Cae la tarde, pero el sol todavía calienta sobre la calle Estados Unidos. Algunas personas apuran el paso para llegar hasta la Iglesia de la Santa Cruz –escenario de uno de los hechos más atroces de la dictadura cuando, gracias a la infiltración del marino Alfredo Astiz, un grupo de tareas de la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA) secuestró a las Madres de Plaza de Mayo que buscaban a sus hijos y a otros activistas que denunciaban las desapariciones. Casi 47 años después de ese día, la parroquia es escenario de otro evento, cargado de memoria y cariño: un homenaje a Ángela “Lita” Paolín de Boitano, la presidenta de Familiares de Desaparecidos y Detenidos por Razones Políticas, a tres meses de su fallecimiento.
En menos de un año, Lita Boitano perdió a sus dos hijos en manos de las patotas de la dictadura. A Miguel Ángel, el menor, lo secuestraron el 29 de mayo de 1976. Ella lo esperó, pero jamás volvió a casa. A Adriana, la mayor, vio cómo se la llevaban delante de sus narices el 24 de abril de 1977. Pensó que el auto que aceleraba iba hacia ella. Solo atinó a persignarse. Se encomendó a ese Dios en el que creía.
Lita buscó a sus dos hijos cada uno de sus días. Murió el 6 de junio pasado y, con su muerte, el movimiento de derechos humanos perdió a una referente que tenía la sonrisa grabada y los dedos siempre puestos en “V”. En la Iglesia de la Santa Cruz, los Familiares y Compañeros de los Doce decidieron celebrar su vida: hubo canciones, hubo poesía y hubo recuerdos.
Allí estaba Graciela Lois, compañera de militancia de “Migue” en la Facultad de Arquitectura de la Universidad de Buenos Aires (UBA) y después compañera de Lita en Familiares.
–Gracias por recordar a Lita, que hoy se cumplen tres meses de su fallecimiento. La alegría, esa sonrisa inmensa… Es un buen momento para recordarla porque nos hace falta esa sonrisa. Es tanta la lucha y tantos los derechos que hemos conquistado para verlos zamarrear de esta manera. Debemos resistir, seguir luchando y plantar cara a todas estas injusticias– arrancó Graciela el homenaje.
Las Madres –compañeras de tantos años de lucha de Lita estuvieron presentes, cada una a su modo. Clara Weinstein llegó temprano a la Iglesia. Después se sumó Carmen Lareu, que contó que le costó llegar porque está por cumplir 98 años. “Estoy muy emocionada y muy contenta de asistir a este acto”, dijo Carmen. “Las Madres estamos viviendo momentos muy difíciles. ¿Quién más que nosotras sabe lo que es vivir una dictadura?”, preguntó Clara a su lado.
Vera Jarach y Taty Almeida quisieron estar presentes. Las dos enviaron audios que se escucharon en el Solar de la Memoria. “Quiero recordar y hacer recordar la vida de Lita Boitano –comenzó Vera–. Será recordada siempre por todo lo que ella hizo aquí y en Italia. Sus pasos se dieron no solo en busca de sus hijos sino en defensa de los derechos humanos. Lita estuvo en todas partes, siempre actuante y siempre cariñosa”.
La voz firme de Taty resonó también entre los militantes que se seguían acomodando alrededor del espacio que recuerda a los doce secuestrados que se reunían en la Iglesia de la Santa Cruz. La referente de Madres de Plaza de Mayo- Línea Fundadora habla de la necesidad de hacer memoria, de recordar a los 30.000 detenidos-desaparecidos, y darle pelea al gobierno negacionista de Javier Milei y Victoria Villarruel. Pero el tono se vuelve especialmente tierno cuando se refiere a su compañera de tantos años. “Se imaginan todo mi cariño, Dios mío, a nuestra querida tana, Lita Boitano. Qué mujer impresionante. A pesar de que perdió a sus dos únicos hijos, siempre con esa sonrisa. Así que lógicamente todos gritarán, y me sumo, 'Lita Boitano, presente, ahora y siempre'”.
Hay vivas a Lita, que a partir de este viernes será la presidenta honorífica del observatorio de derechos humanos de la comuna 3 de la Ciudad de Buenos Aires. Adolfo y Perla Magno están en el acto. Adolfo toma la palabra: cuenta que se mudaron al barrio en 1968 y que la Iglesia fue su segunda casa. “Acompañamos a los curas que realmente llevaban el Evangelio y no los oropeles que llevan los eclesiásticos de altura”. El 8 de diciembre de 1977, ellos dos estaban en la misa. Su hijo, que se había escapado, fue testigo de los secuestros que se iniciaron en esa parroquia.
Cecilia De Vincenti, hija de Azucena Villaflor, comenta que está muy emocionada y que posiblemente le cueste hablar. Sin embargo, toma la posta. “El dolor que tengo adentro es tan grande que no puedo creer que haya diputados y diputadas que hayan ido a visitar a los militares”, dice en referencia a la comitiva de legisladores de La Libertad Avanza (LLA) que estuvo el 11 de julio pasado con Astiz y compañía en el penal de Ezeiza. “La calle es de nosotros. Tenemos que tomar el ejemplo de nuestras Madres y la lucha tiene que ser en las calles”, propone.
“Estas mujeres salieron solas a enfrentar a la dictadura. Estas mujeres pateaban puertas. El ejemplo de lucha que tenemos que tomar de nuestras Madres y de los 30.000 es perder el miedo”, agrega Mabel Careaga, hija de Esther Ballestrino de Careaga, que fue secuestrada ese 8 de diciembre de 1977 desde la Iglesia de la Santa Cruz junto con otra de las Madres de Plaza de Mayo, María Eugenia Ponce de Bianco.
Mabel confiesa que no deja de pensar en una de las enseñanzas de Lita. “Ella decía que todos nosotros teníamos la obligación de luchar por los ideales de los desaparecidos; que ellos nos miraban desde algún lado y que, si no lo hacíamos, nos lo iban a demandar”. Y también recuerda un regalo que Lita se llevó después de una marcha de antorchas: una tela pintada con un dibujo de Lita abrazada a Adriana y a Migue. Una imagen que nunca volvió a darse desde que la dictadura se los arrebató. Con esa tela, Lita se fue arropada a su “viaje eterno”.
Hubo cánticos. Se entonó Bella Ciao, ese himno de la resistencia antifascista que Lita cantó con ganas cuando cumplió 90 años y en plena pandemia sus compañeros le regalaron una serenata. Pablo Vassel recitó una canción que también conmovía a Lita. Nora Gilges la recordó a su modo: "Tenía tanto gusto por la vida que no necesitaba charretera o lucimiento". Y se entonó otro himno como conjuro con todos los fantasmas del pasado que sobrevuelan en el presente. “Quiero que mi país/ sea feliz /con amor y libertad/ No tenemos miedo/ no tenemos miedo/ no tendremos miedo/ nunca más”, cantaron los integrantes del grupo La Tranquera.
Después se escucharon los nombres de los desaparecidos de la Santa Cruz. Hubo dedos en “v” y puños en alto. Una voz femenina gritó los nombres de los hijos de Lita, y la respuesta fue: ¡Presente! Y en ese grito colectivo fue como si Lita, con su inmensa sonrisa, estuviese amuchada entre los compañeros y las compañeras que se reunieron un viernes por la tarde para hacer memoria.