Una reliquia envuelta en un paño y guardada en el rincón de un cajón. La zona de bosques de araucarias, en el centro-oeste de Neuquén y al límite con Chile, es una joya que sobrevivió miles de generaciones en una familia. Como todas las reliquias, es irrepetible: esta porción de la provincia es la única reserva de araucarias autóctonas de todo el planeta. Preexistente a los dinosaurios que habitaron la Patagonia, los bosques de pehuenes fueron testigos de sucesivas transformaciones en el sur de nuestro país. Estuvieron ahí cuando se formó la Cordillera de los Andes y fueron la especie vegetal sagrada –y principal alimento– de los pobladores originarios. Con dos centímetros de crecimiento por año y con la cuota de soberbia necesaria para hacer frente a alturas, vientos y heladas, las araucarias neuquinas se yerguen en pleno siglo XXI como fósiles vivos. O como la reliquia mejor guardada del extremo sur del planeta.
La Ruta del Pehuén es hoy un corredor turístico que transita por el área cordillerana del centro de Neuquén. Abarca tres localidades: Aluminé (mayormente rural, cruzada por ríos con los saltos más interesantes de la zona); Villa Pehuenia (manchadas por lagos y lagunas con más tonos de azul de los que se pueden distinguir) y Caviahue-Copahue (bordeada por volcanes y de nieve abundante en época invernal). Una araucaria puede crecer hasta 50 metros y vivir hasta cuatro mil años. Con su semilla, el piñón, se hacen una gran variedad de productos: harina (y por ende galletitas, alfajores), conservas y licores. Para los pobladores, hay una regla explícita: su tala está prohibida. Y una implícita: por cada piñón que me llevo a mi casa, dejo un segundo para que se alimente un animal y entierro un tercero para perpetuar la especie.
BRILLANTE COMO EL ALUMINIO Así parece que se veían los hilos de agua que recorren Aluminé y de ahí le quedó el nombre. Hoy es el agua el principal recurso de este poblado de poco más de tres mil habitantes: para el ganado, para el cultivo y para hacer rafting en sus ríos. Aluminé está a cuatro horas en auto desde la ciudad de Neuquén, en un recorrido que va de este a oeste y parte la provincia del norte patagónico justo a la mitad. Es un viaje con una ventana llena de estepa que va mutando. Después de dos horas aparece la precordillera. Los picos todavía están nevados aunque en pleno deshielo y formando cascadas que llegamos a ver en las curvas. Después de bordear Cutral-Có y acercarnos a Zapala, aparecen las estrellas del circuito: las primeras araucarias.
Aluminé es un pueblo rural con un silencio largo de digestión que dura desde el mediodía hasta la noche en temporada baja, cuando los turistas llegan solo de paso hacia otro destino. En temporada alta, ese silencio es apenas un suspiro después del almuerzo: los turistas se quedan varios días para hacer actividades al aire libre, como senderismo y trekking. La pesca y el rafting traen visitantes de todas partes. La primera, en particular, imanta cientos de viajeros norteamericanos cada año. Primero llegan en noviembre, solos, a pescar entre 4 y 6 días y prácticamente no hacen otra actividad. Vuelven en abril acompañados de sus familias, aunque con la misma excusa: pescar truchas embarcados o vadeando (a pie, por la costa y en las zonas de menor profundidad).
Este año, además, Aluminé se agita con la preparación del mundial de rafting, que se celebrará el año próximo en conjunto con Villa Pehuenia. Será un evento de una magnitud que el pueblo no llega a dimensionar: para la competencia de 2018 esperan que unas 1000 personas por día asistan a cada jornada.
Las expectativas para los aluminenses son enormes, aunque la afluencia de turistas de forma tan abrupta suele ser ambigua: Aluminé mantiene más que otras localidades una condición de naturaleza virgen, que es lo que tanto nativos del pueblo como llegados en los últimos años más aprecian. “Ojalá nunca asfalten el camino hasta Aluminé”, convive en el discurso del pueblo con la ilusión de poder desarrollar el turismo a la par de localidades como Villa Pehuenia y Caviahue-Copahue.
Como pueblo, Aluminé tiene una historia corta. Hace apenas dos años festejó su centenario. “Fue una buena oportunidad para preguntarnos por la identidad aluminense”, comenta Titi Ricciuto, director del Museo Cultural El Charrúa, inaugurado durante ese aniversario. Además de presentar el centro de interpretación, Titi, junto a otros vecinos, se embarcó en un ambicioso proyecto: resumir la historia de Aluminé en 500 páginas que se publicaron a través del sello editorial de la Universidad del Comahue.
Es que la historia de la provincia, cruzada por la historia de las comunidades originarias de Sudamérica, tuvo a este poblado y sus alrededores como punto neurálgico. Aigo en el lago Rucachoroy; Currumil en el lago Quillén; Puel en La Angostura y Villa Pehuenia; y Catalán en el lago Aluminé. Casi todas esas comunidades fueron empujadas del otro lado del cordón montañoso y regresaron a principios del siglo XX a lo que se conformó como territorio argentino. Sin embargo, Ricciuto todavía trabaja para que deje de hablarse de los españoles como “los primeros pobladores” de Aluminé. De eso va El Charrúa: recorrer 2000 años de historia del norte patagónico, llegar más allá del desembarco europeo. ¿Y qué tienen que ver los charrúas con todo esto? El museo está emplazado en la estancia que alojó a la familia uruguaya Ayoso, un lugar que a principios del siglo XX hizo las veces de centro cívico, por ser la residencia del juez de Paz de la zona.
La casa sirvió de excusa para contar la historia de la ciudad y recuperar los relatos de ese Aluminé en tiempos prehispánicos. Son cuatro salas de barro con paredes de estilo francés. Una vivienda que todavía conserva rasgos de uruguayismo: es la única manera de explicar una claraboya en el living de una casa que en invierno se cubre de nieve. Ricciuto nos guía por un recorrido que empieza en el patio de la casa, con una réplica de un recinto pircado. Es un corralito que cumplía varias funciones: era el lugar para hacer alfarería y desde el que se tenía el control de los valles cordilleranos. En Aluminé se encontraron muchos de estos recintos, el más viejo de los cuales apareció en la zona del cerro Quilquelil, a media hora de caminata del centro actual de la ciudad. Por un estudio de carbono, cuenta Ricciuto, se determinó que databa de 900 años. Las cuatro salas del interior abarcan las huellas arqueológicas, la llegada de los españoles, las campañas militares que avanzaron sobre la Patagonia, la consolidación del Estado argentino y de Aluminé como pueblo ganadero.
CIUDAD DEL GOLFO AZUL Después de 60 kilómetros bordeando montañas, Aluminé queda atrás y llegamos a Villa Pehuenia-Moquehue. Son dos poblados distintos, aunque considerados parte de la misma ciudad y bendecidos por la misma geografía: la mitad es el Golfo Azul, bañado por el lago Aluminé. Es exactamente en esa zona donde se concentra todo el movimiento de la ciudad: el centro cívico (con la plaza central, el municipio y la escuela) y la costanera gastronómica, una fila de restaurantes y bares que miran al lago.
Villa Pehuenia-Moquehue es una aldea de montaña a 310 kilómetros de Neuquén y 11 de Chile. Tiene calles caprichosas que se meten entre las casas, suben por la montaña y bajan hasta el lago. Vive del turismo y su principal actividad hoy gira alrededor del volcán Batea Mahuida, donde funciona el parque de nieve que administra la comunidad mapuche Puel.
Para recorrer Villa Pehuenia elegimos hacerlo por tierra y en dos ruedas. Fernando Mocco, guía de mountain bike, nos espera en el Golfo Azul muy temprano, con las bicicletas listas. Nos prepara en todo lo que debemos saber: cómo subirse, cómo bajarse, cómo encarar subidas y en qué posición quedarse para las bajadas. Fernando se dedica a los paseos de bici por la montaña desde hace varios años en Pehuenia. Hay quienes llegan a hacer pie a esta ciudad para salir a recorrer trayectos más largos, y él organiza paseos para aprender a preparar esa experiencia de cero: cuerpo, bici, equipaje, todo. Hoy se encarga solo de preparar todo lo necesario. Nos provee de mochilas cómodas, agua, comida, lentes, guantes y cascos para la bicicletas. Fernando tiene todo resuelto.
Salimos de la zona del golfo y pedaleamos por una de las calles principales para cortar camino por tierra. Unas vacas se espantan por la llegada de esos animales flaquitos y rodados que estamos montando y agarran velocidad en las bajadas. Nos movemos en el plano mientras afianzamos cómo mover los cambios, porque las bicletas de montaña tienen sus propias manías. Encaramos ahora una subida y Fernando recuerda que debemos poner los cambios en su versión más liviana y no arrebatarnos. Es una regla básica: el mayor desafío de una subida en la bici es el control de la ansiedad. Parece que pedaleamos en falso, pero en realidad, nos movemos lento pero seguro. Después del primer kilómetro por un sendero apenas marcado en la montaña, Fernando advierte que viene una subida, ahora sí, fuerte. Los cambios, de ambos lados, deben quedar en 1. “A los que nos gusta la naturaleza”, dice, “pedaleamos en 1-1, porque no nos apura llegar”. Las subidas son trabajosas y Fernando se dedica mucho en la motivación de sus guiados. Dice que la recompensa será la satisfacción de lograrlo y un vista impresionante de toda la ciudad. Vamos hacia el Mirador de las Antenas y lo que anticipaba el nuestro guía se comprueba: los lagos de la zona y varios puntos de Chile, tan cerquita de nosotros, se pueden ver de un solo tirón. Desde acá arriba Villa Pehuenia parece mostrar una cantidad de azules que aún no fueron nombrados.
Bordeamos el lago y llegamos hasta un bosque coihues, muy cerca de los bosques sumergidos. En algunas zonas de la costa se forman piletas naturales y Fernando sabe cómo cerrar un recorrido de siete kilómetros. Abre la mochila y saca una caja con alfajores de chocolate hechos de harina de piñón y un equipo de mate. Los alfajores, que a primera vista parecen tradicionales, nos llaman la atención y despiertan curiosidad: ¿qué otras cosas se pueden hacer con la semilla de la araucaria? Para eso, volvemos al centro cívico de la ciudad y en Nous, un local de productos regionales, nos responden esa pregunta: puede hacer prácticamente de todo.
Norma Albornoz, dueña de Nous, nos cuenta que desde hace cinco años viene probando recetas nuevas junto a un chef local para engordar la lista. Cuando la combinación funciona, es una buena noticia: el piñón es fuente de proteínas, lípidos e hidratos de carbono. Los da la hembra de la araucaria y caen entre febrero y marzo. Se recolectan del suelo, se hierven dos horas y se pueden tostar. Ahora, en Nous, la lista abarca -además de alfajores con harina de piñón- piñones en escabeche, pasta de piñón, piñones en almibar, galletas con harina de piñón, licores por maceración, chutney de piñón, café de piñón, piñones en aceite y hasta torta galesa con harina de piñón. Nous es, en toda la ruta, la única tienda específicamente dedicada a productos hechos a base de la semilla de la araucaria que encontraremos en el camino.
ZONA DE VOLCANES La nube de la fumarola del volcán Copahue se asoma por encima del valle. Después de cinco horas de viaje desde Pehuenia, el paisaje se transforma de un modo radical. Quedamos rodeados de volcanes, al pie de un lago alcalino donde no crece una planta ni vive un solo pez. Al Lago Caviahue le dicen “lago agrio”, tiene nueve kilómetros de superficie ý es casi tan fértil y rico para la vida como jugo de baterías, por su PH alcalino. Desde el valle se ven los bosques de araucarias sobre el cordón montañoso, que en esta parte de Neuquén conviven con los ñires.
Cristian Norambuena es el guía que toma la posta en el final del circuito y nos disponemos a conocer primero las termas de Copahue. Están en la altura, más cerca de la cima del volcán que lleva ese nombre, y se puede acceder a ellas en auto durante el verano y en motos de nieve u autos oruga durante el invierno. Por fortuna, todavía a principios de noviembre queda nieve y nos toca la opción más emocionante: subir en auto una parte corta del tramo hasta el paraje Las Máquinas –ese que fundó Perón para ir a tratarse la rosácea a las termas de Copahue– y luego subirnos a las motos de nieve, para hacer un recorrido de unos veinte minutos donde el viento helado pega fuerte y los pedacitos de hielo pican en la cara.
Las motos de nieve quedan afuera de El Refugio del Montañés. Desde la ventana de esa casa de madera se ven las termas emanando vapor y rodeadas de nieve. Son las únicas en el mundo con estas características: uno puede estar adentro de una pileta, hirviendo como una sopa, con un grado de temperatura en la intemperie. El pasado volcánico de la zona dio origen a fumarolas y hervideros que mineralizan y dan temperatura a las aguas de deshielo. En Copahue, todos los baños termales se dan con indicación y supervisión de un médico. “La idea es que los que vengan entablen otra relación con los profesionales. Vienen acá, están en el gimnasio, se cruzan con los médicos, les piden un consejo. Es un lugar en el que te podés sentir bien sin necesariamente estar tratando una afección”, explica Nicolás Gurnik, director provincial de Medicina Termal. Las aguas mineromedicinales, vapores terapéuticos, fangos y algas probaron dar buenas respuestas a personas que padecen artrosis, fibromialgias, artritis reumatoide, rehabilitación post fracturas, bronquitis y sinusitis crónica, asma, psoriasis, dermatitis y hasta diferentes afecciones del aparato digestivo.
Nuestra siguiente parada será el mirador Caviahue, desde el que vemos casi todo el lago Agrio y las casitas que miran al volcán. Hace varios siglos, Caviahue era simplemente un lugar de paso para llegar a Copahue y sus termas. Los pehuenches fueron los primeros en transitar este corredor buscando “aguas curativas” y también los primeros en darse baños en Copahue. Pero como complejo termal virgen y exclusivo duró poco: el rumor se corrió y el crecimiento demográfico se dio de un solo salto. Caviahue dejó de ser lugar de paso para conformar una incipiente comunidad. Su fundación oficial llegó mucho más tarde. Recién el 8 de abril de 1986 se fijó el nacimiento como pueblo dentro del departamento de Ñorquín. Y en 1999, Copahue quedó anexado a Caviahue.
Cristian nos lleva ahora a conocer el Salto del Agrio, una olla natural en la que se formó una cascada de 45 metros. Para eso nos movemos 20 kilómetros por fuera del pueblo, en dirección a Lonco Puel. El Salto del Agrio es un cañón que se formó como producto de los movimientos de grandes bloques de hielo más la actividad volcánica de la zona. Ahí se mezclan el rojo ferruginoso y el verde del azufre Y atrás, más lejos, los volcanes se muestran con los picos nevados, custodiados por araucarias. El paño que resguardó la Ruta del Pehuén por tanto tiempo es una reliquia en sí mismo.