Tipos de gentileza es un material ficcional que por su estructura en tres partes diferenciadas (como si se tratara de tres films que no son autónomos sino que funcionan por acumulación), es susceptible de ser leída como un ensayo sobre la obediencia. Más allá que únicamente en el capítulo final la trama se organiza en torno a una secta no era necesario llegar a ese nivel de literalidad para sentir desde el comienzo que los personajes parecen estar capturados por un poder delirante. En el primer episodio un magnate (Willem Dafoe) les da a sus empleados una mansión y un auto de lujo pero les exige que estén dispuestos a atropellar a un hombre y matarlo.

El segundo episodio es, tal vez, el más delirante. Un policía (Jesse Plemons) sufre la desaparición de su esposa que se dedica a la investigación submarina. Cuando finalmente Liz regresa, él está convencido que no se trata de la misma persona, que alguien ha fabricado una doble de su esposa e intenta engañarlo. En un estado de ofuscación y locura le pide a su esposa que se corte el dedo pulgar de una mano y se lo cocine, algo que el personaje interpretado por Emma Stone realiza en una secuencia desgarradora porque estos personajes tienen un momento donde se debaten y se desmoronan interiormente para después decidirse a cumplir con lo impuesto. Ese gesto de entrega no le resulta suficiente al marido y le pedirá para el próximo plato sus intestinos que la joven le ofrece en un charco de sangre mientras yace inconsciente.

En la última historia los personajes pertenecen claramente a una secta donde la pareja que ocupa el rol de liderazgo (compuesta por Dafoe y Hong Chau), les prohíbe tener sexo con cualquier otra persona que no sean ellos. En Tipos de gentileza los personajes están dispuestos a hacer cualquier cosa con tal de seguir acatando las órdenes caprichosas sin medir los riesgos ni el daño que puedan causarles, pero al correrse de una lógica realista los distintos relatos no tienen una carga moral, parecen ser el efecto de un delirio del que esos seres no pueden salir, una correntada loca a la que ya pertenecen y de la que no les interesa desprenderse.

Hay cierta animalidad en los personajes, un tema que Lanthimos trabajó en muchas de sus películas (este film tiene numerosas referencias a toda su obra), pero esa animalidad se desarrolla en los términos de una mutación porque los seres que presenta nunca parecen del todo humanos. Están más cerca de lo monstruoso que de esos escenarios de casas suntuosas o sencillas, oficinas o hoteles baratos donde suceden los hechos, como si fueran el desprendimiento de una realidad que no corresponde a ese tiempo.

Lo familiar se desplaza a la violencia. La joven (Emma Stone) que en el último capítulo busca a una chica que tenga la capacidad de resucitar a los muertos (Margaret Quallery) dejó a su marido y a su hija para vivir bajo el mando de una secta. Pero esa familia que parece idílica se convierte en tenebrosa cuando una noche ella los visita para ver a su hija y su exmarido pone unos calmantes en el whisky y la viola mientras permanece dormida. Lo mismo sucede con ese hombre (Plemons) en el primer capítulo que está enamorado de su esposa (Chau) pero permitió que el jefe le causara una serie de abortos porque dentro de las imposiciones laborales se encontraba la prohibición de tener hijos. Todos los personajes parecen formar parte de un experimento donde la obediencia implica conductas, regímenes de vida, la entrega total de la intimidad, de lecturas, afectos y sexualidad, algo que en la vida moderna no deja de estar vigente a partir de la publicidad o el escenario virtual pero aquí sucede desde un lugar precario y salvaje.

No hay verdad ni espontaneidad posible en los mundos que ofrece Lanthimos en el film, sólo una vigilancia constante que no se da bajo sistemas sofisticados sino en mecanismos más básicos ligados al miedo y la sumisión. Los personajes son frágiles, comunidades de minusválidos que necesitan de esas normas caprichosas, desmesuradas, ridículas a las que aceptan someterse. Por momentos parece que vivieran en una suerte de mundo paralelo, como si por fuera de sus situaciones lo real se manejara en otros términos pero ellos han sido atrapados por las leyes de un universo gótico donde hay villanos de fábulas disimulados entre empresarios, gurús o policías.

En algunos momentos los personajes que están por fuera del drama de los protagonistas intentan leer lo que les pasa en términos realistas, como sucede con la enfermera que revisa a Liz en el segundo episodio y entiende que la joven está sufriendo violencia de parte de su marido cuando después veremos que esa mujer podría ser una especie de androide o copia de la Liz real y lo que intentaba hacer el marido era destruirla para que apareciera su esposa. En Tipos de gentileza la locura y el delirio demuestran que poseen una entidad cierta.

La música de Jerskin Fendrix recuerda a los films de Stanley Kubrick, tiene esa solemnidad aterradora, ese señalamiento trágico que supone la importancia de los hechos y que obliga a imaginar que todo lo que está a punto de suceder es determinante.

En Tipos de gentileza nada es banal, cualquier detalle puede hacer caer a sus personajes en una realidad donde los castigos se implementan en un territorio que se parece demasiado a la dimensión inaccesible del sueño