La otra memoria del mundo 7 puntos
Argentina, 2024
Dirección: Mariela Pietragalla
Guion: Alejandra Portela y Mariela Pietragalla
Duración: 68 minutos
Intérpretes: Rafael Corral.
Estreno en Cine Gaumont, Rivadavia 1635.
Este será un texto lleno de aclaraciones. La primera: las historias de fantasmas no siempre dan miedo y la que se cuenta en La otra memoria del mundo es una de esas. La segunda: los fantasmas de las películas y los cuentos no siempre son las almas en pena de la gente muerta, como los que veía el nene de El sexto sentido. A veces no son otra cosa que la memoria de los vivos, superponiéndose con insistencia al presente. Y si se trata de memorias colectivas, esas que tienen que ver con la historia y la cultura de una comunidad, los museos, bibliotecas y archivos sería el hogar de muchos fantasmas. Esta película transcurre en una de esas mansiones encantadas: la Fundación Cinemateca Argentina.
Antes de seguir, se impone una tercera y necesaria aclaración, porque el nombre de esta fundación puede prestarse a equívocos. La llamada Cinemateca Argentina no es una institución estatal y no debe confundirse con la Cinemateca Nacional, un organismo público cuya creación cuenta desde hace años con el aval de una ley que lo reglamenta, pero que jamás ha sido puesto en marcha como corresponde, más allá de esporádicos amagues y anuncios rimbombantes que siempre caen en saco roto. Por el contrario, se trata de un ente de naturaleza privada que este año celebra 75 años de existencia, que resguarda su patrimonio con la ayuda de un grupo de colaboradores y voluntarios en permanente transformación, y el aporte de distintas instituciones.
Pero aunque el edificio de la Cinemateca Argentina es la única locación de este documental -una imponente estructura art deco a la que incluso se puede pensar como una de sus protagonistas-, la película sin embargo no pretende contar su historia. Al menos no de forma exhaustiva. No hay mención alguna a su fundador, el crítico Rolando Fustiñana (también artífice del Museo del Cine Pablo Ducros Hicken), ni a su principal impulsor, el cineasta y también crítico Guillermo Fernández Jurado. Tampoco tiene datos concretos sobre la colección que salvaguardan sus paredes, una colección de más de 23 mil títulos en diferentes formatos. 23 mil fantasmas bien vivos.
En cambio, La otra memoria del mundo tiene otro protagonista, Rafael Correa, un hombre de más de 90 años, exbailarín flamenco que formó parte del cuerpo de baile de Miguel de Molina, con quien llegó a compartir una amistad, hasta la muerte del notable artista español radicado en Buenos Aires. Correa vivió sus últimos años en algún lugar de ese edificio monumental, llegando a convertirse él mismo en un fantasma más, recorriendo los pasillos de ese laberinto de películas. El documental aprovecha la extraña confluencia entre el espacio y la persona para abordar las diferentes formas que tiene la memoria para expresarse.
Por un lado está Rafael, rememorando los años felices en los que todavía bailaba, buscando la inhallable lata de una película en la que aparece él mismo, durante su juventud, acompañando a De Molina. Por el otro, el propio edificio, retratado durante una remodelación que busca purificarlo de las manchas de humedad y los descascaramientos que dejan sus huesos de ladrillo a la vista de todos. “Igual que las personas, las películas no escapan a la enfermedad: la del nitrato, la de la ignorancia, la soledad, el arrumbamiento”, afirma en algún momento una sobria voz en off que tiene la prudencia de no manifestarse en exceso, revelando quizás la cuestión de fondo: el paso del tiempo.
La otra memoria del mundo consigue crear un clima romántico, por momentos casi gótico, a partir de una lograda fotografía en blanco y negro con toques expresionistas, perfecta para retratar a un edificio y un personaje como estos. Un preciso trabajo de montaje y puesta en escena completan una fórmula que permite disfrutar de esta historia en la que los fantasmas, vale la aclaración, seguirán vivos para siempre.