Con el wasap tenemos un ejemplo por demás iluminador sobre cómo se acelera el tiempo. Quien recibe el wasap de audio, al estar gobernado por la impaciencia, apura la velocidad del mismo. El usuario cyborg puede escucharlo, por ahora, en tres velocidades distintas, una más rápida que la otra. A cada aumento de la velocidad, más distorsionada sale la voz de quien nos contacta, en la última ya no reconocemos tonos, ni matices de quien nos habla. Esto aumenta aún más la distancia afectiva entre emisory receptor. En la misma dirección hoy se debe atravesar un nuevo ritual de la vida cotidiana: pedir permiso. No es conveniente hablar directamente por teléfono, a las nuevas generaciones no les gusta hablar por teléfono, hay que mandar un wasap preguntando si el otro puede hablar. Su confirmación habilita el llamado.

Es necesario hacer un recorrido crítico de este entramado cultural-comunicacional y analizar al usuario con sus prótesis adosadas al cuerpo, empujado por el tiempo real (ese que no percibimos ni sus segundos, ni minutos como estableció la burguesía hace ya tiempo, la medida en nanosegundos está lejos del alcance de la percepción humana). El humano mutado en cyborg está obligado a vivir en lo instantáneo. Esta premura se encubre con el halo de la comodidad, que nos hace recordar toda la literatura que se vincula, por ejemplo, al tema del anillo mágico. Calvino sostiene que el objeto mágico, el anillo, es el que establece las relaciones, los nexos entre las personas. El fetiche por excelencia.

La ilusión que fogonea esta mutación de los objetos siempre tiene el mismo fondo: las prótesis nos permiten estar comunicados con todos los contactos instantáneamente. Luego de muchos años de virtualidad y sus consecuencias conocemos el efecto de esta realidad acelerada: la misma produce una mayor distancia con los otros por la superficialidad que la misma aceleración comunicativa produce. Sus derivaciones deben ser remarcadas: la profusión de contactos hace desvanecer los vínculos hacia otros destinos fuera del cuerpo: “En verdad, antes de alegrarnos por convertirnos en cyborg, deberíamos reflexionar sobre las consecuencias sociales del proceso de mecanización que ya hemos padecido. De hecho, es ingenuo pensar que nuestra simbiosis con las máquinas vaya a dar lugar necesariamente a una expansión de nuestros poderes ignorando las limitaciones que las tecnologías imponen a nuestras vidas” (Federici, Silvia, Ir más allá de la piel, editorial Tinta Limón, Buenos Aires, 2022).

Las cuarentenas aumentaron lo que ya existía: los contactos por vía virtual, y fueron el momento fundacional del Planeta Cyborg. Mencionemos algunas de sus banderas: la velocidad, la hiperconectividad, el individualismo y los objetivos económicos de las plataformas multinacionales que dominan el mundo. El peligro ante el contagio desdibujó aún más los encuentros “en vivo y en directo”. El otro se fue alejando y se transformó cada vez más en una imagen en una pantalla. La peste estuvo signada por el entrecruzamiento entre el enlentecimiento del tiempo producido por el encierro y el tiempo acelerado de la hiperconectividad. Un coctel difícil de aunar, una montaña rusa desconocida y llena de urgencias adaptativas.

El soporte tecnológico de lo anterior fue la placenta mediática con sus cableados en el fondo del mar, sus centrales en la Tierra y sus innumerables satélites girando. Los grandes poderes económicos del mundo piensan expandirla para que sea más envolvente, más solícita y que esté todo el tiempo en nuestras vidas. Se trata de aumentar, aún más, la vida conectada 24/7 por vía de las prótesis tecnológicas incorporadas, ya hace mucho, a nuestro cuerpo. Como muestra de lo anterior tenemos las declaraciones de Bill Gates sobre el tatuaje electrónico colocado en el hombro que tendrá los datos médicos del cyborg, su historia clínica estará así incorporada a su cuerpo. No contento con ello, comunica que está trabajando en que en ese mismo tatuaje se puede agregar el teléfono celular. Dice que el celular esté presto para alojarse dentro del cuerpo del usuario, lo que no hace más que mostrar la velocidad de las próximas mutaciones humanas. Es decir, el Planeta Cyborg engulléndose los cuerpos para que sean parte de la gran computadora universal, como decía Asimov, con el objetivo de más y más big data y, por supuesto, más y más control social.

El capitalismo insiste en su búsqueda para introducirse y circular por los adentros de los cuerpos. Busca transforma la piel, los órganos y las arterias en modos de comunicación. Es esta la subjetividad de época que disfraza la claustrofilia (amor por el encierro) en comodidad y es notorio que, en este proceso, entre otras cosas, el neofascismo racista y sexista, el calentamiento global y el individualismo avanzan. En el mismo proyecto se insiste imponer un modelo de felicidad en esta relación en entre el cyborg, el tecnocapitalismo. Todo junto aparece necesario para la singularidad como el modo perfecto de vivir dentro del capitalismo.

Algunos pregonan que los niños y adolescentes de hoy habitan armoniosamente lo digital, cabe aquí desmentir esa ilusión de armonía. Debemos insistir en analizar los costos que tienen los encuentros con otros devenidos en la supuesta comodidad del contacto por las prótesis comunicativas, cuando en realidad la existencia de la placenta mediática nos lleva al desvalimiento disfrazado de comodidad. La proliferación de enfermedades, las cada vez más tentativas de suicidios entre los jóvenes y los niños, el viagra como pastilla imprescindible para tener relaciones sexuales entre los jóvenes, el enorme aumento del consumo de anfetaminas para mejorar el rendimiento entre los estudiantes de las más importantes universidades mundiales, la obesidad infantil, la epidemia de los opiáceos que ya dejó más de 500.00 muertos en EE.UU., los femicidios, etc. Todo lo anterior desmiente al rey paseando vestido con un traje de oro, por el contrario, el rey está desnudo y debemos mostrarlo tal cual es. Podemos, como muestra de un sinnúmero de situaciones similares, señalar la manipulación de niños y jóvenes por páginas como La Ballena Azul (Hazaki, César, Modo Cyborg, Ed. Topía, Bs. As., 2019) con su incitación al suicidio. O el chroming, un desafío que se hizo viral, donde la competencia que se propone es inhalar la mayor cantidad de desodorante en aerosol. Un desafío que conduce a la muerte y demuestra cómo el vacío campea en la hiperconectividad.

Lo anterior no son más que algunas muestras del malestar profundo en que se desarrolla la vida en la cultura actual. Como vemos, la llamada comodidad es la claustrofilia como modo de vida, lo que está debajo de ese supuesto e ilusorio confort. Comodidad donde el usuario cree poseer un yo expandido que le permite sobrevolar el mundo por vía de sus prótesis comunicativas adosadas al cuerpo. El gran salto tecnológico que vivimos ha convertido el mundo en una gran megalópolis comunicativa. Una ciudad absoluta donde los matices se diluyen en la innumerable cantidad de momentos en que el usuario acciona su Smartphone y se convence de la riqueza de la hiperconectividad, del engrandecimiento yoico que le produce. Olvida que esa expansión pone en acción la minería de datos, los Big Data, de las empresas tecnológicas instantáneamente, lo que nos recuerda a Ítalo Calvino que en su libro Las Ciudades Invisibles dice: “Tal poder, que a veces dicen maligno, a veces benigno, tiene en Anastasia, ciudad engañosa: si durante ocho horas al día trabajas tallando ágatas, ónices, crisapios, tu afán que da forma al deseo (...) y crees que gozas de toda Anastasia cuando sólo eres su esclavo”. Bienvenido a Anastasia, la ciudad global en que vivimos.

César Hazaki es psicoanalista y editor de Topía Revista. Fragmento de su libro Planeta Cyborg. De humanos a usuarios, Ed. Topía, que será presentado el sábado 7 de septiembre a las 16 en la Biblioteca Obrera "Juan B. Justo", La Plata 85, CABA. Transmisión en vivo. Información en www.topia.com.ar/cyborg