Verdaderamente “engalanada” con textos de escritores argentinos importantes y muy prestigiosos, que en algún momento de sus vidas, o en todos, reconocieron y valoraron su judaísmo, esta particular antología reúne producciones de latinoamericanos que debieron continuar contemporáneamente las andanzas diaspóricas.
“Todos partieron -escribe Senkman-, pero algunos no volvieron y se quedaron en los EE.UU., Canadá, España, Francia, Israel; otros regresaron, pero hay quienes van y vienen, algunos continúan transmigrando. Numerosos ya no sienten que viven afuera o adentro, ni tampoco que están lejos o cerca. Tal movilidad de los autores prodiga a sus textos migritud, neologismo que nombra una suerte de simultáneo circuito circulatorio y ubicuo de sus escrituras”.
Juan Gelman, Alberto Szpunberg, Pedro Orgambide, David Viñas, Reina Roffé, Saúl Sosnowski, entre otros, intelectuales y escritores profundamente argentinos, la mexicana Esther Seligson, la venezolana Liliana Lara, el brasileño Moacir Amancio, el peruano Isaac Goldemberg, la uruguaya Teresa Porzecanski, recrean sus orígenes, sus infancias, sus vidas y sus exilios, y sobre todo sus lenguajes penetrados y enriquecidos por el idish, el hebreo, el judeo sefaradí, que han poblado sus inconscientes y sus sueños.
Bien resume todos esos itinerarios Pedro Orgambide en su trabajo dedicado al amigo Humberto (Cacho) Costantini: “su anclaje nos llevaba a un origen remoto, con desiertos, profetas, parábolas bíblicas. Porque de allí venía él, del pueblo de la Diáspora. Es cierto que cada escritor busca su aleph o lo inventa. Costantini buscó y encontró el suyo, no sólo asumiendo su condición de descendiente de una familia sefardí, sino integrando esa cultura de los judíos de Italia, con esta obra de inmigrantes y criollos. Cerró su óptica (la Argentina, Buenos Aires, el barrio) hasta darle un valor estético (una poética, al fin). Lo que podríamos llamar: la geografía de sus afectos”.
Ágilmente articulada en capítulos comunes, la Antología va de la “Migritud”, las “Escrituras exiliadas”, “Escribir desde la diáspora”, hasta las “Lenguas migrantes en la Tierra Prometida”, y la “Peregrinación a la Tierra Prometida y a ciudades sagradas”, con pequeñas y apretadas narraciones autobiográficas que testimonian la herencia de los autores, sus itinerarios, sus destinos, no solamente espaciales sino también vitales.
Leonardo Senkman, el “Compilador”, nacido en Paraná, doctor y ex docente de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, autor de numerosos libros sobre literatura argentina y latinoamericana, emigrado él mismo y profesor emérito e investigador asociado en la Universidad Hebrea de Jerusalén, es aquí mucho más que un compilador, es el investigador, el creador, el difusor, quien conoce en profundidad la obra de los antologados que ha puesto de relieve a lo largo de los años en casi cada uno de los 31 escritores esta temática y quien califica de ”heteróclita” la Antología, “por el origen y tiempos diferentes” en que los textos seleccionados fueron escritos ”para la revista internacional Noaj, que se publicó en Jerusalén entre 1987 y 2011”.
En una informativa y pedagógica “Introducción a una Antología heteróclita”, entiende Senkman que hay “dos grandes constelaciones que guían la travesía de Ires y venires: la de quienes sueltan amarras de sus países de origen y exploran diásporas y, también, el viaje a tierras prometidas y sagradas”. Por ello, las secciones del libro fueron articuladas para analizar el irse, el volver, el transmigrar, el exiliarse, descubrir la diáspora en las lenguas madres y errar en la tierra prometida.
Hay una gran cantidad y variedad de tramas testimoniales que exhiben a la vez “las diversas inflexiones de la judeidad plural de sus autoras/es”. Textos personales e íntimos, en su mayoría de latinoamericanos que vivieron diferentes circunstancias políticas, personales o familiares en las décadas del ‘60 y del ‘70, distintas experiencias de otra diáspora que recreó la de padres, abuelos, o más remotos ascendientes. Hay también una mirada atenta hacia las emigraciones actuales, cuando ”los conceptos de patria y nación han cambiado profundamente” entre esa generación y los jóvenes latinoamericanos de hoy.
Las observaciones y consideraciones sobre los entornos, geográficos y humanos, son diversas e interesantes, y sobresalientes en lo que concierne a la lengua, la materia primordial con la que trabaja el escritor. Así, las de Esther Seligson, destacada poeta y traductora mexicana fallecida en 2010, quien luego de conocer y comparar ciudades santas partiendo de Tenochtitlán (Toledo, Praga, Jerusalén, Lhasa), escribía: “todas las ciudades santas que he recorrido hasta ahora se entrelazan con los ecos que me recorren, con la Palabra, lugar donde todos los exilios culminan, donde el corazón se sacrifica vacío de sangre para que la Voz Divina se manifieste, pues la escritura es la única Tierra Prometida que le espera al escritor, y el Libro la única ciudad santa que le da cobijo”.
Como no podía ser de otro modo, “la experiencia de haber estado en el exilio influyó en la escritura del corpus literario y ensayístico de los autoras/es” (Senkman), y de ello dan cuenta numerosos textos seleccionados. También, y fundamentalmente, de las reflexiones sobre la lengua que hablan y, sobre todo, la lengua en la que escriben, donde se inquiere si las habitadas por la infancia han pasado sin dejar huellas o han dejado sus rastros indelebles.