Una joven qom acude a palacio y pide por el cese al desmonte. En la corte, la recibe la reina blanca. Los ornamentos y vestuario sitúan la historia en un lugar más o menos posible; y no faltarán las alusiones a los cuentos de hadas, con una naturaleza tan poética como misteriosa. La imaginería despierta alucinada en Qonoq: Lo que comemos nosotros, la película con guion y dirección de Mario Caporali que se preestrena hoy a las 20.30 en El Cairo Cine Público (Santa Fe 1120), con entrada gratuita.
“Yo vengo del video arte, de la fotografía, de mucha relación con la pintura, performances, video clips; pero cuando me metí en la película, me di cuenta de que no es lo mismo sostener la atención del espectador en un largometraje. Fue un desafío. También el de sostener un proyecto de una manera completamente independiente, y por el amor a una locación: la Casona Yiró”, comenta Mario Caporali a Rosario/12.
La Casona Yiró (San Lorenzo entre Oroño y Balcarce) es una de las muchas locaciones que atraviesan el relato fascinante de Qonoq, a través de una semblanza arquitectónica que entreteje un laberinto epocal. Dijo Caporali: “Me enamoré de ese lugar y me dije: ‘la película que estoy imaginando la tengo que hacer acá’. Al momento que se me ocurrió esto, me dijeron que la iban a remodelar y pintar, con lo que ocultarían las ilustraciones y pinturas en sus paredes. Teníamos que aprovechar y hacer la película antes, generé un esqueleto argumental y comenzamos, así que el guion también fue muy experimental”.
-Como si te persiguiera la necesidad de documentar algo que sabías desaparecía.
-Ahora que lo decís, te podría decir que hubo un motor documental y cierta ansiedad; hay muchos retratos de locación, y eso es algo que a mí siempre me pareció mágico. No suelo pensar en armar una escenografía, sino en habitar los lugares y transformarlos en espacios de fantasía. Usamos al Museo Histórico Julio Marc como locación, puntualmente la habitación de Lisandro De la Torre, habitada por esta señora que se llama Roqshelashé, la Señora Blanca a la cual los indígenas qom exigen el cese del desmonte. La habitación del Museo ya está planteada para el público, uno la ve de frente y es una escena, armada para imaginar un personaje dentro de ella; y así me pasó un poco con todo, desde un deseo de habitar el espacio a través de la fantasía. También para documentar esos mismos espacios, que a veces se pierden o se modifican.
-Una necesidad no menos estética, no menos urgente.
-Recuerdo que pedí una locación y me dijeron que no se podía utilizar todavía, y yo pensaba: “¡Pero al Amazonas lo están quemando ahora!”. Es pretensioso pensar que una película va a cambiar algo, pero esta temática del desmonte me desespera y es urgente. Viene siendo así desde hace siglos, pero siento que ahora es el último coletazo de la Revolución Industrial, donde se hace todo más rápido; lo que se ha desmontado y quemado en los últimos los últimos años es atroz.
-A propósito, hay unas imágenes de incendios que me resultaron brutales y extrañamente bellas.
-A esas imágenes las tomé en el puente Rosario-Victoria; busqué incendios en el banco de imágenes de Internet, pero ninguna tenía la impronta estética que necesitaba. Un día me desperté respirando humo y me fui con el auto hasta el puente. Llegué, lloré, y filmé. Me metí en el medio de los incendios sin precaución. Fue extraño buscar algo estético y bello en algo que es terrible y fuerte, pero para mí era muy importante mostrarlo. Lo fantástico y lo onírico son un camino, una forma de mirar la realidad. En esa línea también quise construir el verosímil de esta película, que tiene algunos anclajes históricos e inspiraciones, como a través de la escena en donde los indígenas qom se presentan ante esta señora de la industria, la que habita en este palacio, para explicarle sobre el cese del desmonte y la necesidad de las semillas de algarroba. El europeo impuso acá el trigo, y todo lo que fueran semillas nativas se consideraron de segunda o tercera categoría. Es llamativo, pero no conocemos el mistol, el chañar, el tala. La película dio lugar a mucha investigación, y desde una clave fantástica intenta acercarse a esos temas, como el desencuentro entre la forma extractivista occidental y otras maneras de habitar el mundo y ver la naturaleza.
-Hay muchas referencias históricas, varios idiomas, doblaje y subtítulos.
-Salió todo a partir de una actitud lúdica y experimental. Yo tengo un enamoramiento con el cine, y que haya un subtítulo en una imagen ya me genera magia, así como el doblaje. Muchos de los actores no hicieron su propia voz; y el hecho de usar distintos idiomas siempre me interesó, porque amo su musicalidad. Me parecía hermoso poder documentar una lengua que está viva como el qom l’aqtaqa, escuchar su prosodia, su fonética, su expresión. Siempre me interesó la traducción, que de algún modo es imposible y encierra su riqueza, porque muchas veces no existen los mismos conceptos ni las mismas palabras. El hecho de que se hable el italiano surgió, por un lado, de sacar a la película del realismo, porque con el español probablemente íbamos a caer en cierto realismo argentino que no quería; y por otro lado, en ese momento yo estaba muy compenetrado con la cuestión de las tierras en el sur y la empresa Benetton, escuchando mucho los relatos de las comunidades mapuches y lo que estaba pasando con estas tierras.
Con las interpretaciones de Yani Giovannetti, Ruperta Pérez, Aylén Janis Pedraza, Luciana Gismondi, Alexis Muiños Woodward, Omar Serra, Rocío Fernández Biancimano; Qonoq reúne los roles técnicos de Germán Irurzun, Cristian Pérez, Cristian Sedam y Mario Caporali en Fotografía; Gilda Valesi y Caporali en Edición; Epuyén Leandro Ortega en Dirección de Arte; Mauro Gallardo, Ariel Migliorelli y Guo Cheng en Música; Federico Baronio y Ariel Migliorelli en Diseño Sonoro; y Rocío Fernández Biancimano en Asistencia de Arte. “La película es una fábula de la opresión y de la riqueza, y de lo que se pierde con esa opresión, cuando una cultura se siente superior a otra. Es una reflexión sobre la identidad cultural y su riqueza. Hicimos un casting donde encontramos actores de todos los colores, los mostramos de un modo sensual y también con cierto humor. Es una fantasía anacrónica que abraza el ridículo; por momentos, parece ocurrir a fines del s. XIX, y en otros transcurrir en 1940. No hay nada riguroso en cuanto a reconstrucción histórica”, subraya su director.