Bien, otro ejemplo de homeridad argentina para nuestra colección. Otro postulante a Virgilio criollo. Lin-Calél, el poema de Eduardo Ladislao Holmberg, fue publicado en 1910 (o un poco más tarde) con motivo del Centenario de la Revolución de Mayo. Es una epopeya de trescientas páginas y podemos asegurar que si alguien lo lee de principio a fin —como hicimos nosotros— lo consideraremos un masoquista.

Eduardo Ladislao Holmberg (1852-1937), médico, naturalista y pionero de la ciencia ficción argentina era nieto del austríaco Eduardo Kannitz. Este último, también conocido como Barón von Holmberg (1778-1853), fue uno de los fundadores de la Logia Lautaro junto a San Martín y Alvear. El barón, cuando se retiró del ejército, instaló un importante establecimiento forestal con árboles frutales y vivero de plantas florales de varias hectáreas de extensión en la agreste intersección de lo que es hoy Santa Fe y Scalabrini Ortiz.

En cuanto al poeta que nos ocupa, Eduardo Ladislao, fue nombrado en 1883 director del zoológico porteño. Holmberg fue el responsable de crear los exóticos pabellones con las características arquitectónicas del país de origen para cada uno de los animales exhibidos: el templo hindú para los elefantes, la casa de las jirafas, la cabaña suiza en el cantón de los ciervos, el chalet de los wapitis, el castillo gótico de los osos alemanes, el pabellón árabe de los camellos, la casita egipcia para los monos y el rancho de los caseros.

Iniciado en 1884 en la Logia Docente, fue —según el diccionario de Lappas—Secretario de Relaciones Exteriores de la Gran Logia Argentina, Gran Orador, Gran Secretario, Pro Gran Maestre y Miembro del Supremo Consejo, Lugarteniente Gran Comendador y otros títulos que nos recuerdan a los pares patafísicos.

Por Lappas sabemos que Lin-Calél, fue editado por la Masonería, un poema “por cuyos endecasílabos desfilan los mitos americanos”. El hijo de Eduardo Ladislao, Eduardo Alejandro (1876-1923) es el encargado de ilustrar el libro. Las imágenes tienen reminiscencias a Gustavo Doré (al igual que el poema tiene elegantes diálogos entre caciques que nos recuerdan a la Ilíada). Si hay algo que Lin-Calél tiene de original es que es una epopeya cuya trama se resuelve entre indígenas: pehuenches, rankulches, pampas, tehuelches, huilliches y puelches. El libro abre con una invocación al canto y desde el vamos convoca al absurdo:

Canto una flor de la patria Argentina,

flor misteriosa tan pura y tan fresca,

que aunque escondida alegórica un siglo,

desprende aromas que exaltan y alegran.

Creemos que no arruinamos el deleite de nadie al adelantar que el poema termina mal, con desamoramiento y muerte. De modo que aquellos “aromas que exaltan y alegran” se parecen a los de Friedrich Rauch, el Atila de la Pampa, descabezando ranqueles. Nuestro poeta, con humildad sincera o impostada prosigue:

No tengo lira de bronce ni ebúrnea:

faltándole alas, mi canto no vuela,

y el pensamiento que gira en la estrofa

no tiene asilo en la gracia moderna.

Aún cuando el poema trata de la decisión de las diversas tribus indígenas de aliarse para enfrentar la invasión del blanco, aparece la nostalgia del mundo perdido, que no es el telúrico, sino el greco-latino.

Murió el Olimpo, murieron los Dioses;

en el Parnaso el Esmínteo* no reina,

se dispersaron las Musas sus hijas,

y hoy sólo tiene la cumbre desierta.

Y posiblemente, gracias a Wagner también contamos con vikingos:

Ni el poderoso fantasma impalpable,

que en el cerebro del Hombre se encierra,

puede vencer el encanto de fuego

que á la Walkyrie en el monte rodea.

*(el Esmínteo es una forma de llamar al dios Apolo).

Holmberg comenzó a escribir Lin-Calél en 1885, luego de las expediciones que realizó entre 1881 y 1882 a las sierras de Tandil y Cura-Malal, ambos territorios conquistados por el cristiano hacía apenas unos meses. Aquellas llanuras, bosques, montañas y lagos “que adornan mi tierra” eran una novedad territorial luego de la derrota de la dinastía de los Curá. El paisaje desolado, los vestigios de los vencidos, las pinturas rupestres, las tumbas, las cavernas, los ítems funerarios, vasijas y árboles votivos, el aura de la piedra movediza de Tandil, la Sierra de la Ventana, los corrales de piedra, son de indudable inspiración para Holmberg. El escritor siente que ese espacio vacante, despojado recientemente de sus habitantes, le “ha regalado esta flor de mi tierra”. La flor es ofrecida por Holmberg en homenaje a la Patria y le solicita a ella, a la Patria, que cobije al poema. El libro, en su única edición de 1910, está a la venta en Mercado Libre si algún lector desea rescatarlo de la luz que emanan las pantallas de internet.

Luego del prólogo el libro se divide en 16 cantos. El primero se llama Viñatum, lo cual quiere decir asamblea de carácter político entre los mapuches. El gran jefe es Auca-Lonco, una especie de Hércules del sur capaz de partir con sus brazos el cuello de un toro:

Fornidos brazos y robustos hombros

dan la medida de su grande fuerza,

y muchas veces los guerreros indios

lo han visto contener por la cabeza

un toro bravo de pujante cuello

y romperle, torciéndolo, las vértebras.

Parnopé, por otra parte, es una máchi, algo similar a una pitonisa o sibila. Una función que solían cumplir sacerdotes afeminados. El estudioso Holmberg nos aclara que al nombre Parnopé no le halla la etimología, aunque tampoco nos dice por qué lo eligió para representar a su sacerdotisa. Quizá lo escuchó en la campaña. El poeta lo encuentra llamativo y “muy eufónico”. Esto es porque le recuerda a Panope, “una de las Nereidas que acompañan a Tétis” y también al nombre griego de Nápoles: Parténope. Fuera de contexto, pero esperando un vínculo entre su canto y el de Homero, nos advierte que Menelao es también un nombre usado entre los pampas.

La máchi cae en trance. Entre convulsiones, gemidos y morisquetas llega al cielo en viaje espiritual, visita la mansión de Ftá-Huentrú y regresa con el mensaje celeste que al despertar comunica en la predicción que dará el nudo al poema:

Allá muy lejos, en los verdes campos,

y vecina del Huínca, su morada

tiene un Cacique venerable, amigo

del Adalid Supremo que comanda

las tríbus todas, y aunque es viejo ahora

Trómen-Curá, para él la llave guarda

de todo su poder y sus victorias,

del triunfo permanente de la raza:

su hija Lin-Calel, que una cautiva,

hermosa sin igual, rica de gracia,

ha diez y ocho veranos que le diera.

Resumen, entonces: la machi predice que los pehuenches en alianza con el resto de las tribus van a prevalecer sobre los cristianos si Auca-Lonco se casa con Lin-Calél. Esta vive entre lo que es hoy la frontera entre La Pampa y Buenos Aires. Lin-Calél es blanca, hija de una cautiva. Desde ya adelantamos que las cosas no se van a dar así. Que los sapos y culebras que la máchi y los caciques cocinaron no surtirán efecto, ni en el romance, ni en el casamiento, ni en la salvación de los pehuenches.

El poema provoca el doble juego de drama teatral y empatía. Para el poeta no deja de presentarse como una oportunidad literaria el paganismo de los guerreros que, cual troyanos que se sienten en peligro deciden organizarse en contra del invasor.

Esta idea del Viñatum, gran congreso de tribus mapuches, si bien el poema lo ubica en 1810, tiene un antecedente inmediato en la contemporaneidad del autor. Holmberg tenía 23 años cuando las tribus del Sur concretaron una de las alianzas más poderosas en contra del blanco. El conflicto cobró mayor virulencia cuando en 1875 el ministro de Guerra, Adolfo Alsina, decidió trasladar —o expulsar— a la tribu “amiga” de Juan José Catriel de su territorio, cerca de Azul, en el arroyo Nievas. Los Catriel eran aliados de Buenos Aires. En 1872 participaron junto al ejército en el combate de San Carlos venciendo a Calfucurá, en una derrota de la cual el gran cacique de Salinas Grandes no pudo ya recuperarse. Calfucurá murió de viejo al año siguiente. El hermano de Juan José Catriel, Cipriano, había participado en 1874 del alzamiento de Bartolomé Mitre en contra del gobierno de Nicolás Avellaneda. Juan José, por su parte, se ocupó de avisar a las autoridades oficiales de la rebelión de su hermano y el mismo le cortó la cabeza a Cipriano, quedando él al mando de la tribu. Aliado a la administración de Avellaneda, ahora el mismo gobierno le pagaba su alianza con una afrenta.

Supuestamente, la idea de Alsina era trasladar a los Catriel más al suroeste como una forma de hacer de ellos un pueblo tapón contra las incursiones de los indios enemigos. En un parlamento entre Catriel y Alsina el ministro lo conminó a la mudanza.

—¡Veremos! —dijo Catriel desafiando la orden de Alsina.

—¡No es que veremos —respondió autoritario el funcionario— es que tendrán que salir!

Luego de la conferencia entre los dos líderes la tribu entera de Catriel se sublevó en masa. Tampoco dudaron en unirse a su antiguo enemigo el cacique Namuncurá, hijo de Calfucurá, y organizar una coalición con otros caciques: Pincén, Epugmer, Levipi, Huenchual, Baigorrita, Reuque Curá, Rumay Curá, Carupán Curá, Purrán, a lo que el ministro Alsina describió como un plan elaborado “con toda perfidia”.

La alianza fue denominada por los mismos indios como “Malón Grande” atacando los partidos de Juárez, Tres Arroyos y Necochea, acosando además los pueblos de Tapalqué, Azul y Olavarría, incendiando ranchos y haciendo gran matanza de cristianos. El conflicto se extendió en la campaña por más de dos años entre marchas y contramarchas, hasta la muerte del ministro Alsina. Julio Argentino Roca, su sucesor en la cartera de Guerra, mantuvo la presión del ejército sobre las tribus durante todo 1878 hasta la organización definitiva de su avanzada con el objeto de terminar con el problema de los indios “ya sea extinguiéndolos, o arrollándolos al otro lado del Río Negro”. Tres años después, Holmberg recorría los parajes “desolados” que representaban el territorio perdido y a la vez conquistado.