Eminente poeta, además de periodista y traductor, Carlos Germán Belli falleció el pasado 10 de agosto, cercano a cumplir los 97 años. Tras de sí, deja una obra compuesta por decenas de volúmenes poéticos, publicados a lo largo de seis décadas, junto a uno de prosas seleccionadas, de más de seiscientas páginas, Morar en la superficie (2015), y se calcula que ha sido el autor antologado más veces en su país, Perú, solamente después de César Vallejo. Leída, reconocida y premiada -con el Nacional de Poesía y el Iberoamericano de Poesía Pablo Neruda, por mencionar sólo dos, además de la postulación para el Nobel de Literatura en 2007-, publicada en países como México, Uruguay y España, la poesía de Belli contiene una tan extraña como sorprendente singularidad al combinar formas tradicionales, en materia de métricas y tonos, con temas y ritmos más modernos y vanguardistas, como el humor, la ironía y el surrealismo, bajo la doble angustia (conciencia) existencial del vivir y el morir en la moderna ciudad contemporánea. Son poemas, numerosas veces, de observación y reflexión, en convivencia con arcaísmos y neologismos que bien pudieran emparentarse o remitir a los del mexicano Gerardo Deniz y del argentino Juan Filloy, en tanto riqueza lexical, caudal y variedad de palabras y expresiones.
El debut literario de Carlos Germán Belli se da con Poemas (1958), volumen constituido por piezas escritas en 1946 y 1951, y en un contexto de exilios y represiones, en donde estaba prohibido todo ámbito de socialización por fuera del estrictamente universitario. Acontecimientos y situaciones que llevaron a una generación a comunicarse por la vía de la escritura. Belli, calificado con el algo cómodo rótulo de “generación del 50” -y que luego sería también “generación del 40”, e, incluso, “del 45”, buscando, intentando la crítica abarcar y unificar lo disímil en biografías, ideologías y poéticas, si habláramos de Sebastián Salazar Bondy, Blanca Varela y Manuel Scorza, por caso-, mantuvo vivo el eco del surrealismo de la generación literaria anterior, de comienzos del siglo XX. Tradujo a André Breton y a otros surrealistas, publicando poemas de ellos en diarios y revistas a fines de la década de 1950 y comienzos de 1960, fidelidad que se mantendrá por siempre, como se manifestó también, por ejemplo, en su ensayo “El surrealismo en la poesía hispanoamericana”, publicado en 1984 en la Revista Peruana de Cultura. Y en 1989, en una larga charla con Floriano Martins (ahora publicada en la revista electrónica Altazor), preguntado sobre su relación con el surrealismo, Belli respondió: “El crítico rumano Stefan Baciu me definió como parasurrealista, lo que en realidad me halagó. Por otra parte, en el nivel de las relaciones personales, conservo siempre un recuerdo muy especial de Aldo Pellegrini -poeta y médico-, a quien conocí en Buenos Aires pocos años antes de su muerte. Pellegrini es uno de los más notorios difusores de este movimiento en el ámbito iberoamericano. En cuanto a mi aproximación al Surrealismo, acerca de lo cual Ud. me pregunta, ha sido más bien instintivamente e incluso de modo contradictorio. Recuerdo que mi biblioteca juvenil era de índole vanguardista, esto es, libros mandados a pedir desde Lima, casi al instante de su aparición en París. Eran mis días de empleado público, y hoy me veo como un amanuense semidocto, aunque afanoso por entender las arduas cuestiones surrealistas. Creo que tal afán me enriqueció con las ideas de lo maravilloso, el azar objetivo, el humor negro, la admiración por la pintura de Dalí, Magritte y Tanguy; y, sin duda, me sensibilizó en el lirismo de la materia. Pero, a la vez, me afinó paradójicamente la visión de la vida con sentido trascendental”.
El tercer poemario de Carlos Germán Belli, ¡Oh Hada Cibernética! (1961, y 1962, en edición ampliada), es unánimemente señalado como el primero que se consolida y destaca, consiguiendo una voz y temas propios, alejados del surrealismo, en un plano (o planteo) más personal o íntimo. Se encuentra, allí, como cita-epígrafe de César Moro, “Lima la horrible”. En el cuarto volumen de la Historia de las literaturas en el Perú (2019) se destaca de este poemario: “El hablante lírico se revela cautivo, tanto en el ‘claustro luminoso’ (el materno) como de ataduras como el trabajo, la culpa y los propios errores. También se ve en situación de inferioridad (‘en cuclillas’), insignificante, ‘molido’ invariablemente por el tiempo, entendido como transcurso y como época; contrario, además, a la ‘propiedad privada, / que miro y aborrezco’ (‘¡Cuánta existencia menos...!’) y al dominio de los amos; pero también ansioso -‘hambriento’- por absorber la palabra poética a fuerza de repetir modelos y para lo cual el ‘cráneo’ se halla dispuesto a alimentarse de ‘plagios ricos’”. Se encuentran fórmulas de Petrarca y Garcilaso, y del Dolce Stil Novo. Y se lamenta el trabajo, como una condena, en oposición al ocio.
Se puede leer en Hada, “(a modo de Pedro de Quirós)” se anuncia entre paréntesis, el siguiente poema, sin título: “Ni por una sola vez son codiciados / mi morada, tu robre, / mi amor, el tuyo, / mi rabel, tu canto, / ¡ay tórtola!, ¿entonces también contigo, / cuando breve, codiciado, / cuanto grande, desdeñado?”. Y esta otra pieza, también breve y sin nombre: “¡Ay muerte!, no te acerques, / pues ando todavía / a estas alturas de mi vida, / hidrópico de todo, / cual si fuera un flamante ser fetal; / e inerme, mal mi grado, con mi seso, / que es un grano de arena, / con este cuero, cuanto oscuro, pobre.”.
Los posteriores poemarios sumarán formas como la villanela y la sextina, manteniendo y ampliando temas como la relación del “yo (lírico) y la ciudad”, y nuevas figuras o símbolos, como el “bolo alimenticio”, en un cruce donde lo prosaico y lo clásico, lo posmoderno y lo cotidiano se entrecruzan y combinan permanentemente, consiguiendo cierta “elevación atemporal”, un aire indefinido, de suspensión entre el pasado y el futuro.
Por otra parte, el primer texto que abre otro poemario, Canciones y otros poemas (1982), a modo de “credo” o poética -en lo que es una auténtica apuesta vital, ética y estética-, se titula “Asir la forma que se va”. Allí, Belli defiende: “la fe en la forma, no por el riesgo del vacío, sino por el puro placer de disfrutarla”. A lo que agrega, de una manera vanguardista y agonal, homologando arte y vida (el cuerpo como forma): “No hay que avergonzarse de ella. No hay que reducirla a la postración. Obrar así no es otra cosa que renegar de nuestro continente. Porque los cuerpos en que moramos también poseen un contorno, también una estructura donde se encuentran en perfecto orden y concierto los secretos órganos vitales. Aferrémonos a ella, como nos aferramos a nuestra forma corporal, ante el embate del tiempo, ante la aproximación de la ineludible muerte”.
FAMILIA, BIBLIOTECAS Y POESÍA
En un documental aparecido en 2014, de La Mula TV, Carlos Germán Belli contó cómo comenzó a leer, la proveniencia de su afición por los libros. Su madre era lectora, y tenía una colección de cuadernos de poesía. Fueron esos mismos cuadernos los que iniciaron al joven Carlos a la lectura: “Rubén Darío, Giacomo Leopardi, en los cuadernos de mi madre”. De joven, fue “lector de biblioteca pública”. Cuenta Belli que el estudio universitario “en esa época” no tenía más sentido que el de colmar o satisfacer alguna ambición familiar por el título universitario (en este caso particular: su madre). “Yo quería solamente leer y escribir”.
En ese mismo documental Belli responde a la cuestión de “qué clase” de poeta cree que es, por su aparición recurrente en antologías de “poesía social”, y repite, nuevamente, que quisiera ser solamente considerado más allá de algún poema suyo en particular, como un “poeta puro”. “Soy más bien un cultor del verso”, asegura allí, mientras sus amigos le dicen por su parte que algunas de sus piezas están entre “los diez mejores poemas sociales”. Y otro recuerdo: comenzando a escribir, un amigo periodista de su padre se entera, y le envía de regalo una antología, donde el joven entonces descubre a Westphalen, Moro y Adán: “ese libro es clave para mí”. En similar sentido, en el programa audiovisual Visitantes, la edición con Carlos Germán Belli expone su biblioteca personal, contando que esta incluye la heredada de su padre, “piedra angular”, por lo tanto, de la misma, y “motor de mi actividad central, que es la escritura”. Sin lectura no habría escritura poética.
En otro documental disponible, “Carlos Germán Belli: 90 años entre cielo y suelo”, el poeta relata la anécdota sobre su regreso un día cualquiera del colegio, y el encuentro, inesperado, con su madre llorando, con un cuaderno suyo entre las manos. Contenía sus poesías. Y lloraba de emoción. “Ahí se dio cuenta que me interesaba la poesía”.
Como en la mayoría de producciones audiovisuales y entrevistas, se destaca un aspecto biográfico del poeta ya nonagenario: su vida familiar (sostén y escudo ante los múltiples avatares de la existencia), y su responsabilidad asumida, muy joven, cuando muere su madre, y quedan él y su hermano menor -discapacitado desde el nacimiento- huérfanos. El joven Belli, ante esto, decide hacerse cargo de la tutela. Empleado largos años como administrativo en el Senado (como amanuense: copiando manualmente las actas de sesiones, al igual que los discursos), posteriormente sumará trabajos periodísticos y de traducción para diversas agencias de noticias, teniendo que suspender, sine die, obligadamente, el tradicional y ambicionado “viaje a París” que se hiciera desde Latinoamérica cruzando el Atlántico, con o sin vaca atada, durante décadas y décadas. Así, tendrá la responsabilidad de ser “hermano-padre” de su hermano hasta el final de su vida, en 2005.
PREFERENCIAS AUTORALES
En 2015, durante la presentación de sus prosas Morar en la superficie, Carlos Germán Belli aseguró: “en mi relación con Vallejo no hay un entusiasmo completo, y más bien siento cierta preocupación por cómo un poeta universal pueda influirme. Mi admiración total le merece a Eguren, porque su vida estuvo consagrada totalmente al arte, me refiero a la pintura, música, y literatura; y esa visa de las artes me influyó totalmente”.
Cabe recordarse que José María Eguren aparece como figura en los Siete ensayos sobre la realidad peruana, de José Carlos Mariátegui, destacado por representar en la historia literaria del país la poesía “pura”, distinguida por “no pretender ser historia, ni filosofía ni apologética sino exclusiva y solamente poesía”. Un autor que “no tiene antecedentes en la literatura peruana”, ni “tampoco en la propia poesía española”, al decir de Mariátegui. Por otra parte, además, reconoce en Vallejo un positivo “indigenismo” en “estado virginal”, critica el “criollismo” en América Latina, y postula, con todo, el futuro de la literatura peruana en el cosmopolitismo, cuyos elementos ya se comienzan a mostrar en distintas asimilaciones.
Tal el reconocimiento a José María Eguren por parte de Belli, que en su discurso de aceptación de ingreso a la Academia lo exaltó del siguiente modo: como un “escudriñador de lo recóndito, y para quien la principal vía de revelación es la noche, en cuya oscuridad clava todos sus sentidos y a toda hora del día”. Un poeta que vivió un “tiempo propicio para la tristeza y el recuerdo doloroso, y apropiado para que pase el cortejo de las pompas fúnebres”. Y, como suele suceder en muchas ocasiones, ante la descripción y comentarios de una figura literaria influyente, estos podrían ser en muchas cuestiones y aspectos también aplicables a quien los emite: “indesmayable héroe del arte y no de la acción; escritor de versos que son resultado de una conciencia culturalista y señal de una férrea vocación de estilo. Naturalmente, luce el denominador común de la escuela: vocabulario sofisticado, renacimiento del pasado, propensión al exotismo”.
“Admiro la vida de Eguren, una vida sacerdotal, consagrada exclusivamente al arte, a la experiencia estética. Además rescato a Emilio Adolfo Westphalen, Martín Adán, Javier Sologuren y Jorge Eduardo Eielson”, dijo Belli en 2017. Y, orgulloso, reivindicó a Perú como una “tierra de poetas”. Aquella misma de la que él provino, y, a la que, ahora, regresa.
>Fragmento de un discurso de Carlos Germán Belli
Resulta inesquivable, en estas circunstancias, confesar la crónica irresolución que me acosa en los instantes de la escritura, cada vez que encaro el vacío de la página en blanco. Esta inseguridad atávica, quizás por mi condición de hispanoamericano, me ha llevado a la sistemática lectura de los poetas españoles de los Siglos de Oro, en el doble acto de un adiestramiento literario sui géneris y una especie de tácita terapia lingüística, con el propósito de enseñoramiento del idioma, que ha resultado por cierto vana pretensión.
Permítaseme igualmente reconocer una antigua deuda contraída en el curso de mi retorno a las fuentes, y mentar el nombre de Francisco de Medrano, a cuyos versos acudí durante años día a día, en busca de cobijamiento. De tal suerte, este casi desconocido poeta sevillano del siglo XVI, perteneciente a la escuela salmantina, probablemente nunca se imaginaría que, cuatro centurias después, su impecable manierista iba a ser modelo para un remiso hispanoablante de ultramar. Pero no sólo razones de reconocimiento me obligan a mencionar al horaciano Medrano, sino porque en él se observa más de una marcada similitud con José María Eguren, cuyo imperecedero recuerdo nos ha reunido esta noche. Pues uno y otro están tocados a fondo por el espíritu estético; por igual rechazan la fecundidad embaucadora, como autores de una corta obra; y ambos obsesivamente ponen énfasis en cultivar el texto como una experiencia del lenguaje.
José María Eguren fue el eje de dos círculos concéntricos: el de su vida y el de su obra. Uno y otro girando sobre un mismo punto, personificado por el propio poeta. Por un lado, una sola ciudad como perímetro permanente para sus andanzas y actos físicos; por otro, un espacio mental que contiene un estilo único, encarnado en una serie de ideas fijas. Una pareja de círculos yuxtapuestos hasta constituir finalmente uno solo, que bien puede representar la figura de un mandala cuya composición denota el espiral de los días y los versos, estrechamente unidos sobre el fondo del inexorable destino y el viscoso subconsciente.
Eguren nació en Lima, en lo que hoy es el sector viejo, y de esta última Thule jamás salió. Es un empedernido viajero imaginario, que circunnavega maquinalmente alrededor de mitos y otras manifestaciones de culturas remotas, en estricta elección según los dictados de su ser, sin la menor concesión a nada. Pero cabría una salvedad: ama la naturaleza con fervor de paisajista, la cual descubre desde muy pequeño en la hacienda de sus padres, situada en los aledaños, donde transcurre parte de su infancia. Luego, andando el tiempo, el escenario marítimo de Barranco -el balneario de estilo Art Noveau- en el que residirá más de treinta años, en compañía de dos hermanas solteronas. Y, nuevamente, la experiencia campestre, si bien en horas no tan gratas, cuando suele marchar a campo traviesa para cumplir con sus labores de bibliotecario en el Ministerio de Educación, que fue el único trabajo material que ejerció.
“La poesía de José María Eguren”, discurso de incorporación de Carlos Germán Belli a la Academia Peruana de la Lengua (1980).
>Tres poemas sin título de Carlos Germán Belli
Si aire sólo hay en mi bolsa y en mi seso,
yo entonces flébil colijo
que las ventas de mis barras ferrosas
durante tantos años,
y aun mi voraz lectura,
han sido no más para mi vientre laico,
en cuyo seno ignoto
quedaron convertidas
primero en heces, luego en feble polvo,
y al final todo en nada.
***
Papá, mamá,
para que yo, Pocho y Mario
sigamos todo el tiempo en el linaje humano,
cuánto luchasteis vosotros
a pesar de los bajos salarios del Perú,
y tras de tanto tan sólo me digo:
“venid, muerte, para que yo abandone
este linaje humano,
y nunca vuelva a él,
y de entre otros linajes escoja al fin
una faz de risco,
una faz de olmo,
una faz de búho.”
***
¡Oh Hada Cibernética, ya líbranos
con tu eléctrico seso y casto antídoto,
de los oficios hórridos humanos,
que son como tizones infernales
encendidos de tiempo inmemorial
por el crudo secuaz de las hogueras;
amortigua, ¡oh señora!, la presteza
con el que el cierzo sañudo y tan frío
bate las nuevas aras, en el humo enhiestas,
de nuestro cuerpo ayer, cenizas hoy,
que ni siquiera pizca gozó alguna,
de los amos no ingas privativo
el ocio del amor y la sapiencia.
Piezas del poemario ¡Oh Hada Cibernética! (Lima, 1962).