Si bien Roberto Arlt no nació en Lanús, sino en el barrio porteño de Flores, tenía fuertes lazos con esa localidad del conurbano sur. A fines de la década del 20 del siglo pasado, tras publicar su novela debut (El juguete rabioso) y militar en el Grupo de Boedo, el joven escritor, novelista y dramaturgo había levantado junto al actor Pascual Nacaratti, un laboratorio químico tipo cambalache frente a la plaza Villa Obrera, de tierras granates -entonces parte del sur de Avellaneda- donde incluso se lució con un invento propio: unas irrompibles medias femeninas hechas de tela y caucho. Eran los días en que craneaba las extraordinarias Aguafuertes porteñas, para Diario El Mundo, y la no menos genial Los Siete Locos, que 40 años después, Leopoldo Torre Nilsson llevaría al cine.
Tiene sentido de pertenencia y pertinencia entonces que la editorial de la Universidad Nacional de Lanús esté publicando –justamente a una pocas cuadras de donde funcionaba ese loco laboratorio de Arlt- Aguafuertes completas y otros escritos, una antología del escritor dividida en varios tomos, y prologada por su rector Daniel Bozzani. El primero que ya está gratuitamente a disposición popular (doi.org/10.18294/rdi.2024.179630 o en Descarga libre y gratuita o en https://aguafuertescompletas.unla.edu.ar/), está poblado por los artículos periodísticos que Arlt escribió –sin firma- para el diario El Mundo, entre el 18 de mayo de 1928, cuando debutó con un artículo llamado “Las señoras ancianas se asustan de los perros que procuran casa y comida” -donde describe la diferencia entre los tipos de perros joviales que pululan por Flores, Caballito y Palermo, de los bravos o mansos de otros barrios-, y el lunes 13 de agosto de aquel año, cuando escribió “Importancia de una gallina en la calle Cuenca”, cuento breve que narra la pelea entre un ruso y un árabe, que termina con la muerte a dos tiros del primero –a instancias de la mujer del segundo- por una gallina robada. “A Nietzsche nunca se le hubiera ocurrido que el origen de la tragedia pudiera estar en una gallina”, escribiría Arlt, con su callejero ingenio, en aquella perla. Los capítulos restantes consisten en la totalidad de las notas que el hombre escribió en tanto periodista, no solo para el diario antedicho –de eso se ocuparán el 2 y el 3, próximos a ver la luz- sino también para Don Goyo, Crítica y El Hogar, entre otros medios gráficos de la época.
El resultado es contundente: será la primera vez que se editen sus aguafuertes y sus notas periodísticas en forma completa. Un lujito editorial, claro, que incluso viene acompañado de aquellas ilustraciones alusivas de Luis Bello, que graficaron el noventa por ciento de las Aguafuertes Porteñas. Y por los relevamientos hemerográficos hechos por Daniel Scroggins para el libro Las Aguafuertes Porteñas de Roberto Arlt (1981); y por El escritor en el bosque de ladrillos. Una biografía de Roberto Arlt, pergeñado por la investigadora Sylvia Saítta a principios del milenio.
La idea le nació al Licenciado en Ciencia Política y Gobierno por la UNLa Marcos Mele, cuando, buscando la imprescindible primera edición de La historia falsificada de Ernesto Palacio en una librería porteña, se topó con un título tentador: Roberto Arlt. Aguafuertes porteñas. Impresiones. El libro –usado- era una edición de Editorial Victoria, y consistía en una selección de las mejores aguafuertes, entre las mil quinientas que el novelista había publicado en el Diario El Mundo. Entre ellas, estaban “Ventanas iluminadas” y “La muerte de Jesús”, tremendos artículos, que no solo llevaron a Mele –autor, además, del libro (Bolivarismo y antimitrismo. Rufino Blanco-Fombona y Francisco Silva contra la historia falsificada) a comprar el libro, sino también a proceder con justicia cultural: compilar y publicar la totalidad de las aguafuertes y las notas periodísticas de Arlt, muchas de ellas jamás reeditadas.
Los textos “sueltos” abarcan, pues, todo ese cosmomundo de malandras, putas, anarcos, inmigrantes recién llegados de la Europa pobre, ilusionistas, alienados y garcas de poca monta, que el ácido esteta e inventor supo interpelar durante aquella Buenos Aires convulsionada, en transición, hasta el mismísimo año 42, cuando murió presa de un ataque cardíaco. En el medio pudo casarse con Elisabeth Mary Shine en Uruguay, vivir en Chile, concluir la obra de teatro El desierto entra en la ciudad, publicar “Los esbirros de Venecia” –su último cuento- y patentar las medias gomificadas que había inventado en el laboratorio de Lanús.