- de que hace y deshace lo suyo porque "songs are nice". Y lo hace con ese aire de casi infantil modestia que, por supuesto, oculta zonas más que oscuras de un tipo que sabe que lo suyo es soberbio y que no envejecerá nunca. Si Bellow & Malamud & Roth alguna vez hubiesen intentado novela con songwriter, ya saben quien sería, quien daría mejor la nota. Un tipo complicado y contradictorio y lobo feroz bajo ese aspecto de corderito manso y cuyas letras cada vez más libre-asociativas-fluidas-conscientes no suenan tan bien leídas si no están acompañadas de esas melodías perfectas entre el madrigal y la canción de cuna y el réquiem. Así, también, no bajar la guardia con ese pequeño anciano con gorrita que se muestra casi pasmado porque siempre tuvo buena salud y estado físico y "de pronto, todo esto que nunca me había pasado". Y sí: ser viejo --como ser joven-- pasa una vez en la vida y lo primero parece pasar más rápido que lo segundo aunque sea más largo y menos ancho, porque no está engrosado por el pasado cada vez más omnipresente y con menos futuro. Así, Simon en su documental de Gibney como ese old friend al que alguna vez le cantaron Simon and Garfunkel y que se despedía aconsejando un "preserva tus recuerdos / Son todo lo que te queda".

Y, sí, cuenta Alex Gibney en una entrevista que --cuando se acercó con el proyecto de In Restless Dreams-- Paul Simon, con fama de no ser muy buen colaborador o de delegar cualquier asunto, le puso una sola condición: "Que la música suene bien".

 

Hecho.