EL VIEJO ROBLE 6 puntos
(The Old Oak; Reino Unido/Francia/Bélgica, 2023)
Dirección: Ken Loach.
Guion: Paul Laverty.
Duración: 113 minutos.
Intérpretes: Dave Turner, Ebla Mari, Claire Rodgerson, Trevor Fox, Chris McGlade.
Estreno en salas de cine.
Del último largometraje dirigido por el veterano realizador británico Ken Loach podría decirse que tiene siempre el corazón en el lugar adecuado, aunque la cámara no lo acompañe. En otras palabras, las intenciones –fieles a una carrera consecuente con la denuncia de muchos de los males de la sociedad occidental contemporánea– son absolutamente indiscutibles, pero los medios cinematográficos con las cuales están construidas están más cerca de la declamación demagógica que de la inteligencia de sus mejores creaciones. Nuevamente apoyado en un guion de su compañero de ruta Paul Laverty y con un elenco de actores no profesionales, el director de Kes, Pan y rosas y El viento que acaricia el prado abre el juego de El viejo roble con una secuencia que resuena con fuerza en el actual contexto europeo; tal vez más aún hoy que hace un año y medio, cuando el film tuvo su estreno en la competencia oficial del Festival de Cannes. Mientras un contingente de hombres, mujeres y niños, refugiados sirios que acaban de escapar de su país, comienzan a descender de un micro en un barrio proletario de Durham, un grupo de lugareños comienza a tratarlos con sonoro desdén.
En el grupo de exiliados se destaca Yara (la debutante Ebla Mari), cuyos expresivos ojos hacen juego con su cámara fotográfica, que termina en el suelo luego de un forcejeo con uno de los locales. El otro protagonista tiene sus raíces bien enterradas en esa calle de casitas de ladrillo, parte de una sociedad que tuvo un pasado de luchas gremiales en una mina ahora cerrada. TJ (Dave Turner) pasa los días atendiendo el viejo pub The Old Oak (de allí el título de la película), visitado apenas por un puñado de viejos clientes siempre dispuestos a la discusión pintas de por medio, cuando no pasea a su pequeña perra en las calles aledañas, intentando que dos enormes canes de raza agresiva no se le tiren encima. De cómo Yara conoce a TJ, la mecha que enciende un posible acercamiento entre los recién llegados y los parroquianos, trata El viejo roble, enfrentando el drama de la violencia política en tierras lejanas con la xenofobia de aquellos que ven amenazada su forma de vida, melancólicos de un tiempo que, acaso, tampoco fue tan hermoso.
La ecuación es clara: conservadurismo con dosis de racismo más una situación social y económica compleja equivalen a odio radicalizado. TJ pasa de esos rasgos arquetípicos y ayuda a una asistente social a distribuir alimentos, pañales y otros útiles a los recién llegados, a pesar de los reclamos cada vez más ostentosos de los únicos clientes del pub. El conflicto central escala cuando el pedido de estos últimos de abrir el salón del fondo – clausurado desde hace muchos años– para llevar a cabo una reunión con la intención de expulsar a los refugiados es rechazado por el protagonista, quien opta en cambio por habilitarlo para un improvisado comedor para esas mismas familias.
Si hasta ese momento el film de Loach acertaba en la pintura a pequeña escala de los conflictos inmigratorios que recorren las calles del Reino Unido y Europa en su conjunto, a partir de allí el guion y la puesta en escena se revelan como mecanismos burdos para ilustrarlos de las formas más didácticas posibles, obturando la posibilidad de cualquier matiz. La historia de la fotógrafa y el viejo lobo de pub se convierte en una fábula voluntarista que construye una pequeña (y quizás fugaz) utopía gracias a un deus ex machina narrativo. En sus mejores películas el realizador, que acaba de cumplir 88 años, demostraba su carácter de cronista incisivo gracias al buen uso de los mecanismos de la ficción realista, pero aquí la posibilidad de la solidaridad, presente en una porción importante de su filmografía, se parece demasiado a la sensiblería social prefabricada.