“Un libro es un montón de árboles muertos que hablan”. Con un discurso cargado de emotividad, humor, valentía, pero fundamentalmente de poesía, Beatriz Vignoli inauguró este jueves la 40º Feria Internacional del Libro de Rosario, en el Centro Cultural "Roberto Fontanarrosa". Por primera vez, ese lugar de privilegio reservado a autores y artistas de trayectoria, fue ocupado por una escritora que nació y reside en la ciudad. “En Rosario tenemos una tradición de ferias de libro porque, digan lo que digan los estudiosos, tenemos una tradición literaria”, sostuvo Vignoli a lo largo de su presentación, en la que repasó todos los rincones de la vida cultural rosarina. “Quienes escribimos libros, quienes editan libros, quienes venden libros, o quienes los traducimos, como también quienes enseñan a leerlos, somos productores de alimentos esenciales. Fabricamos cada día, para quienes los lean, el pan del sentido. La embriaguez suprema de la dicha del pensar, sin lo cual la existencia nos resulta intolerablemente brutal”, señaló la autora que también escribe en Rosario/12 casi desde sus inicios. 

Este jueves por la tarde quedó inaugurado una nueva edición de la Feria Internacional del Libro de Rosario, uno de los eventos culturales más importantes del año en la ciudad. Los discursos de bienvenida estuvieron a cargo del intendente Pablo Javkin; la ministra de Cultura de la provincia, Susana Rueda; y el presidente de la Fundación El Libro, Alejandro Vaccaro. También estuvieron presentes la presidenta del Concejo de Rosario, María Eugenia Schmuck; la diputada nacional, Mónica Fein; y el secretario de Cultura y Educación de Rosario, Federico Valentini; entre otros funcionarios y dirigentes de la ciudad y la región.

En su discurso inaugural, Vignoli comenzó recordando que en ese mismo lugar, pero 45 años atrás, presentó su primer poemario. “Yo tenía 14 años y una pollera larga al estilo gitano”, rememoró ante una multitud de personas que se acercaron a escucharla. En ese marco, tomó un pasaje de una carta de Franz Kafka a Oskar Pollak, fechada en 1904, para darle forma a su alocución. “Creo que solo debemos leer libros que nos muerdan y nos arañen. Si el libro que leemos no nos despierta como un puño que nos golpea en el cráneo, ¿para qué lo leemos? ¿Para que nos haga felices?”, plantea Kafka en su misiva. Con ingenio, la apertura de la escritora rosarina también fue pensada dentro del género epistolar, con una carta donde no solo se dirige a Kafka para intentar responder algunos de sus interrogantes, sino también para narrar la intensidad cultural de una ciudad “donde no todo se incendia y se va”.

Así, Vignoli planteó que “leer es una forma de escribir y escribir es una forma de leer” y que en ese contexto, los escritores se asemejan a una inteligencia artificial, pero con memoria, conciencia, cuerpos y afectos. De esa mixtura, nace la capacidad de crear lo absurdo y lo nuevo. “En Rosario tenemos una tradición de ferias de libro porque, digan lo que digan los estudiosos, tenemos una tradición literaria. Anclada no solo en obras, sino en librerías, bares y afectos”, expresó y agregó: “Leer nos da una vida más digna, más habitable. Escribir nos permite poner la vida fuera del cuerpo para sanarnos y recomenzar, liberados”.

“Querido Franz, creo que quienes escribimos libros, quienes editan libros, quienes venden libros, o quienes los traducimos, como también quienes enseñan a leerlos, somos productores de alimentos esenciales. Fabricamos cada día para quienes los lean, el pan del sentido. La embriaguez suprema de la dicha del pensar, sin lo cual la existencia nos resulta intolerablemente brutal”, planteó Vignoli en otro pasaje de la carta dirigida al escritor checo. “Creo que ese alimento tiene que ser accesible para todas, todos y todes. Que si una voluntad política de alfabetizar y educar llegara hasta el último rincón de cada barrio, acompañando las iniciativas de los centros culturales independientes, se ejercerá el derecho a la cultura que asiste a cada ciudadano y ciudadana, además del derecho a la salud y a vivir libres de la violencia del hambre”.

A lo largo del discurso hubo menciones a otros escritores, a figuras del mundo de la cultura de la ciudad, del país y del mundo. También hubo historias, como la de su abuelo Erminio, peón ferroviario, que le leía en voz alta a sus compañeros analfabetos antes de quedarse casi ciego; o la de su abuela paterna, Elvira, que era bioquímica, docente, feminista y, también, poeta. Pero sobre todo, lo que atraviesa de forma transversal la apertura de Vignoli es una visión transformadora de la cultura, una herramienta que puede –y debe– ser utilizada para combatir, también, los problemas que atraviesan la ciudad.

“Si las librerías y las bibliotecas públicas fueran nuestros búnkeres y nuestras ranchadas, cuantos menos policías y gendarmes tendríamos. Quienes hacemos libros y quienes enseñan a leerlos, somos contrabandistas de significados, traficantes de historias, somos pushers de conjuros, somos dealers de utopías. Querido Frankz, creo que no existe droga más pura que la literatura y la poesía. No hay cristal más azul que la palabra”, sostuvo la autora rosarina. Para cerrar de la mejor manera: “Como dijo un poeta, o una poeta, en esta ciudad cantamos a la orilla de la muerte, bebemos del vino del amor que da la vida a borbotones. Venceremos querido Franz. Toda la música está de nuestro lado”.